“La ciudad de los niños”- Francesco Tonucci

El libro aborda un proyecto de transformación urbana centrado en las necesidades de los niños, con el objetivo de permitirles salir de casa por sí solos y vivir experiencias de exploración, aventura y juego. La voz infantil es frecuentemente ignorada en la política ciudadana, y los niños están cada vez más restringidos en su libertad de movimiento, lo que genera tensiones con los intereses de adultos, políticos y educadores. Esta situación se traduce en un conflicto contra el poder del automóvil, la reducción de espacios públicos y la saturación de actividades extracurriculares, así como la falta de atención a las necesidades infantiles.

El autor también reflexiona sobre su propia experiencia, recordando una infancia vivida en libertad en el campo, en contraste con una ciudad que ha perdido su vitalidad y se ha vuelto peligrosa y hostil. Los ciudadanos reconocen el sufrimiento de los niños, pero muchos optan por no tener hijos o abandonan la ciudad en busca de lugares más habitables. La ciudad histórica, rica en cultura y estética, ha sido relegada en favor de periferias deshumanizadas, que carecen de espacios públicos y se desarrollan sin planificaciones adecuadas.

La ciudad ha adoptado una lógica de separación y especialización, despersonalizando los espacios y limitando la convivencia familiar a la rutina diaria. Tanto la familia como la vivienda han cambiado, dando lugar a entornos que ya no acomodan a niños ni ancianos, ni fomentan la interacción social. En este contexto, los centros comerciales emergen como microciudades autosuficientes que, aunque ofrecen comodidad, contribuyen a la deshumanización y la resignación, creando un entorno donde la esperanza de una transformación significativa de la ciudad parece desvanecerse.

El progreso, presentado como una oferta global que incluye comodidad y modernidad, trae consigo problemas como la contaminación y la violencia. Así, el autor denuncia una tendencia preocupante: la aceptación pasiva de un deterioro urbano que se considera inevitable, en lugar de un impulso hacia una ciudad más amable y accesible para todos.

Por otra parte, el proceso de creación de un parque para niños comienza con el uso de una apisonadora, que prepara un terreno llano. Los adultos suelen pensar que los niños prefieren jugar en espacios planos, pero esta percepción ignora la importancia del escondite en el juego infantil. Un terreno horizontal facilita la vigilancia, lo cual es una prioridad para los adultos, quienes han olvidado que el juego debe estar vinculado al placer, algo que se ve obstaculizado por el control constante. Los niños buscan socializar y no quedarse solos en casa, pero es cuestionable si un niño tan pequeño puede soportar largas horas en un espacio amplio y ruidoso, sin la posibilidad de esconderse o escapar de la estimulación continua.

Entonces, ¿qué hacer?

El automóvil ha convertido a las ciudades en espacios peligrosos, repletos de contaminación y vibraciones, lo que genera una urgente necesidad de protección, especialmente entre los padres. Sin embargo, la respuesta social a esta problemática se basa en soluciones individualistas que colocan la responsabilidad en los padres, sugiriendo que deben pasar más tiempo con sus hijos y participar en sus actividades. Este enfoque contrasta con las exigencias de una vida acelerada, ocasionando sentimientos de culpa y alineándose con un sistema de consumo que promueve el bienestar individual por encima del colectivo.

Históricamente, se priorizaba la inversión en lo público, donde las ciudades eran habitables y accesibles. En cambio, actualmente, se invierte en lo privado, transformando los hogares en refugios y abandonando el espacio urbano. Esta retirada de la vida ciudadana la hace más hostil y agresiva. La solución pasa, entonces, por reconocer que la visión tradicional del ciudadano medio —adulto, trabajador y varón— no abarca a todos. Los niños, ancianos y personas discapacitadas son ciudadanos igualmente importantes, y construir ciudades que se adapten a ellos crea un entorno más inclusivo y habitable para todos.

Es fundamental fomentar el juego libre en espacios diversos y creativos, además de integrar a los ancianos en la vida comunitaria. Ignorar estas necesidades agrava el problema social, como lo ha evidenciado la falta de atención a los derechos de los más vulnerables en busca de beneficios personales.

La soledad y la sobreexigencia a los hijos únicos son preocupaciones significativas, así como el impacto de una crianza que no les brinda herramientas para la autonomía. La televisión y los programas dirigidos a niños, consumidos sin un diálogo familiar, pueden generar expectativas poco realistas y un desapego hacia lo valioso, alineándose con la cultura del uso y el descarte.

La percepción del niño como un futuro ciudadano, más que un presente activo en la sociedad, minimiza su valor actual. La educación se centra en preparar a los niños para un futuro, ignorando su derecho al presente y las experiencias del pasado. Para contrarrestar esta visión, es necesario promover el bienestar y la participación, lo que podría contribuir a disminuir la violencia y construir un futuro más esperanzador.

Finalmente, el niño representa no solo nuestro pasado y presente, sino también nuestro futuro como sociedad. Su bienestar, libertad y capacidad de desear son esenciales para alcanzar una auténtica felicidad colectiva. Mantener viva la esencia de la infancia en nuestras vidas es crucial para formar un entorno más solidario y humano.

Las propuestas

Para fomentar el desarrollo de los niños, es esencial que los adultos reconozcan y valoren lo que tienen que ofrecer. Los niños poseen perspectivas únicas que deben ser escuchadas, lo que justifica la importancia de permitirles expresarse y explorar el mundo. Promover la "arquitectura participativa" en la educación y el urbanismo implica involucrar a los jóvenes en la creación de su entorno, un proceso que puede parecer una pérdida de tiempo, pero es clave para su crecimiento.

Desde una edad temprana, los niños deben tener la oportunidad de salir solos y experimentar la vida fuera del hogar, jugar con amigos, establecer reglas para sus juegos y aprender a resolver conflictos. Es fundamental que las ciudades faciliten estos encuentros, permitiendo que los niños aprendan a manejar riesgos, lo que a su vez genera espacios más seguros no solo para ellos, sino para toda la comunidad.

Los entornos urbanos deben ser accesibles y seguros, con calzadas donde los automóviles no dominen el espacio, favoreciendo el paseo y la interacción social. La falta de espacio para caminar y el estacionamiento desmesurado perjudican a los peatones, especialmente a los más vulnerables. Reconvertir la ciudad para hacerla más amigable para caminar es un deber social que contribuirá a la seguridad y bienestar general.

El miedo de los adultos, a menudo motivado por la percepción creciente de peligros, no debe llevar a una sobreprotección que aísle a los niños, privándolos de experiencias esenciales. Es importante que se fomente un ambiente comunitario donde los adultos se conviertan en figuras de apoyo y referencia, y donde haya una intergeneracionalidad significativa, permitiendo a los ancianos ser parte activa de la vida de los niños.

El vínculo entre generaciones puede resultar enriquecedor, donde los ancianos transmiten su experiencia y los jóvenes benefician de su sabiduría. Esta integración no solo mejora la vida de los mayores, haciéndolos sentir útiles y necesarios, sino que también construye ciudades más seguras y solidarias.

Asimismo, nuestros entornos urbanos deben ser diseñados para ser recorridos a pie, recreando espacios que fomenten el encuentro y el juego. Es vital reconfigurar ciudades para priorizar al peatón sobre el automóvil y devolver la vida a las plazas, calles y parques. Así, la experiencia y el conocimiento enriquece la vida urbana, mientras que cada rincón de la ciudad refleja su verdadera esencia, sin la opresión de la tecnología automovilística.

Por otra parte, el desarrollo de una adecuada organización espacial en los niños que crecen en periferias sin indicadores ambientales positivos es una tarea compleja. A diferencia de sus pares en centros históricos, estos niños enfrentan desafíos que pueden influir en sus capacidades cognitivas y sociales, creando limitaciones que afectarán su futuro. La democratización del espacio urbano es fundamental; todos los ciudadanos, incluidos niños, ancianos y personas con discapacidad, deben poder moverse con autonomía en sus entornos.

La ciudad debe ser un lugar accesible y seguro para todos, con aceras amplias y libres de obstáculos. Sin embargo, la percepción negativa de la calle como un espacio de peligrosidad y degradación ha llevado a una segregación donde los ciudadanos se aíslan en sus hogares, mientras los que viven en la calle ven empeorar sus condiciones.

Al considerar a los niños como agentes de cambio, es crucial recuperar las calles como espacios de encuentro, juego y convivencia. La seguridad urbana no proviene solo de la vigilancia, sino de la presencia activa de los ciudadanos en las calles. Los adultos, acostumbrados a esperar y participar en interacciones sociales, a menudo excluyen a los niños de estos espacios. Los niños anhelan autonomía y participación, pero su voz es frecuentemente ignorada en un sistema que reconoce la representación estudiantil solo en niveles superiores de la educación.

La educación cívica en las escuelas debe ir más allá de la teoría; debe permitir que los estudiantes vivan la democracia mediante su participación activa en la gestión escolar. Involucrar a los alumnos en este proceso es vital para su desarrollo y para la construcción de un entorno que les represente.

Por último, la educación medioambiental debe centrarse en la experiencia directa de los alumnos con su entorno, fomentando un conocimiento profundo que les permita participar activamente en la mejora de su ciudad. Es esencial que no nos acostumbremos al ruido del tráfico y las alarmas, sino que valoremos la vitalidad y el bullicio de los niños jugando en las calles. La ciudad debe ser un espacio donde todos sean escuchados y puedan contribuir a su transformación.

Repensar la ciudad

Es fundamental prepararse para un futuro diferente, donde la vida urbana no esté dominada por la producción comercial o el coche, ni se sienta ahogada por el ruido y la contaminación. La ciudad actual enfrenta problemas como la delincuencia y la falta de espacios seguros que han limitado la movilidad de los ciudadanos honrados, quienes buscan refugio en sus casas y en los coches, a menudo anhelando entornos virtuales.

Mientras los padres buscan soluciones funcionales rápidamente, los abuelos tienen la perspectiva para abogar por un futuro más radical y esperanzador para las nuevas generaciones. Sin embargo, los adultos enfrentan el reto de comunicarse efectivamente con los niños, reflejando una desconfianza hacia su capacidad real de expresarse y entender el mundo. Es necesario que los adultos se preparen mejor para fomentar un diálogo genuino.

La presencia de los niños en la ciudad puede impulsar un cambio hacia una cultura más respetuosa, obligando a los coches a ceder espacio a los peatones. Aquellos que conocen y aman su ciudad tienen la responsabilidad de compartir esta pasión con los más jóvenes, cultivando en ellos un sentido de ciudadanía activa y curiosa.

Además, es importante que los padres reconozcan la autonomía y responsabilidad que sus hijos pueden tener, lo que les permitiría recuperar tiempo y libertad. Aunque la educación ofrece conocimientos sobre cómo comportarse, es frecuente que los adultos no actúen en consecuencia, lo que limita la experiencia de los niños, a menudo relegados a un entorno vehicular.

La noción de que los niños necesitan parques específicos para jugar es errónea; ellos pueden jugar en cualquier entorno, siempre que se les ofrezca libertad y espacio. Las áreas verdes son deseables, pero su mantenimiento debe ser una responsabilidad compartida que pueden asumir las futuras generaciones, ya sea de forma voluntaria o incluso obligatoria. Este compromiso puede ser una forma de que los jóvenes enfrenten desafíos de manera constructiva, en consonancia con un enfoque pacifista hacia el desarrollo urbano.

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