¿En qué punto estamos? La epidemia como política- Giorgio Agamben
"Así como ante la crisis que sacudió al Imperio Romano en el siglo III, Diocleciano y luego Constantino introdujeron esas reformas radicales de las estructuras administrativas, militares y económicas que culminarían en la autocracia bizantina, del mismo modo los poderes dominantes han decidido abandonar sin pesar los paradigmas de las democracias burguesas, con sus derechos, sus parlamentos y sus constituciones, para sustituirlas por nuevos dispositivos cuyo diseño apenas podemos vislumbrar, probablemente aún no del todo claro incluso para quienes están trazando sus líneas".
"Lo que en la tradición de las democracias burguesas era un derecho del ciudadano a la salud se convierte, sin que la gente parezca darse cuenta, en una obligación legal religiosa que debe cumplirse a cualquier precio".
"De hecho, la experiencia ha mostrado que una vez que está en cuestión una amenaza para la salud, los hombres parecen dispuestos a aceptar limitaciones de la libertad que nunca soñaron que podrían tolerar, ya sea durante las dos guerras mundiales o bajo las dictaduras totalitarias".
"Las relaciones humanas tendrán que evitar la presencia física en la medida de lo posible en todas las ocasiones y se llevarán a cabo, como ya ocurría de hecho con frecuencia, mediante dispositivos digitales cada vez más eficaces y extendidos. La nueva forma de la relación social es la conexión y quienes no están conectados tienden a ser excluidos de cualquier relación y condenados a la marginalidad".
"Desde hace décadas se ha producido una pérdida progresiva de legitimidad de los poderes institucionales, que no han sido capaces de detenerla más que a través de la producción de una emergencia perpetua y la necesidad de seguridad que ella genera. ¿Cuánto tiempo más y de qué manera se puede prolongar el actual estado de excepción?"
"Dos factores pueden ayudar a explicar un comportamiento tan desproporcionado. En primer lugar, se manifiesta una vez más la tendencia creciente a utilizar el estado de excepción como paradigma normal de gobierno".
"El otro factor, no menos inquietante, es la condición de inseguridad y miedo que evidentemente se ha extendido en los últimos años en las conciencias de los individuos y que se traduce en una necesidad en sentido estricto de estados de pánico colectivo, al que la epidemia ofrece una vez más el pretexto ideal. Se diría que una gigantesca ola de miedo, provocada por el más pequeño ser existente, está recorriendo la humanidad, y los poderosos del mundo la guían y orientan según sus fines. Así, en un círculo vicioso perverso, la limitación de la libertad impuesta por los gobiernos es aceptada en nombre de un deseo de seguridad que ha sido inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerlo".
"Cada individuo es un potencial contagiador, de la misma manera que las instituciones que se ocupan del terrorismo consideraban de hecho y de derecho a cada ciudadano como un terrorista en potencia".
"Una sociedad que vive en un estado de emergencia perpetua no puede ser una sociedad libre. De hecho, vivimos en una sociedad que ha sacrificado la libertad a las llamadas «razones de seguridad» y se ha condenado por esto a vivir en un perpetuo estado de miedo e inseguridad".
"No es sorprendente que por el virus se hable de guerra. Las medidas de emergencia en realidad nos obligan a vivir bajo condiciones de toque de queda. Pero una guerra con un enemigo invisible que puede acechar a cualquier otro hombre es la más absurda de las guerras. Es, en verdad, una guerra civil. El enemigo no está fuera, está dentro de nosotros".
"Así como las guerras han legado a la paz una serie de tecnologías nefastas, desde el alambre de púas hasta las centrales nucleares, del mismo modo es muy probable que se busque continuar, incluso después de la emergencia sanitaria, los experimentos que los gobiernos no habían conseguido realizar antes: los dispositivos digitales sustituirán así en las escuelas, las universidades y en cualquier lugar público la presencia física, que seguirá confinada, con las debidas precauciones, en la esfera privada en el interior de las paredes domésticas. Está en cuestión, por lo tanto, nada menos que la pura y simple abolición de todo espacio público".
"Tendremos que preguntarnos si es correcto volver a subir a los aviones que nos llevan a lugares remotos para las vacaciones y si no es tal vez más urgente volver a aprender a habitar los lugares donde vivimos, a mirarlos con ojos más atentos. Porque hemos perdido la capacidad de habitar".
"En una palabra, tendremos que plantearnos seriamente la única pregunta que importa, que no es, como los falsos filósofos han estado repitiendo durante siglos, «de dónde venimos» o «a dónde vamos», sino simplemente «en qué punto estamos»".
"Otra cosa que da que pensar es el colapso evidente de todas las convicciones y fes comunes. Se diría que los hombres ya no creen en nada, excepto en la nuda existencia biológica que hay que salvar a toda costa. Pero sólo una tiranía se puede fundar en el miedo a perder la vida, sólo el monstruoso Leviatán con su espada desenvainada".
"Los historiadores saben que hay conspiraciones por así decirlo objetivas, que parecen funcionar como tales sin que sean dirigidas por un sujeto identificable. Como Foucault mostró antes de mí, los gobiernos que se sirven del paradigma de la seguridad no funcionan necesariamente produciendo la situación de excepción, sino explotándola y dirigiéndola una vez que se ha producido".
"La falsa lógica es siempre la misma: así como frente al terrorismo se afirmaba que hacía falta suprimir la libertad para defenderla, del mismo modo se nos dice que es necesario suspender la vida para protegerla".
"Una sociedad que vive en un estado de emergencia permanente no puede ser una sociedad libre. Vivimos hoy en una sociedad que ha sacrificado su libertad por las llamadas «razones de seguridad» y que así se ha condenado a vivir continuamente en un estado de miedo e inseguridad permanente".
"La política moderna es de principio a fin una biopolítica, donde la puesta en juego es en última instancia la vida biológica como tal. El hecho nuevo es que la salud se está convirtiendo en una obligación jurídica que debe cumplirse a toda costa".
"Nuestro prójimo ya no existe y es verdaderamente desconcertante que las dos religiones que parecían regir Occidente, el cristianismo y el capitalismo, la religión de Cristo y la religión del dinero, permanezcan en silencio. ¿Qué pasa con las relaciones humanas en un país que se acostumbra a vivir en tales condiciones? ¿Qué es una sociedad que sólo cree en la supervivencia?"
"Así como las guerras nos han legado una serie de tecnologías nefastas, del mismo modo es más que probable que, tras el fin de la emergencia sanitaria, se intente continuar con los experimentos que los gobiernos aún no habían conseguido llevar a cabo: las universidades se cerrarán a los estudiantes y los cursos se harán en línea, no habrá más reuniones para hablar juntos de temas políticos o culturales, y siempre que sea posible los dispositivos digitales sustituirán todo contacto —todo contagio— entre los seres humanos".
"No sé qué habría pensado Canetti de la nueva fenomenología de la masa a la que nos enfrentamos: lo que las medidas de distanciamiento social y el pánico han creado es ciertamente una masa — pero una masa por así decirlo invertida, formada por individuos que se mantienen a toda costa a distancia unos de otros. Una masa que no es densa, por lo tanto, sino rarificada y que, sin embargo, sigue siendo una masa".
"Es importante no dejar escapar que una comunidad basada en el distanciamiento social no tendría que ver, como se podría creer ingenuamente, con un individualismo empujado al exceso: sería, por el contrario, como la que vemos hoy en día a nuestro alrededor, una masa rarificada y basada en una prohibición, pero, precisamente por eso, particularmente compacta y pasiva".
"Esto ha podido ocurrir —y aquí tocamos la raíz del fenómeno— porque hemos escindido la unidad de nuestra experiencia vital, que es siempre inseparablemente corpórea y espiritual a la vez, en una entidad puramente biológica por un lado y una vida afectiva y cultural por el otro".
"Una norma que afirma que se debe renunciar al bien para salvar el bien es tan falsa y contradictoria como aquella que, para proteger la libertad, impone renunciar a la libertad".
"Otro fenómeno que no hay que olvidar es la función que desempeñan los médicos y los virólogos en el gobierno de la epidemia. La palabra griega epidemia (de demos, el pueblo como entidad política) tiene un significado político inmediato. Lo más peligroso es confiar a los médicos y a los científicos decisiones que son en última instancia éticas y políticas. Los científicos, con razón o sin ella, persiguen de buena fe sus razones, que se identifican con el interés de la ciencia y en nombre de las cuales —la historia lo demuestra ampliamente— están dispuestos a sacrificar cualquier escrúpulo de orden moral".
" Escribí en otra parte que la ciencia se ha convertido en la religión de nuestro tiempo. La analogía con la religión debe tomarse al pie de la letra: los teólogos declaraban que no podían definir claramente qué es Dios, pero en su nombre dictaban reglas de conducta a los hombres y no dudaban en quemar a los herejes; los virólogos admiten que no saben exactamente qué es un virus, pero en su nombre afirman decidir cómo deben vivir los seres humanos".
" Creo que incluso un solo ejemplo muestra claramente lo profunda que es la transformación de todos los paradigmas políticos democráticos en el régimen de la bioseguridad. En las democracias burguesas, todo ciudadano tenía «derecho a la salud», y ahora, sin que la gente se dé cuenta, este derecho se está convirtiendo en una obligación jurídica con respecto a la salud, que debe cumplirse a cualquier precio.".
"La primera característica es que la medicina, al igual que el capitalismo, no necesita una dogmática especial, sino que se limita a tomar prestados sus conceptos fundamentales de la biología. Sin embargo, a diferencia de la biología, articula estos conceptos en un sentido gnóstico-maniqueo, es decir, según una exasperada oposición dualista. Hay un dios o un principio maligno, la enfermedad, precisamente, cuyos agentes específicos son las bacterias y los virus, y un dios o un principio benéfico, que no es la salud, sino la curación, cuyos agentes cultuales son los médicos y la terapia.
Si esta práctica cultual era hasta ahora, como toda liturgia, episódica y limitada en el tiempo, el fenómeno inesperado que estamos presenciando es que se ha vuelto permanente y omnipresente. Ya no se trata de tomar medicinas o someterse a una visita médica o a una intervención quirúrgica cuando sea necesario: la vida entera de los seres humanos debe convertirse en el lugar de una celebración cultual ininterrumpida en todo momento".
"Los teólogos han retomado el término para indicar el Juicio Final que tiene lugar el último día. Si se observa el estado de excepción que estamos viviendo, se diría que la religión médica combina la crisis perpetua del capitalismo con la idea cristiana de un tiempo último, de un eschaton en el que la decisión extrema está siempre en marcha y el fin al mismo tiempo se precipita y se aplaza, en un intento incesante de poder gobernarlo, pero sin resolverlo nunca de una vez por todas. Es la religión de un mundo que se siente en el fin y que sin embargo es incapaz, como el médico hipocrático, de decidir si sobrevivirá o morirá".
"La epidemia, como sugiere la etimología del término, es ante todo un concepto político, que está a punto de convertirse en el nuevo terreno de la política —o de la no-política— mundial. Es posible, en efecto, que la epidemia que estamos experimentando sea la realización de la guerra civil mundial que, según los politólogos más cuidadosos, ha tomado el lugar de las guerras mundiales tradicionales. Todas las naciones y todos los pueblos están ahora permanentemente en guerra consigo mismos, porque el invisible y escurridizo enemigo con el que están luchando está dentro de nosotros".
Patrick Zylberman describió el proceso por el cual la seguridad sanitaria, hasta ahora al margen de los cálculos políticos, se estaba convirtiendo en una parte esencial de las estrategias políticas estatales e internacionales. Se trata nada menos que de la creación de una especie de «terror sanitario» como instrumento para gobernar lo que se ha definido como el worst case scenario, el escenario del peor caso.
Ya en 2005 la OMS había anunciado de «2 a 150 millones de muertes por la próxima gripe aviar», sugiriendo una estrategia política que los Estados en ese momento no estaban aún preparados para asumir. El dispositivo que se sugería se articulaba en tres puntos: 1) construcción, sobre la base de un posible riesgo, de un escenario ficticio, en el que los datos se presentan de forma que favorezcan comportamientos que permitan gobernar una situación extrema; 2) adopción de la lógica de lo peor como régimen de racionalidad política; 3) organización integral del cuerpo de los ciudadanos de forma que se refuerce al máximo la adhesión a las instituciones de gobierno, produciendo una especie de civismo superlativo en el que las obligaciones impuestas se presentan como prueba de altruismo y el ciudadano ya no tiene un derecho a la salud (health safety), sino que pasa a estar jurídicamente obligado a la salud (biosecurity).
Es evidente —y las propias autoridades gubernamentales no dejan de recordárnoslo— que el llamado «distanciamiento social» se convertirá en el modelo de la política que nos espera y que (como han anunciado los representantes de una llamada task force, cuyos miembros están en flagrante conflicto de intereses con la función que se supone que deben desempeñar) se aprovechará este distanciamiento para sustituir en todas partes las relaciones humanas en su fisicalidad, que se han convertido como tales en sospechosas de contagio (contagio político, se entiende), con los dispositivos tecnológicos digitales.
Se trata de una concepción integral de los destinos de la sociedad humana en una perspectiva que, en muchos sentidos, parece haber asumido de las religiones ahora en su ocaso la idea apocalíptica de un fin del mundo. Después de que la política fue reemplazada por la economía, ahora ésta también, para poder gobernar, tendrá que ser integrada con el nuevo paradigma de bioseguridad, al que todas las demás exigencias tendrán que ser sacrificadas. Es legítimo preguntarse si tal sociedad podrá todavía definirse como humana o si la pérdida de las relaciones sensibles, de la cara, de la amistad, del amor, puede ser realmente compensada por una seguridad sanitaria abstracta y presumiblemente completamente ficticia.
Epidemia, como muestra la etimología del término del griego demos, que designa al pueblo como un cuerpo político, es un concepto principalmente político. Polemos epidemios es en Homero la guerra civil. Lo que vemos claramente hoy es que la epidemia se está convirtiendo en el nuevo terreno de la política, el campo de batalla de una guerra civil mundial — porque está claro que la guerra civil es una guerra contra un enemigo interno, que habita dentro de nosotros.
Estamos experimentando el final de una época en la historia política de Occidente, la era de las democracias burguesas, basadas en las constituciones, los derechos, los parlamentos y la división de poderes. Este modelo estaba en crisis desde hacía tiempo, los principios constitucionales a menudo se ignoraban cada vez más y el poder ejecutivo había sustituido casi por completo al legislativo, que se ejercía, como sucede ahora exclusivamente, a través de decretos de ley.
Con la llamada pandemia se dio un paso más, en el sentido de que lo que los politólogos estadounidenses llamaban el Security State, Estado de seguridad, que se basaba en el terrorismo, ha dado paso ahora a un paradigma de gobierno que podemos llamar «bioseguridad», que se basa en la salud. Es importante comprender que la bioseguridad supera en eficacia y generalidad todas las formas de gobierno de los hombres que hemos conocido. Esto ha llevado a la paradoja de que el cese de toda relación social y toda actividad política se presenta como la forma ejemplar de participación cívica (distanciamiento social).
Creo que incluso un solo ejemplo muestra claramente lo profunda que es la transformación de todos los paradigmas políticos democráticos en el régimen de la bioseguridad. En las democracias burguesas, todo ciudadano tenía «derecho a la salud», y ahora, sin que la gente se dé cuenta, este derecho se está convirtiendo en una obligación jurídica con respecto a la salud, que debe cumplirse a cualquier precio.
El paradigma de la bioseguridad no es temporal. Las actividades económicas se reanudarán y ya se están reanudando y las medidas de limitación de los movimientos cesarán, al menos en gran medida. Lo que quedará es el «distanciamiento social». Es necesario reflexionar sobre esta singular fórmula, que ha aparecido simultáneamente en todo el mundo como si hubiera sido preparada con antelación. La fórmula no dice «distanciamiento físico» o «personal», como hubiera sido normal si se tratara de un dispositivo médico, sino «distanciamiento social». No se podría expresar más claramente que se trata de un nuevo paradigma de organización de la sociedad, es decir, un dispositivo esencialmente político. ¿Pero qué es una sociedad basada en la distancia? ¿Puede una sociedad así seguir llamándose política? ¿Qué tipo de relaciones se pueden establecer entre personas que deben mantenerse a una distancia de un metro, con sus rostros cubiertos por una mascarilla? Por supuesto, el distanciamiento se podía lograr sin dificultad, porque de alguna manera ya estaba allí. Los dispositivos digitales hace tiempo habían acostumbrado a relaciones virtuales a distancia. Epidemia y tecnología están inseparablemente entrelazadas aquí.
Los seres humanos ya no se reconocerán a sí mismos mirándose la cara, que puede cubrirse con una máscara sanitaria, sino mediante dispositivos digitales que reconocerán datos biológicos tomados de antemano y cualquier «aglomeración» —expresión curiosa para el encuentro entre varios seres humanos— seguirá estando prohibida, ya sea por razones políticas o simplemente por amistad.
La tecnología 5G ayudará a evitar contagios, es decir, contacto entre seres humanos.
En todo Estado moderno hay una línea que delimita el punto en el que el poder sobre la vida se transforma en poder de muerte y la biopolítica se transforma en tanatopolítica. Por lo tanto, sobre esta base el soberano actúa en estrecha colaboración con el abogado, el médico, el científico, el sacerdote. Hoy en día la medicina puede otorgar al poder la posibilidad o la ilusión de la soberanía, lo que afecta tanto al nivel político como al ético. La subordinación de la vida a las estadísticas conduce inevitablemente a la lógica de una vida que no vale la pena ser vivida y el cuerpo político se transforma en un cuerpo biológico. En el mundo occidental contemporáneo las tres «religiones» (el cristianismo, el capitalismo y la ciencia, o una parte de ella, la medicina) coexisten y se encuentran, mientras que hoy en día el conflicto entre la ciencia y las otras dos religiones se ha reavivado y ha concluido con la victoria de la ciencia médica.
No debemos subestimar la función decisiva que la ciencia y la medicina han desempeñado en la articulación del paradigma de la bioseguridad. Como sugerí en el artículo que usted mencionó, han podido ejercer esta función no como ciencias rigurosas, sino como una especie de religión, cuyo Dios es la nuda vida. la modernidad, mostró cómo la creciente medicalización de los cuerpos ha transformado profundamente la experiencia que cada individuo tiene de su cuerpo y su vida. No se puede entender por qué los seres humanos han aceptado las restricciones excepcionales a las que fueron sometidos si no se tiene en cuenta esta transformación. Lo que ha sucedido es que cada individuo ha roto la unidad de su experiencia vital, que es siempre al mismo tiempo inseparablemente corpórea y espiritual, en una entidad puramente biológica por un lado y en una existencia social, cultural y política por el otro. Esta fractura es, con toda evidencia, una abstracción, pero una abstracción poderosa, y lo que el virus ha mostrado claramente es que los hombres creen en esta abstracción y han sacrificado sus condiciones de vida normales, las relaciones sociales, sus convicciones políticas y religiosas e incluso las amistades y los amores.
La escisión de la vida es una abstracción, pero la medicina moderna a mediados del siglo XX realizó esta abstracción a través de los dispositivos de reanimación, que permitieron mantener un cuerpo humano en un estado de vida vegetativa pura durante mucho tiempo. La cámara de resucitación, con sus mecanismos artificiales de respiración y circulación sanguínea y sus tecnologías de mantenimiento de la homeotermia, a través de los cuales el cuerpo humano se mantiene indefinidamente suspendido entre la vida y la muerte, es una zona oscura, que no debe ir más allá de sus límites estrictamente médicos. Lo que ha ocurrido con la pandemia es que este cuerpo artificialmente suspendido entre la vida y la muerte se ha convertido en el nuevo paradigma político, sobre el que los ciudadanos deben regular su comportamiento. El mantenimiento a cualquier precio de una nuda vida abstractamente separada de la vida social es el dato más impresionante del nuevo culto establecido por la medicina como religión.
Con el nuevo paradigma de la bioseguridad que se está estableciendo ante nuestros ojos, la noción de ciudadanía ha cambiado ahora completamente y el ciudadano se ha convertido en el objeto pasivo de cuidados, controles y sospechas de todo tipo. La pandemia ha mostrado sin ninguna duda que el ciudadano se reduce a su nuda existencia biológica.
Cuando hoy en día se habla de globalización y de grandes espacios y del consiguiente eclipse del Estado-nación, no hay que olvidar que esta aparente antítesis dará lugar a una transformación de los poderes estatales, pero no a su abolición. El sistema bipolar que define la política occidental seguirá funcionando en nuevas formas. La pandemia ha mostrado claramente que una estrategia ciertamente global como la prevista por la Organización Mundial de la Salud y por Bill Gates, de quien la OMS es de hecho una emanación, no puede lograrse sin la intervención decisiva de los Estados-nación, que son los únicos que pueden adoptar las medidas coercitivas que esa estrategia necesita, como lo han hecho. La epidemia —que siempre se refiere a un determinado demos— se inscribe así en una pan-demia, en la que el demos ya no es un determinado cuerpo político, sino una población biopolítica.
Forma parte de la barbarie tecnológica que estamos experimentando la cancelación de la vida de cada experiencia de los sentidos y la pérdida de la mirada, permanentemente aprisionada en una pantalla espectral.
De todo fenómeno social que muere, se puede afirmar que en cierto sentido merecía su fin, y es cierto que nuestras universidades habían alcanzado tal punto de corrupción e ignorancia de especialistas que no es posible lamentarse de ellas y que, en consecuencia, la forma de vida de los estudiantes se había vuelto igual de miserable. Sin embargo, dos puntos deben permanecer firmes:
1) Los profesores que aceptan —como lo están haciendo en masa— someterse a la nueva dictadura telemática e impartir sus cursos sólo en línea son el equivalente perfecto de los docentes universitarios que juraron lealtad al régimen fascista en 1931. Como ocurrió entonces, es probable que sólo quince de cada mil se nieguen, pero ciertamente sus nombres serán recordados junto con los de los quince docentes que no prestaron juramento.
2) Los estudiantes que aman verdaderamente el estudio tendrán que negarse a inscribirse en las universidades así transformadas y, como en su origen, constituirse en nuevas universitates, dentro de las cuales sólo, frente a la barbarie tecnológica, podrá mantenerse viva la palabra del pasado y nacerá —si es que nace— algo así como una nueva cultura.
Cada vez que se determina un valor, se plantea de hecho necesariamente un no-valor y la otra cara de la protección de la salud es la exclusión y la eliminación de todo lo que puede conducir a la enfermedad. Debería hacernos reflexionar cuidadosamente el hecho de que el primer ejemplo de una legislación en la que un Estado asume programáticamente el cuidado de la salud de los ciudadanos es la eugenesia nazi.
Si la salud se convierte en el objeto de una política estatal transformada en biopolítica, entonces deja de ser algo que atañe principalmente a la libre decisión de cada individuo y se convierte en una obligación que hay que cumplir a cualquier precio, no importa cuán alto sea.
La medicina tiene la tarea de curar las enfermedades según los principios que sigue desde hace siglos y que el juramento de Hipócrates recoge irrevocablemente. Si, al concertar un pacto necesariamente ambiguo e indeterminado con los gobiernos, se coloca en cambio en posición de legislador, no sólo no conduce a resultados positivos en el plano de la salud, sino que puede conducir a limitaciones inaceptables de las libertades de los individuos, con respecto a las cuales las razones médicas pueden ofrecer, como debería ser evidente para todos hoy en día, el pretexto ideal para un control sin precedentes de la vida social.
Comentarios
Publicar un comentario