La construcción social de la realidad- Berger y Luckman

 I. La vida cotidiana se presenta como una realidad interpretada por lo hombres y que para ellos tiene el significado subjetivo de un mundo coherente. Sus fenómenos se presentan dispuestos de antemano en pautas independientes de aprehensión de ellos mismos y que se les imponen. La realidad de la vida cotidiana se presenta ya objetivada en un orden designado antes de que yo aparezca en escena y dentro del cual esta adquiere significado para mí. Mi propia vida es un episodio en el curso externamente artificial del tiempo. Existía antes de que yo naciera y seguirá existiendo después de que yo muera. Cuento solo con una determinada cantidad de tiempo disponible para realizar mis proyectos, y este conocimiento afecta mi actitud hacia esos proyectos. Esta estructura temporal proporciona la historicidad que determina mi situación en el mundo de la vida cotidiana.

Estas objetivaciones por las cuales se ordena el mundo conforman la conciencia del sentido común. Este conocimiento es el que comparto con otros en las rutinas normales y auto-evidentes de la vida cotidiana, mediante la interacción social. En la situación "cara a cara" los otros son aprehendidos y tratados según los esquemas tipificadores de la realidad, de igual modo, el otro también me aprehende de manera tipificada. En esta interrelación, el grado de interés y el grado de intimidad pueden combinarse para aumentar o disminuir el anonimato de la experiencia. Mientras más se alejan del "aquí y ahora" y la situación "cara a cara" las tipificaciones se vuelven progresivamente anónimas. La suma total de estas tipificaciones y de las pautas recurrentes de interacción, establecidas por intermedio de ellas, conforman la estructura social de la realidad.

La expresividad humana es capaz de objetivarse en signos y estar al alcance de los hombres, sirviendo como índices duraderos de los procesos subjetivos de quienes lo producen y estando disponibles más allá de la situación "cara a cara" en la que pueden aprehenderse directamente. La realidad de la vida cotidiana no solo está llena de objetivaciones, sino que es posible únicamente por ellas. El lenguaje es el sistema de signos más importante de la sociedad humana y sustenta las objetivaciones comunes de la vida cotidiana, se presenta como una facticidad externa a mí mismo y su efecto sobre mí es coercitivo porque me obliga a adaptarme a sus pautas (reglas sintácticas, términos, categorías, etc.). Por lo tanto, el lenguaje construye enormes edificios de representación simbólica y constituye campos semánticos que ordenan el acopio social de conocimiento que se transmiten de generación en generación y está al alcance del individuo en la vida cotidiana.

II. La humanidad específica del hombre y su socialidad están entrelazadas íntimamente. Los significados otorgados por el hombre a su actividad habitualizada durante una tipificación recíproca conforman el inicio de la institucionalización. Las tipificaciones de las acciones habitualizadas que constituyen las instituciones, siempre se comparten, son accesibles a todos los integrantes de un determinado grupo social, y la institución misma tipifica tanto a los actores individuales como a la acciones individuales.

Estas instituciones requieren legitimación, o sea modos de explicarse y justificarse, mediante la objetivación e historización de estas y empleando mecanismos específicos de control social. La transmisión de sus significados se basan en el reconocimiento social como soluciones "permanentes a problemas de una sociedad dada. Esto implica un proceso educativo que grabe indeleblemente los significados institucionales en la conciencia del individuo, si fuese necesario mediante procedimientos coercitivos. Por ejemplo, no es suficiente construir un subuniverso esotérico de la medicina, hay que convencer al profano de que es justo y beneficioso. Así se intimida a la población en general con imágenes del daño que acarrea "desobedecer los consejos del doctor" y se la disuade de hacerlo recordándole los beneficios pragmáticos del acatamiento y apelando al horro común que inspiran la enfermedad y la muerte. Para subrayar su autoridad, la profesión médica se envuelve en los símbolos inmemoriales del poder y el misterio, desde la vestimenta exótica hasta el lenguaje incomprensible, recursos que por supuesto los médicos legitiman ante sí mismos y ante el público en términos pragmáticos.

El problema de legitimación surge inevitablemente cuando las objetivaciones del orden institucional (en su desarrollo histórico) deben transmitirse a una nueva generación. Existen tres niveles de legitimación. El primero surge tan pronto como se transmite un sistema de objetivaciones lingüísticas de la experiencia humana, constituyen un referente informativo y auto-evidente. El segundo nivel contiene proposiciones teóricas en forma rudimentaria, esquemas explicativos pragmáticos que se relacionan con acciones concretas (proverbios, sentencias, máximas morales). El tercer nivel contiene teorías explicitas por las que un sector institucional se legitima en términos de un cuerpo de conocimiento diferenciado, que en razón de su complejidad y diferenciación suelen encomendarse a personal especializado. En otras palabras, el universo simbólico se legitima e incluso modifica mediante los mecanismos conceptuales construidos para resguardar el universo "oficial" contra el desafío de los grupos heréticos. Existen dos aplicaciones de los mecanismos conceptuales para el mantenimiento de los universos: la terapia y la aniquilación. La terapia busca asegurarse que los desviados, de hecho o en potencia, permanezcan dentro de las definiciones institucionalizadas de la realidad. Eso requiere un cuerpo de conocimiento que incluya una teoría de la desviación, un aparato para diagnósticos y un sistema conceptual para el proceso curativo. La aniquilación, a su vez, utiliza un engranaje para liquidar conceptualmente todo lo que esté fuera de dicho universo, niega la realidad de cualquier fenómeno o interpretación de fenómenos que no encaje dentro de ese universo. Primero: Suele usarse con más frecuencia con los individuos o grupos indeseables y extraños a la sociedad, neutralizándolos mediante la adjudicación de un estatus ontológico inferior, y por lo tanto un estatus cognoscitivo carente de seriedad, extendiéndose a todas las definiciones que existan fuera del universo simbólico. Por ejemplo, a las personas que representan una amenaza pueden considerárseles como menos que humanos, congénitamente desorientados con respecto al orden justo de las cosas, moradores de tinieblas cognoscitivas irremediables. El trato con los desviados dentro de la sociedad varía desde la liquidación física hasta mantener una relación amistosa, dependiendo de las circunstancias y el poder material del grupo liquidado conceptualmente. Segundo: la aniquilación busca explicar las definiciones desviadas de la realidad según conceptos que pertenecen al universo propio. Las concepciones desviadas no solo reciben un estatus negativo, sino que se abordan teóricamente en detalle con el fin de incorporarlas dentro del universo propio, traduciéndolas a términos "más correctos", y así liquidarlas definitivamente. 

Cuanto más abstractas resultan las legitimaciones, menos probabilidad existe de que se modifiquen según las cambiantes exigencias pragmáticas, y funcionan en el sentido de que son normales y establecidos dentro de la sociedad que se trate. Esto no significa que no existan escépticos, que todos sin excepción hayan internalizado por completo la tradición, sino más bien que lo que hay de escepticismo no se ha organizado socialmente como para presentar un reto a los sostenedores de la tradición oficial. La competencia también puede aislarse dentro de la sociedad, segregarse conceptual y socialmente, y en esa forma volverse inocua en lo que concierne al monopolio tradicional

Las instituciones y los universos simbólicos se legitiman por medio de individuos vivientes, que tienen ubicación e intereses sociales concretos. Los roles que ellos representan conforman orden institucional como totalidad integrada. Las teorías legitimadoras siempre forman parte de la historia de la sociedad como un todo.

III. La sociedad existe como realidad objetiva y subjetiva en relación dialéctica compuesta de tres momentos: externalización, objetivación e internalización. El proceso ontogenético por el cual se realiza este proceso se llama socialización. La socialización primaria es la primera por la que el individuo atraviesa en la niñez; por medio de ella se convierte en miembro de la sociedad. La socialización secundaria es cualquier proceso posterior que induce al individuo ya socializado a nuevos sectores del mundo objetivo de su sociedad. La primera es la más importante para el individuo ya que conforma la estructura básica de toda socialización secundaria. De este modo el individuo no solo nace dentro de una determinada estructura social objetiva, sino también dentro de un mundo social objetivo mediatizado por significantes que particularizan en la vida individual la dialéctica general de la sociedad.

En la socialización primaria no existe ninguna elección de otros significantes. La sociedad presenta al individuo un grupo definido de significantes que debe aceptar como tales sin posibilidad de optar por otro arreglo. El niño se identifica automáticamente con  las reglas de juego que los adultos disponen, internaliza ese mundo como inevitable, el único que existe y que se puede concebir. Por otro lado, en la socialización secundaria, el individuo internaliza "submundos" institucionales o basados sobre instituciones. Cualesquiera que sean los nuevos contenidos que haya que internalizar deben superponerse al mundo internalizado en la socialización primaria, generando problemas de coherencia entre las internalizaciones originales y las nuevas. En tal sentido, la socialización exitosa es la que establece un alto grado de simetría entre la realidad objetiva y subjetiva, y la socialización deficiente es la asimetría notoria entre ambas. Un elemento clave de la relación dialéctica entre la realidad subjetiva y objetiva es la identidad. Esta se forma y mantiene en los procesos y estructuras sociales. En la dialéctica entre la naturaleza y el mundo socialmente construido, el propio organismo humano se transforma

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