Genealogía del “pase Covid”- Daniel Espinosa (Hildebrandt N°566).

El carácter superfluo de la información manejada y difundida por los medios masivos podría llevarnos a imaginar que, ante la pandemia, a unos bienintencionados científicos se les ocurrió que la imposición de un pasaporte sanitario sería útil.

Nada más alejado de la verdad. La identificación digital y biométrica de cada ser humano sobre el planeta –que indicará su nivel de obediencia con respecto a ciertos mandatos y “nuevas normalidades”– es el viejo proyecto de una élite adicta al control y ensoberbecida por el poder.

En el Perú neoliberal –donde el gobierno no tiene posiciones propias y solo atina a acatar los dictámenes de las autoridades globales– ya le pusieron fecha local a un ultimátum universal: a partir del 15 de diciembre, quienes no posean un salvoconducto sanitario serán excluidos de los lugares públicos.

Mientras tanto, en Austria acaban de decretar el encierro de los no vacunados, amenaza que ha sido lanzada también a los australianos. ¡El mundo cambió con la velocidad de un estornudo! Bastó una gran emergencia global para que nos dejáramos imponer los cimientos, la columna vertebral de una futura distopía. De ahora en adelante, mostraremos nuestros papeles si queremos salir a caminar por el parque o ir al café. Pero antes de indagar en el origen del “pasaporte Covid” y quiénes lo promueven, zanjemos brevemente una cuestión: ¿qué base científica fundamenta esta medida coercitiva?

La “vacuna” de ARN no impide el contagio ni la infección. Ese es un hecho irrefutable que hasta Anthony Fauci –ese burócrata mitómano– ha aceptado. Hoy, los países con mayores índices de Covid-19 son, casualmente, los más vacunados, como Singapur o Israel. No solo eso: aquel que ya pasó por la enfermedad tiene una inmunidad superior a la del vacunado y de mayor duración. Pero nadie lo está tomando en cuenta, ¿eso no nos dice nada? Los enfermeros y médicos con inmunidad natural –pero no vacunados– están siendo expulsados de los hospitales, cuando cualquier política realmente preocupada por la salud los aprovecharía sobre todo a ellos.

Pero los promotores del pase sanitario han perdido toda capacidad de ocultar su medida detrás de “la ciencia”. Los casos de los países más vacunados comprueban fácilmente que las vacunas que “gotean” –es decir, las que no inmunizan– no nos ayudarán a alcanzar la deseada inmunidad de rebaño. Al contrario, varios científicos rechazados por la propaganda y silenciados por la censura explican que la presente vacunación masiva, al no ofrecer una protección esterilizante, producirá más y más mutaciones del virus.

Y antes de aceptar la imposición de una identificación digital cuya información condicionará nuestro acceso a espacios públicos –y que de ninguna manera será “temporal”, como pretende la ingenuidad–, el lector debe tener muy claro que, en los países más inoculados, dos dosis ya no son suficiente para contar al ciudadano como “vacunado”. ¿Ya sopesó la posibilidad de que su salvoconducto o pasaporte Covid pierda vigencia si no se inocula sabe dios cuántos “boosters”, sabe dios cada cuántos meses? ¿Sabía que la protección provista por la terapia de ARN mensajero –llamada “vacuna” por márquetin y para facilitar su aprobación exprés– solo dura entre 3 y 6 meses?

PLANES DE ÉLITE

Como explica el investigador Jeremy Loffredo, detrás de la presión internacional para la adopción de sistemas de identificación biométrica se encuentra una constelación de instituciones neoliberales supranacionales, “guiadas por financistas de la oligárquica industria tecnológica”. Ellos se sirven de su dominio de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para, desde ahí, promover la medida a nivel global como una iniciativa relacionada a la salud y el bienestar de la especie. Por supuesto, la máxima protagonista entre los acaudalados donantes y filántropos de la oligarquía tecnológica no es otra que la Fundación Gates, que recientemente financió la redacción de una guía de implementación de certificados de vacunación para la OMS, con la ayuda de representantes de alto nivel del Banco Mundial.

Como explica la revista “Foreign Affairs”: “pocas iniciativas políticas o estándares normativos de la OMS son anunciados si antes no han sido aprobados de manera no oficial por el equipo de la Fundación Gates”. Otro promotor de la identificación global es Davos –el Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés)–, que cada año reúne a los líderes del capitalismo reinante con políticos de élite para decidir por dónde irá el mundo. En enero de este año, el WEF se alió con gigantes privados de la tecnología como Microsoft, Oracle y Salesforce, para lanzar Vaccine Credential Initiative (VCI), un sistema de identificación inteligente diseñado para ser reconocido por gobiernos e instituciones públicas y privadas de toda índole.

La iniciativa pretende convertirse en un estándar global y ya está operando en algunos estados de EE.UU. gracias a la pandemia. En la India, algunos de los promotores internacionales de VCI ya han tomado parte en la implementación a gran escala de un proyecto piloto de identificación biométrica que condiciona al portador con respecto a qué servicios o bienes sociales puede acceder, además de registrar su movimiento y costumbres de consumo. De cara al público, la medida se vende como una forma de fomentar la inclusión y llevar la ayuda social del gobierno al ciudadano de manera ordenada; de cara a las grandes corporaciones, este tipo de proyectos son presentados como una enorme oportunidad de negocios, pues incluirá a miles de millones de personas “no bancarizadas” en el sistema financiero internacional. 

Este aparato indio de identificación biométrica se llama Aadhaar y ya cuenta con cientos de millones de usuarios. La tecnología fue diseñada por IDEMIA, un contratista militar francés, y puesta a funcionar en 2014 cuando el primer ministro Narendra Modi llegó al poder. Quien dirige el sistema, un tal Nandan Nilekani, es llamado el “Bill Gates de Bangalore”. El mismo Gates, socio de Nilekani, manifestó en 2019 que Aadhaar era un “gran activo” para el subcontinente indio, permitiendo “los pagos digitales y la fácil apertura de cuentas bancarias”. Loffredo no lo ve con el mismo entusiasmo: “Detrás del sesgo neoliberal, Aadhaar ha sido un desastre para las poblaciones más vulnerables y estigmatizadas de la India”. En 2017, por ejemplo, se dieron varias muertes por inanición cuando, debido a un registro defectuoso de huellas digitales, a varias familias pobres se les negó sus raciones de alimento durante meses. 

Pero el meollo del asunto radica en que el gobierno de Modi ha ido convirtiendo el sistema de identificación biométrica Aadhaar en una suerte de panóptico virtual: “una base de datos de 360 grados para dar seguimiento a cada (ciudadano) indio”, en palabras del “Huffington Post”, que realizó un largo reportaje al respecto en septiembre de 2020. “Si los planes de Modi, sus burócratas y consejeros llegan a realizarse, este sistema registrará automáticamente al ciudadano cuando viaje entre ciudades, se cambie de trabajo, compre nuevas propiedades, cuando nazca un nuevo miembro de su familia, cuando muera, se case o se mude al hogar de su cónyuge… no hay límites para la cantidad de información que puede recolectar”, explica el medio norteamericano. 

“Un sistema de vigilancia masiva sin restricciones, como este, puede amenazar la libertad como nada visto previamente”, explicó Chinmayi Arun, un miembro del Proyecto para la Sociedad de la Información de la Universidad de Yale con experiencia enseñando derecho en la India. Como explica este experto, los resguardos en ese país, cuando se trata de proteger la privacidad individual, son muy débiles: “…esta vigilancia orwelliana, ya casi completada, cambiará el balance de poder entre los ciudadanos y el Estado”. Para colmo, en 2018, el diario “Indian Tribune” pudo comprar información personal y presuntamente confidencial de los usuarios de Aadhaar. Solo le tomó $6 dólares y 10 minutos. 

En 2016, la Fundación Gates financió el proyecto ID4D (Identificación para el Desarrollo), del Banco Mundial, declarando el propósito de llevar proyectos del tipo Aadhaar a otros países. En el artículo titulado “La ID (identificación) digital es el catalizador de nuestro futuro digital”, un "líder joven” promovido por el WEF adelantó que “los gobiernos deberían usar Aadhaar para la entrega de servicios y masificar la inclusión financiera”. 

Y cuando se trata de desarrollar la tecnología en sí misma, lo que encontramos es que Gates, el Banco Mundial y la OMS utilizan a compañías “privadas” como Mitre, descrita por Forbes como “la organización más importante sobre la que usted jamás ha escuchado”. La compañía es oficialmente privada, pero es dirigida por militares salidos del Pentágono, exagentes del FBI y otros elementos del sector de “seguridad nacional” del gobierno estadounidense. Mitre, que también forma parte de la ya mencionada Vaccine Credential Initiative, tiene una larguísima historia de colaboración con la política exterior de EE.UU., habiendo desarrollado el sistema militar de control y comunicaciones usado en la guerra de Vietnam, por citar solo un ejemplo. 

El asunto dista bastante de ser polémico o incluso complicado: quienes dirigen el mundo no tienen planeado consultarle nada a nadie. La democracia no es lo suyo y aprovecharán toda emergencia y estado de excepción. Sus políticas, que implementan a través de varios frentes institucionales, de ninguna manera pueden ser tomadas como neutrales y carentes de un trasfondo geopolítico, económico e ideológico. Los vástagos del neoliberalismo están imponiendo sus políticas globalizantes de manera vertical sobre un mundo distraído y atemorizado, que ha olvidado el valor de los principios democráticos sobre los cuales se erigió.

Como señaló el filósofo Giorgio Agamben, lo que define estos cambios es que “no llegan de la mano de nuevos cuerpos legales, sino de un estado de excepción”. Es decir, de la “suspensión efectiva” –supuestamente temporal– “de las garantías constitucionales”. El resultado será: “vaciar a los parlamentos de su poder”, prevé el italiano.

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