Vacunas que no son tales- Daniel Espinosa (Hildebrandt en sus Trece N°557)

 El Dr. Peter Doshi, Ph. D., es editor de la prestigiosa “British Medical Journal” (BMJ), una de las revistas médicas más antiguas y reputadas del mundo. El 2 de noviembre, el también profesor de la Universidad de Maryland formó parte de un panel de expertos organizado por el senador republicano de Wisconsin, Ron Johnson. En él, además de poner en duda que nos encontremos ante una “pandemia de los no vacunados” –como repiten en la prensa corporativa–, Doshi llamó la atención sobre recientes cambios en los diccionarios con respecto al significado de palabras como “vacuna”.

Sin tales cambios, explica Doshi, la “vacuna” experimental de ARN mensajero no hubiera podido ser clasificada como tal. Sin esta etiqueta, la droga producida por Pfizer, Moderna y AstraZeneca difícilmente habría conseguido permisos de emergencia y distribución global. En otras palabras, el medicamento en cuestión –en realidad, una terapia genética– se ha colgado astutamente del prestigio del concepto de vacuna, sólidamente instalado en el imaginario popular, para hacer tragable su imposición masiva y cuasi obligatoria.

Por su parte, la definición de “pandemia” ya había sido modificada en 2009 –en pleno brote de la gripe porcina H1N1– por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Como veremos, esa decisión fue ampliamente criticada y hasta tildada de sospechosa.

Mientras decenas de miles protestan contra el “pase Covid” en Europa y Australia, debemos repasar los términos que usamos para discutir –y pensar– la emergencia global. Algunos de ellos han sido modificados para calzar con las necesidades de la propaganda. Después de todo, formamos parte de sociedades que hace mucho aceptaron formas de comunicación masiva netamente viscerales, diseñadas para truncar el proceso racional y producir la obediencia mediante el puro miedo. Por eso la censura reina nuevamente y el oscurantismo amenaza con volver para quedarse, como vienen advirtiendo los científicos que no están en el bolsillo de la poderosa Big Pharma.

El pasado 13 de noviembre, otro editor del BMJ –Kamran Abbasi– escribió sobre la “politización, corrupción y supresión de la ciencia” durante la emergencia:

“Políticos y gobiernos están suprimiendo la ciencia. Lo hacen en interés público, eso dicen… la pandemia ha revelado cómo el complejo político-médico puede ser manipulado en emergencia…”. Abbasi explica que la respuesta pandémica británica está llena de secretismos injustificados. Cuando ellos ceden, lo que se observa entre la sombra –en cuanto a los grupos de planificación gubernamentales– es una clara subrepresentación de la salud pública en favor del sector privado.

“La respuesta pandémica británica depende fuertemente de científicos y burócratas con preocupantes conflictos de interés… algunos tienen acciones en compañías que fabrican pruebas, tratamientos y vacunas. (…) Fundamentalmente, la supresión de la ciencia, ya sea demorando publicaciones, seleccionando investigaciones (políticamente) favorables o amordazando científicos, es un peligro para la salud pública”, señala Abassi,quien recuerda además que la politización de la ciencia “ha sido ejercida con entusiasmo por algunos de los peores autócratas y dictadores, y ahora, desgraciadamente, es común en las democracias”.

¡Advertidos estamos!

NEOLENGUA

Al crear la figura de neolengua (“newspeak”, en el inglés original), George Orwell describió una práctica que tenía por objetivo hacer inviable cualquier forma de pensar o expresarse contrarias al régimen. En “1984”, las palabras que pudieran suscitar dudas en la mente de la población sometida eran extirpadas del lenguaje o modificadas en cuanto a sus acepciones inconvenientes. Parece que las advertencias del escritor inglés siguen siendo tomadas como manual de operaciones u hoja de ruta.

En septiembre de este año, el término “vaccination” (vacunación, en inglés) fue oficialmente modificado por el Center for Disease Control and Prevention de Estados Unidos (CDC). Hasta entonces, el vocablo hacía referencia a: “el acto de introducir una vacuna en el cuerpo para producir inmunidad ante una enfermedad específica”. Ahora, la palabra “inmunidad” ha sido cambiada por “protección”. Por lo oportuno del hecho, los escépticos y otros malvados aseguran que el cambio se dio para poder incluir a las inoculaciones de ARN mensajero –que no inmunizan– en la categoría política y comercialmente conveniente de “vacuna”.

En defensa del cambio, un representante de la CDC le dijo al medio “McClatchy News” (27/09/21) que: “la definición anterior podía entenderse como que las vacunas son 100 % efectivas, que no es el caso para ninguna…”. Sin embargo, así es exactamente como lo entendió el mundo entero durante décadas, pues siempre se dio por hecho que las vacunas nos hacían inmunes, término que la Real Academia Española define como: “no atacable por ciertas enfermedades”. Pero claro, nada es perfecto. A esa sencilla conclusión podría reducirse la vaga respuesta de la CDC, que al final resulta cierta por mucho que sea engañosa. En cuanto a las revolucionarias y experimentales inoculaciones que estos milagros de la semántica han elevado a la calidad de vacuna, la publicidad de las farmacéuticas –como Moderna– deja ver que la tecnología de ARN mensajero siempre fue presentada, sobre todo, como una “plataforma” genética, diseñada para hacer que el cuerpo del paciente produzca determinadas sustancias, como algunas proteínas. Actualmente, los vacunados con ARN mensajero producen sintéticamente la proteína que el SARSCoV- 2 usa para acoplarse a las células humanas.

Llamémosle como le llamemos, este tipo de tratamiento no opera como una vacuna en el sentido tradicional de la palabra, sino que “jaquea el software de la vida” y les dice a nuestros genes qué hacer, como explicó Tal Zaks –ejecutivo médico en jefe de Moderna– en una charla TED de 2017. El título de esta conferencia, vista por más de cien mil personas en YouTube, fue (traducido al castellano): “Reescribiendo el código genético: fabricando una cura para el cáncer”.

Como mencionamos al inicio, la definición de “pandemia” –tal como figuraba en la web de la OMS– fue modificada el 4 de mayo de 2009, lo que facilitó que un brote internacional de gripe H1N1 fuera declarado como tal un mes después. El Dr. Peter Doshi, quien investigó el asunto en 2011, comenta que una de las críticas hechas a esta organización anexa a Naciones Unidas fue que no quería revelar los nombres de quienes conformaban su Comité de Emergencia para la gripe H1N1, lo que –nuevamente– suscitó sospechas de probables conflictos de interés.

¿Cuál fue el cambio en la definición de pandemia? La formulación inicial decía: “una pandemia de gripe ocurre cuando un nuevo virus de la gripe aparece, para el cual la población humana no tiene inmunidad, resultando en muchas epidemias simultáneas en todo el mundo, con enormes cantidades de muerte y enfermedad”. La modificación de mayo de 2009 consistió en quitar: “enormes cantidades de muerte y enfermedad”. Como explica Doshi en su investigación para la BMJ, el Consejo de Europa citaría ese cambio como evidencia de que la OMS había cambiado la definición para poder declarar pandemia sin necesidad de demostrar la intensidad del brote de H1N1 en cuanto a su efecto en la salud humana. 

Las acciones de la OMS de 2009 llevaron a varios gobiernos a comprar miles de millones de dólares en medicinas para una pandemia que nunca llegó. Las farmacéuticas celebraron sus enormes ventas. El dinero salió del fisco de los países afectados y de los bolsillos de sus desorientadas gentes. Otros médicos, como Luc Bonneux y Wim Van Damme, el primero holandés y el segundo belga, fueron más duros que Doshi, asegurando que la política pandémica de la OMS “nunca fue fundamentada con evidencia, sino con miedo y los peores escenarios posibles”.

¿PANDEMIA DE LOS NOVACUNADOS?

En la prensa que solo sabe de versiones oficiales se viene repitiendo que la tercera ola constituiría una pandemia de los “no vacunados”. La evidencia que suele presentarse es relativamente débil o se limita a declaraciones sueltas, hechas por especialistas a partir de su percepción personal. La “evidencia” en favor de este argumento toma casos aislados de ciudades o países que, en un determinado rango de tiempo, vieron cierta preponderancia de no vacunados entre los pacientes y muertos por Covid-19, pero deja de lado todos los casos en los que la situación fue la opuesta.

A mediados de agosto, por ejemplo, en la revista “Science” se publicó “Una siniestra advertencia de Israel”. El artículo advertía que, con el 78 % de su población mayor de 12 años totalmente vacunada (dos dosis), el país ostentaba una de las tasas de infección más altas del mundo, con 650 nuevos casos por millón al día. Más de la mitad de estos nuevos casos se daban en vacunados. Un dato más importante aún: “al 15 de agosto, 514 israelíes han sido hospitalizados con Covid-19 severo o crítico. De los 514, 59 % estaban totalmente vacunados”.

El 20 de noviembre, “The Lancet” publicó un artículo advirtiendo sobre la “estigmatización” de los no vacunados. Su autor, el médico alemán Gunter Kampf –de la Universidad de Medicina de Greifswald y el Instituto para la Higiene y la Medicina Ambiental–, ofrece algunos ejemplos para demostrar que los vacunados tienen un rol relevante en la transmisión del Covid-19 y, por lo tanto, en la pandemia: “En Massachusetts, EE.UU., se detectó 469 casos en varios eventos de julio de este año. De ellos, 346 (74 %) estaban parcial o totalmente vacunados. De este nuevo total, 274 (79 %) fueron sintomáticos… (ello) indicaba una carga viral alta incluso en los totalmente vacunados”.

El alemán Kampf concluye que es equivocado y hasta “peligroso” hablar de una pandemia de los no vacunados, lo que incluye “a nuestros pacientes, colegas y otros ciudadanos…”; en su lugar, debemos hacer un “esfuerzo extra por unir a la sociedad”. Ojalá el consejo llegue a sus colegas en el gobierno austriaco.

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