Dos años de terror- Daniel Espinoza (Hildebrandt en sus Trece N° 570)

Decía Mark Twain -con su refrescante ironía- que, si de pronto nos viéramos del lado de la mayoría, sería reflexionar. En el mundo contemporáneo, esta mayoría parece haber aceptado de buena gana que se nos movilice mediante el terror, exagerando todo peligro y produciendo, de manera periódica, estados mentales que solo pueden calificarse como psicosis colectiva.

La forma de violencia preferida por el poder en nuestros tiempos no es más la de los fusiles – al menos no en primera instancia-, sino la de la propaganda y la guerra psicológica. El ataque no es físico ni sangriento, ni la imposición obvia y abierta, pero el resultado es inmejorable: la libertad es cedida ahí donde antes debía ser arrebatada. Es por eso que Noam Chomsky hace el siguiente símil: mientras que la dictadura usa el garrote, la democracia- o esto que llamamos democracia- emplea la propaganda.

Veamos un ejemplo de los que se puede lograra mediante esta forma de violencia que las autoridades “democráticas” y medios de comunicación masiva practican de manera totalmente impune desde hace ya varias décadas, siempre escudándose en un supuesto bien común o en una supuesta búsqueda de seguridad. A fines de 2020, a varios miles de estadounidenses se les pidió que estimaran qué porcentaje de los muertos a causa de Covid 19 pertenecía al grupo etario que comprende a los jóvenes hasta los 24 años. A causa de la propaganda de pánico y ansiedad vertida sobre ellos y el mundo durante los meses anteriores, los entumecidos encuestados fallaron estrepitosamente.

“Cuando les pedimos estimar la fracción de muertos por edad, el americano promedio exageró dramáticamente aquella correspondiente a los fallecidos en el rango de 24 años para abajo, expresando que representaba el 8% (del total), cuando en realidad era el 0,1% hasta agosto del 2020 y ha permanecido así desde entonces. El hecho de que el Covid-19 representa un riesgo de mortalidad mucho mayor para los viejos que para los jóvenes fue una de las características más claras desde el inicio, es bastante llamativo que los americanos sigan desinformados sobre este hecho básico y continúen viéndolo a través de un lente político”.

Cuando a los mismos encuestados estadounidenses se les pidió que estimaran qué porcentajes de los infectados de Covid-19 terminaba hospitalizado, la diferencia entre la realidad y lo percibido fue incluso mayor: “menos de uno de cada cinco adultos contestó correctamente, (es decir) entre el 1% y el 5%. Muchos adultos (35%) estimaron que la mitad de los infectados necesitaba hospitalización”.

Estos gruesos errores de percepción no son un accidente, sino que tienen su origen en la acción deliberada de una autoridades y medios de comunicación que no tienen respeto por nuestra integridad psicológica y por nuestra dignidad humana. No conocen límites cuando se trata de crear poderosos climas de ansiedad y estrés, mientras estos resulten favorables a los objetivos políticos de la élite propietaria de esos medios, de las farmacéuticas y de las instituciones supranacionales que ahora deciden todo por nosotros, a pesar de que no responden a ningún proceso de rendición de cuentas propio de un sistema democrático.

En un artículo de Simon Ruda, director de un centro de psicología conductual que apoya a diversos gobiernos, habla de sus remordimientos con respecto a una serie de medidas usadas durante la pandemia: “En mi opinión, el error más atroz y de mayor alcance cometido al responder a la pandemia ha sido el nivel de miedo voluntariamente transmitido al público. Inicialmente dirigido a impulsar el cumplimiento (de las medidas), ese miedo parece haber impulsado posteriormente las decisiones políticas en un ciclo de retroalimentación preocupante”.

Con “ciclo de retroalimentación preocupante”, Ruda se refiere a que el gobierno empezó a operar a partir del miedo y el estrés fabricado por sus propios propagandistas. El experto en psicología conductual también compartió la siguiente perla: “ De hecho, son justamente los proponentes de la evidencia (científica)… nuestras mejores y más educadas élites, las qye en muchas ocasiones se muestran más renuentes a escuchar información que ponga en duda su visión del mundo o vaya en contra de su identidad”. Su observación va de la mano con lo que muchos estudiosos de la propaganda vienen asegurando desde hace casi un siglo: la élite suele ser el grupo social mejor adoctrinado y menos reflexivo.

Al diseñar y llevar a cabo estas campañas de guerra psicológica en contra de las ciudadanías del mundo, produciendo miedo y estrés generalizados, los poderes de factor y sus representantes en varias entidades gubernamentales y supranacionales -así como en los medios de comunicación tradicionales- han demostrado una total falta de respeto por la dignidad humana y la integridad psicológica de hombres, mujeres y niños de todas las edades y condiciones, desmintiendo rotundamente cualquier noción de que su accionar pudiera estar buscando (o fuera conducente a) la salud pública.

El miedo y nuestro sistema inmune.

Varios estudios científicos han asociado el estrés y el miedo a sistemas inmunes debilitados y mayores índices de mortalidad, incluso señalando de manera específica su relación con enfermedades respiratorias. En 2004 , Segerstom y Miller analizaron más de 300 estudios sobre el efecto del miedo y el estrés sobre el sistema inmune. Entre sus observaciones tenemos que: “Los estresantes más duraderos (crónicos) fueron asociados con una inmunosupresión más completa, pues fueron relacionados con bajones en todas las medidas funcionales de inmunidad examinadas”.

Sacrificio infantil.

El daño hecho a la infancia y a la juventud, que ahora se suicida más y padece en mayor mediad de trastornos psicológicos y adicciones, no fue producido “por el covid-19” -como dicen los comprometidos con la narrativa oficial-, sino por las absurdas medidas arbitrariamente elegidas para combatirlo.

Un estudio publicado recientemente menciona que: “desde el 2010, la incidencia de intentos de suicidio entre los niños ha aumentado en todo el mundo. Nuestro análisis sugiere, además, un aumento drástico de los intentos de suicidio entre los niños a finales de 2020 y principios de 2021, tras el comienzo de la pandemia de Covid-19 en Francia… varios factores contribuyeron con esta aceleración, como la sensibilidad específica de los infantes a las medidas de mitigación, el deterioro de las condiciones familiares y económicas, el incremente del tiempo ante una pantalla y la dependencia social…”

Este daño hecho a la niñez constituye un crimen de lesa humanidad que será recordado como tal mientras exista un registro fidedigno de la historia. Se sacrificó a la niñez en el altar de la ansiedad adulta. Ahora los trogloditas avanzan peligrosamente sobre las escuelas -desean convertirlas en vacunatorios- e insisten en inocular a los niños con un compuesto experimental que no necesitan. Además, insisten en verlos a todos enmascarados, ¡como si su desarrollo psicológico no fuera a verse seriamente afectado por la imposibilidad de expresarse libremente y de ver los rasgos y emociones en los rostros de sus pares y profesores!

Cómo será de innecesaria esa vacuna en infantes que, a pesar de la evidente y comprobada captura de los entes reguladores gubernamentales por parte de la Gran Farmacia, algunos especialistas dentro de la CDC estadounidense y uno de sus pares en Reino Unido, se mostraron inicialmente renuentes a autorizar la “vacuna” contra el Covid-19 para adolescentes y niños. En el caso británico, dijo lo siguiente:

“Como demuestra la evidencia, el Covid-19 rara vez ocasiona cuadros severos en niños sin comorbilidades. De momento, la perspectiva es que los mínimos beneficios para la salud ofrecidos por la vacunación universal contra el Covid-19 no son mayores a los potenciales riesgos. Casi todos los niños y jóvenes corren muy poco riesgo de padecer Covid-19…menos de 30 niños han fallecido por Covid-19 a marzo de 2021”.

Para poner ese número de fallecimientos en contexto, entre abril y diciembre de 2020, 193 niños se suicidaron en Reino Unido. Al final, por supuesto que “Big Pharma” y sus servidores en el gobierno británico como en el estadounidense terminaron ganando la contienda. En el Perú no existe ni siquiera tal contienda o debate. La gran prensa y sus “expertos” han eliminado cualquier posibilidad de discusión pública. Aseguran que todo lo que va en contra de lo impuesto por las autoridades nacionales e internacionales procede de enfermos mentales y gente alérgica a la ciencia.

Si la ciencia es tan clara con respecto a sus “vacunas”, ¿por qué acaba de salir un representante de la Unión Europea a advertir que el uso continuo de refuerzos podría comprometer la respuesta inmune? ¿Cuál es el mecanismo de ese debilitamiento o daño de la respuesta inmune? ¿No les interesa averiguarlo antes de seguir coaccionando psicológicamente a la gente para que se inocule?

Con su declaración, la UE hizo eco de un comunicado de la OMS que señala que una estrategia de vacunación “basada en repetidos refuerzos de la vacuna original, difícilmente será apropiada o sostenible”.

La narrativa oficial hace agua por todos lados. En el primer mundo, las autoridades reculan vergonzosamente y la gente sale en masa a las calles; pero la información no llega a esta provincia llamada Perú- o es relegada a breves notas puramente informativas que nadie comenta y que se publican solo por cumplir con los principios periodísticos más elementales-; esto les permite a nuestras extraviadas autoridades  redoblar su coacción y su propaganda, mostrando una seguridad que no se basa en la evidencia sino en la confianza en la autoridad, todo esto con la obtusa anuencia del periodismo. El resultado es una población efectivamente hipnotizada.

El nuevo chivo expiatorio.

No existe un grupo homogéneo detrás de quienes se niegan a vacunarse. Muchos “antivacunas” ya se han inoculado con el ARN sintético, pero se niegan a la instalación del totalitarismo de los “pases Covid”, una nueva forma de apartheid totalmente opuesta a los derechos humanos y carente de base científica. ¿Dónde quedó la idea de no discriminar en base a raza, género, condición social o situación médica? ¿Existía una excepción que explicara que esa discriminación era aceptable, siempre y cuando primero se nos asustara de muerte?

Otros mal llamados “antivacunas” ya tienen dos dosis, pero temen tener que ponerse continuos refuerzos, sin final a la vista. A estas alturas es absolutamente obvio que la protección de la inoculación de ARN es temporal. Atendiendo al aviso de la UE, ¿qué sucederá con la respuesta inmune de los inoculados cuando dejen de reforzarse con constantes inyecciones?

“Antivacunas” es el nuevo término peyorativo para designar al problema que, supuestamente, nos impide salir adelante como sociedad. Este nuevo chivo expiatorio también sirve para encubrir décadas de políticas neoliberales que mantuvieron nuestros sistemas de salud pública en el raquitismo, así como para tapar la ya conocida incapacidad de nuestros médicos para buscar la salud pública independientemente del afán de lucro de las grandes farmacéuticas que le pagan comisiones, congresos y viajes al caribe. Esas prebendas esclavizaron su signa profesión, mientras la enorme mayoría se conforma o calla.

Los mal llamados “antivacunas” no comparten una ideología política ni son movilizados por algún deseo egoísta e infantil de dar la contra. Basta con ver las marchas por todo el mundo para entenderlo. Muchas de ellas están siendo ocultadas por la prensa o tergiversadas para que parezcan cosa de neonazis. En realidad, los argumentos en contra de la presente inoculación universal- por no decir totalitaria- no provienen de ningún “antivacunas”. Los medios masivos y sus médicos se han convertido en expertos cuando se trata de armar hombres de paja. Lo que ocultan es que la crítica más significativa y sustancial no viene de orates que deambulan en las redes sociales, ni de extremistas políticos, sino de otros médicos y científicos con los que ellos se rehúsan a debatir. Eso es lo que se oculta detrás del cliché “antivacunas”.

Aquí tiene, por ejemplo, a un “antivacunas”. Hace unos días, un respetado inmunólogo y profesor de la Universidad de Tel Aviv, el Dr. Ehud Qimron, escribió una potente carta abierta dirigida al Ministerio de Salud de Israel. Esta es la opinión experta que no verá en los medios (solo compartiremos algunos párrafos):

“Dos años tarde, finalmente se dan cuenta de que un virus respiratorio no puede ser derrotado…No lo admiten, porque no han admitido casi ningún error…pero, en retrospectiva, está claro que fallaron miserablemente en casi todas sus acciones, e incluso la prensa está teniéndola difícil encubriendo su vergüenza…

“Se rehúsan a admitir que la infección viene en olas que se van por si solas, a pesar de los años de observaciones y el conocimiento científico. Ustedes insistieron en atribuirle la declinación de cada ola exclusivamente a sus acciones…Se rehusaron a admitir que el testeo masivo es inefectivo, a pesar de que sus propios planes de contingencia lo señalan explícitamente…

“Se rehúsan a admitir que la recuperación (luego de la infección) protege más que la vacuna, a pesar del conocimiento previo y las observaciones que mostraron que los vacunados que no han pasado por infección son más propensos a infectarse que los recuperados…

“Se rehusaron a firmar la Declaración de Barrington, firmada por más de 60 mil científicos y profesionales sanitarios, o cualquier otra iniciativa de sentido común. Eligieron ridiculizarlos, difamarlos, distorsionarlos y desacreditarlos. Ustedes eligieron a profesionales que carecían del entrenamiento relevante en manejo de pandemias…Difamaron a los colegas que no se rindieron ante ustedes, pusieron a la gente una en contra de la otra, dividiendo y polarizando el discurso. Estigmatizaron como enemigos del público y gente que esparce enfermedades a quienes decidieron no vacunarse…

“Ustedes ocultaron información que hubiera promovido la investigación objetiva y adecuada…En su lugar, eligieron publicar artículos carentes de objetividad junto con ejecutivos de Pfizer, sobre la efectividad y seguridad de las vacunas…

“Cuando comparamos las políticas destructivas que ustedes apoyaron con las políticas más cuerdas de otros países, se ve claramente que la destrucción que han causado solo ha añadido víctimas más allá de los vulnerables al virus”.

El problema es eso que llamamos “periodismo”.

Debemos recordar, volviendo al asunto central de este artículo, que ninguna institución-pública o privada- tiene derecho a aterrorizar a ningún ciudadano en virtud de ninguna agenda, por muy “benigna” que el propagandista de turno se repita a sí mismo que es dicha agenda.

En esta tragedia en curso, el periodismo ha renunciado completamente a su labor fiscalizadora para asumir un rol de mera vocería. Repiten al pie de la letra lo dicho por la OMS, la CDC, la FDA y su ministerio de salud local-entre otros-, convencidos de que, al tratarse de “ciencia”, no es necesario cuestionar, buscar fuentes alternativas, cruzar datos, corroborar o cuestionar nada. Pero la ciencia es un método, no el comunicado de alguna autoridad. Se presume que el método científico está siendo usado con integridad y que se están respetando sus procesos y hallazgos. El periodismo debe dejar este tipo de presunciones para los relacionistas públicos de “Big Pharma” y las instituciones capturadas.

Que se entienda: el poder y la ciencia tienen la misma relación que el poder y la verdad. Son antitéticos. La verdad solo es útil cuando coincide con los designios y deseos del poder, pero luego tiene que ser silenciada y ocultada cuando empieza a desalinearse. Con la ciencia sucede exactamente lo mismo. Cualquier autoridad que asegure hablar en nombre de la ciencia, mientras impone regímenes de censura (como en las redes sociales), debe ser tomada como una amenaza para la sociedad.

En conclusión, los periodistas que han renunciado a cuestionar y fiscalizar a la autoridad -es decir, que han renunciado a hacer periodismo- y ahora se limitan a transmitir la versión oficial de la OMS, la CDC, la FDA o su ministerio de salud local, negando automáticamente todo lo que se oponga a esas versiones oficiales -sin siquiera prestar atención a aquello que pretenden negar y ridiculizar-, se han reducido a sí mismos a la calidad de voceros.

Exijamos que se abra el debate. Solo por citar dos ejemplos: que se hable a fondo de Ventavia, contratista al servicio de Pfizer que fue denunciado por falsificar sus experimentos- los mismo que nutren la información sobre la eficacia de su vacuna-; que se hable con honestidad de Anthony Fauci y la experimentación de “ganancia de función” en Wuhan, exponiendo claramente el hecho irrefutable de que ha mentido en repetidas ocasiones, incluso ante el Senado estadounidense y bajo juramento. Que se hable de cómo las autoridades en el primer mundo están reculando en sus medidas coercitivas y autoritarias, mientras que aquí nadie se entera.

Debatamos largo y tendido sobre lo que dicen el microbiólogo Suchart Bhakdi, los epidemiólogos Martín Kulldorf, Sumetra Gupta o Jay Bhattacharya, el biofísico y premio Nobel Michael Levitt, el virólogo Geert van den Bossche, el Dr. John ioannidis, el Dr. Steve James, el Dr. Peter Doshi, el Dr. Scott Atlas, las decenas de médicos y científicos de la Canadian Covid care Alliance o los igualmente numerosos especialistas del grupo británicos Hart, y un larguísimo etcétera.

Ninguno de ellos es “antivacunas”.

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