LA ENFERMEDAD COMO CAMINO- THORWALD DETHLEFSEN y RÜDIGER DAHLKE.
La superespecialización y el análisis son los conceptos fundamentales en los que se basa la investigación, pero estos métodos, al tiempo que proporcionan un conocimiento del detalle más minucioso y preciso, hacen que el todo se diluya.
Hasta ahora, se ha hablado muy
poco de la teoría o filosofía de la medicina. Si bien es cierto que la medicina
se sirve en gran medida de operaciones concretas y prácticas, en cada una de
ellas se expresa —deliberada o inconscientemente— la filosofía determinante.
La medicina moderna no falla por
falta de posibilidades de actuación sino por el concepto sobre el que —a menudo
implícita e irreflexivamente— basa su actuación. La medicina falla por su
filosofía o, más exactamente, por su falta de filosofía. Hasta ahora, la
actuación de la medicina responde sólo a criterios de funcionalidad y eficacia;
la falta de un fondo le ha valido el calificativo de «inhumana». Si bien esta
inhumanidad se manifiesta en muchas situaciones concretas y externas, no es un
defecto que pueda remediarse con simples modificaciones funcionales. Muchos
síntomas indican que la medicina está enferma. Y tampoco este «paciente» puede
curarse a base de tratar los síntomas.
La enfermedad es una palabra que
sólo debería tener singular; decir enfermedades, en plural, es tan tonto como
decir saludes. Enfermedad y salud son conceptos singulares, por cuanto que se
refieren a un estado del ser humano y no a órganos o partes del cuerpo, como
parece querer indicar el lenguaje habitual. El cuerpo nunca está enfermo ni
sano ya que en él sólo se manifiestan las informaciones de la mente. El cuerpo
no hace nada por sí mismo. Para comprobarlo, basta ver un cadáver.
Cuando las distintas funciones
corporales se conjugan de un modo determinado se produce un modelo que nos
parece armonioso y por ello lo llamamos salud. Si una de las funciones se
perturba, la armonía del conjunto se rompe y entonces hablamos de enfermedad.
Síntomas hay muchos, pero todos
son expresión de un único e invariable proceso que llamamos enfermedad y que se
produce siempre en la conciencia de una persona. Sin la conciencia, pues, el
cuerpo no puede vivir ni puede «enfermar». Aquí conviene entender que nosotros
no suscribimos la habitual división de las enfermedades en somáticas,
psicosomáticas, psíquicas y espirituales. Esta clasificación sirve más para
impedir la comprensión de la enfermedad que para facilitarla.
Con la diferenciación entre
enfermedad (plano de la conciencia) y síntoma (plano corporal) nuestro examen
se desplaza del análisis habitual de los procesos corporales hacia una
contemplación hoy insólita del plano psíquico. Por lo tanto, actuamos como un
crítico que no trata de mejorar una mala obra teatral analizando y cambiando
los decorados, el atrezzo y los actores, sino que contempla la obra en sí.
La medicina académica evita
cuidadosamente la interpretación del síntoma, con lo que destierra tanto al
síntoma como a la enfermedad al ámbito de lo incongruente. Con ello, la señal
pierde su auténtica función; los síntomas se convierten en señales
incomprensibles.
Aquello que en nuestro cuerpo se
manifiesta como síntoma es la expresión visible de un proceso invisible y con
su señal pretende interrumpir nuestro proceder habitual, avisarnos de una
anomalía y obligarnos a hacer una indagación. También en este caso, es una
estupidez enfadarse con el síntoma y, absurdo, tratar de suprimirlo impidiendo
su manifestación. Lo que debemos eliminar no es el síntoma, sino la causa. Por
consiguiente, si queremos descubrir qué es lo que nos señala el síntoma,
tenemos que apartar la mirada de él y buscar más allá.
Desde la llegada de la llamada
moderna medicina científica, el número de enfermos no ha disminuido ni en una
fracción del uno por ciento. Ahora hay tantos enfermos como hubo siempre
—aunque los síntomas sean otros—. Esta cruda verdad es disfrazada con
estadísticas que se refieren sólo a unos grupos de síntomas determinados. Por
ejemplo, se pregona el triunfo sobre las enfermedades infecciosas, sin
mencionar qué otros síntomas han aumentado en importancia y frecuencia durante
el mismo período.
El síntoma nos informa de que
algo falla. Denota un defecto, una falta. La conciencia ha reparado en que,
para estar sanos, nos falta algo. Esta carencia se manifiesta en el cuerpo como
síntoma. El síntoma es, pues, el aviso de que algo falta. Cuando el individuo
comprende la diferencia entre enfermedad y síntoma, su actitud básica y su
relación con la enfermedad se modifican rápidamente. Ya no considera el síntoma
como su gran enemigo cuya destrucción debe ser su mayor objetivo, sino que
descubre en él a un aliado que puede ayudarle a encontrar lo que le falta y así
vencer la enfermedad. Porque entonces el síntoma será como el maestro que nos
ayude a atender a nuestro desarrollo y conocimiento, un maestro severo que será
duro con nosotros si nos negamos a aprender la lección más importante. La
enfermedad no tiene más que un fin: ayudarnos a subsanar nuestras «faltas» y
hacernos sanos.
La curación se consigue
incorporando lo que falta y, por lo tanto, no es posible sin una expansión de
la conciencia. Enfermedad y curación son conceptos que pertenecen
exclusivamente a la conciencia, por lo que no pueden aplicarse al cuerpo, pues
un cuerpo no está enfermo ni sano. En él sólo se reflejan, en cada caso,
estados de la conciencia.
Esta vida y este mundo adquieren
confluencia cuando nuestro objetivo se cifra en superarlos. La finalidad de una
escalera no es la de servir de peana sino de medio para subir. La pérdida de
este punto de referencia hace que en nuestro tiempo la vida carezca de sentido
para mucha gente, porque el único sentido que nos queda se llama progreso. Pero
el progreso no tiene más objetivo que más progreso. Con lo cual lo que era un
camino se ha convertido en una excursión.
La polaridad de nuestra
conciencia nos coloca constantemente ante dos posibilidades de acción y nos
obliga —si no queremos sumirnos en la apatía— a decidir. Siempre hay dos
posibilidades, pero nosotros sólo podemos realizar una. Por lo tanto, en cada
acción siempre queda irrealizada la posibilidad contraria.
El repudio de cualquier principio
es la forma más segura de que el sujeto llegue a vivir este principio.
La enfermedad hace sincera a la
gente y descubre implacablemente el fondo del alma que se mantenía escondido.
Esta sinceridad (forzosa) es sin duda lo que provoca la simpatía que sentimos hacia
el enfermo. La sinceridad lo hace simpático, porque en la enfermedad se es
auténtico. La enfermedad deshace todos los sesgos y restituye al ser humano al
centro de equilibrio. Entonces, bruscamente, se deshincha el ego, se abandonan
las pretensiones de poder, se destruyen muchas ilusiones y se cuestionan formas
de vida. La sinceridad posee su propia hermosura, que se refleja en el enfermo.
El síntoma es concreción somática de lo que nos falta en la conciencia. El
síntoma, al hacer aflorar elementos reprimidos, hace sinceros a los seres
humanos.
La culpa del ser humano es de
índole metafísica y no se origina en sus actos: la necesidad de tener que
decidirse y actuar es la manifestación física de su culpa. La aceptación de la
culpa libera del temor a la culpabilidad.
Los seres humanos siempre están
deseando cambiar las cosas y, por ello, les resulta difícil comprender que lo
único que se pide al hombre es ejercitar la facultad de contemplación. El supremo
objetivo del ser humano —podemos llamarlo sabiduría o iluminación— consiste en
contemplarlo todo y reconocer que bien está como está. Ello presupone el
verdadero conocimiento de uno mismo. Mientras el individuo se sienta molesto
por algo, mientras considere, que algo necesita ser cambiado, no habrá alcanzado
el conocimiento de sí mismo.
Haga lo que haga el ser humano,
fallará, es decir, pecará. Es importante que el ser humano aprenda a vivir con
su culpa, de lo contrario, se engaña a sí mismo. La redención de los pecados es
el anhelo de unidad, pero anhelar la unidad es imposible para el que reniega de
la mitad de la realidad. Esto es lo que hace tan difícil el camino de la
salvación: el tener que pasar por la culpa.
«El que hace el bien no lo hace
por la gloria, pero la gloria es su consecuencia. La gloria no tiene nada que
ver con la ganancia, pero reporta ganancia. La ganancia no tiene nada que ver
con la lucha, pero la lucha va con ella. Por lo tanto, el justo se guarda de
hacer el bien.»
Para ejercitar nuestro
discernimiento, necesitamos siempre dos polos pero no debemos quedarnos
atascados en su antagonismo, sino utilizar su tensión como impulso y energía en
nuestra búsqueda de la unidad. El ser humano es pecador, es culpable, pero
precisamente esta culpa lo distingue, ya que es prenda de su libertad. Nos
parece muy importante que el individuo aprenda a aceptar su culpa sin dejarse
abrumar por ella. La culpa del ser humano es de índole metafísica y no se
origina en sus actos: la necesidad de tener que decidirse y actuar es la
manifestación física de su culpa. La aceptación de la culpa libera del temor a
la culpabilidad.
La ley más íntima de cada
individuo es la obligación de encontrar y realizar su verdadero centro, es
decir, unificarse con todo lo que es.
La medicina ve en la enfermedad
una molesta perturbación del «estado normal de salud» y, por lo tanto, trata no
sólo de subsanarla lo antes posible sino, ante todo, de impedir la enfermedad
y, finalmente, desterrarla. Nosotros deseamos indicar que la enfermedad es algo
más que un defecto funcional de la Naturaleza. Es parte de un sistema de
regulación muy amplio que está al servicio de la evolución. No se debe liberar
al ser humano de la enfermedad, ya que la salud la necesita como contrapartida
o polo opuesto.
La vida es el camino de los
desengaños: al ser humano se le van quitando una a una todas las ilusiones hasta
que es capaz de soportar la verdad. Así, el que aprende a ver en la enfermedad,
la decadencia física y la muerte los inevitables y verdaderos acompañantes de
su existencia, descubrirá muy pronto que este reconocimiento no le conduce a la
desesperanza sino que le proporciona a unos amigos sabios y serviciales que
constantemente le ayudarán a encontrar el camino de la verdadera salud.
La enfermedad hace curable al ser
humano. La enfermedad es el punto de inflexión en el que lo incompleto puede
completarse. Para que esto pueda hacerse, el ser humano tiene que abandonar la
lucha y aprender a oír y ver lo que la enfermedad viene a decirle. El paciente
tiene que auscultarse a sí mismo y establecer comunicación con sus síntomas, si
quiere enterarse de su mensaje. Tiene que estar dispuesto a cuestionarse
rigurosamente sus propias opiniones y fantasías sobre sí mismo y asumir
conscientemente lo que el síntoma trata de comunicarle por medio del cuerpo. Es
decir, tiene que conseguir hacer superfluo el síntoma reconociendo qué es lo
que le falta.
El pensamiento causal de las
ciencias naturales busca la causa en el pasado, mientras que el modelo de la
finalidad la sitúa en el futuro.
No existe razón para no contemplar
el mundo desde una perspectiva causal, pero tampoco la hay para interpretar el
mundo desde la causalidad. En este caso, la pregunta indicada tampoco puede
formularse en términos de: ¿verdad o mentira?, sí no, a lo sumo, en cada caso:
¿apropiado o no apropiado?
Mientras la causalidad revela
relaciones horizontales, la analogía persigue los principios originales en
sentido vertical, a través de todos los planos de sus manifestaciones. La
analogía no busca una relación de efecto, sino que se orienta a la búsqueda de
la identidad del contenido de las distintas formas. Si en la causalidad el
tiempo se expresa por medio de un «antes» / «después», la analogía se nutre del
sincronismo del «siempre–cuando–entonces». Mientras que la causalidad conduce a
acentuar la diferenciación, la analogía abarca la diversidad para formar
modelos unitarios.
Nosotros, empero, consideramos la
búsqueda de las causas de la enfermedad el callejón sin salida de la medicina y
la psicología. Desde luego, mientras se busquen causas no dejarán de
encontrarse, pero la fe en el concepto causal impide ver que las causas
halladas sólo son resultado de las propias expectativas.
Cada manifestación posee forma y
también contenido, consiste en unas partes y también en una figura que es más que
la suma de las partes. Cada manifestación es determinada por el pasado y
también por el futuro. La enfermedad no es excepción. Detrás de un síntoma hay
un propósito, un fondo que, para adquirir formas, tiene que utilizar las
posibilidades existentes. Por ello, una enfermedad puede utilizar como causa
todas las causas imaginables.
No negamos la existencia de los
procesos materiales estudiados y descritos por la medicina, pero rebatimos con
toda energía la afirmación de que únicamente estos procesos son las causas de
la enfermedad.
Todos los sucesos que discurren sincrónicamente
a la aparición de un síntoma forman el marco de la sintomatología y deben ser
considerados en su conjunto. Para ello, no sólo hay que contemplar hechos
externos sino también y ante todo examinar procesos internos. ¿Qué
pensamientos, temas y fantasías ocupaban al individuo cuando se presentó el
síntoma? ¿Cuál era su ánimo? ¿Se habían producido noticias o cambios
trascendentales en su vida? Con frecuencia, precisamente los hechos calificados
de triviales e insignificantes resultan importantes. Puesto que con el síntoma
se manifiesta una zona reprimida, todos los hechos relacionados con él también
habrán sido desechados y minusvalorados.
Ni la mente genera síntomas
corporales ni los procesos corporales determinan alteraciones psíquicas. Sin
embargo, en cada plano encontramos siempre el modelo análogo. Todos los
elementos contenidos en la mente tienen su contrapartida en el cuerpo y
viceversa. En este sentido, todo es síntoma.
Sólo la reflexión nos hace
conscientes: si la ampliación de la conciencia produce automáticamente una
modificación subjetiva, ¡fantástico! Pero todo propósito de modificar algo
produce el efecto contrario. El propósito de dormirse enseguida es el medio más
seguro para permanecer despierto; olvidamos el propósito y el sueño viene solo.
Es conveniente sustituir un
pensamiento excesivamente analítico y racional por un pensamiento plástico,
simbólico y analógico.
El enfermo suele oponer tanta
resistencia a los cambios obligados de su forma de vida que en la mayor parte
de los casos trata por todos los medios de neutralizar la rectificación lo
antes posible, y seguir su camino, impertérrito. Nosotros, por el contrario,
consideramos importante dejarse trastornar por el trastorno. Un síntoma no hace
sino corregir desequilibrios: el hiperactivo es obligado a descansar, el
superdinámico es inmovilizado, el comunicativo es silenciado. El síntoma activa
el polo rechazado. Tenemos que prestar atención a esta intimación, renunciar
voluntariamente a lo que se nos arrebata y aceptar de buen grado lo que se nos
impone. La enfermedad siempre es una crisis y toda crisis exige una evolución.
Todo intento de recuperar el estado de antes de una enfermedad es prueba de
ingenuidad o de tontería. La enfermedad quiere conducirnos a zonas nuevas,
desconocidas y no vividas; cuando, consciente y voluntariamente, atendemos este
llamamiento damos sentido a la crisis.
Un tema o un problema puede
manifestarse a través de diversos órganos y sistemas. No hay ley que obligue a
un tema a elegir un síntoma determinado para realizarse. Esta flexibilidad en
la elección de las formas determina el éxito o el fracaso en la lucha contra el
síntoma. Desde luego, se puede combatir y prevenir un síntoma por medios
funcionales, pero en tal caso el problema elegirá a otra forma de
manifestación: es el llamado desplazamiento del síntoma.
El cuerpo es un lugar en el que
un proceso que viene de arriba llega al punto más bajo y da la vuelta para
volver a subir. Una pelota que cae necesita tropezar con la resistencia de un
suelo material en el que rebotar hacia arriba. Si mantenemos esta «analogía
arriba–abajo» los procesos mentales descienden a lo corporal para realizar aquí
su giro y poder volver a subir a la esfera de la mente.
Cada síntoma es un llamamiento a
ver y comprender el problema de fondo. Si esto no se consigue porque uno, por
ejemplo, no ve lo que hay más allá de la proyección y considera el síntoma como
un trastorno fortuito de carácter funcional, las llamadas a la comprensión no
sólo continuarán, sino que se harán más perentorias. A esta progresión que va
desde la suave sugerencia hasta la más severa presión lo llamamos fases de
escalada. A cada fase, aumenta la intensidad con la que el destino incita al
ser humano a cuestionarse su habitual visión y asumir conscientemente algo que
hasta ahora mantenía reprimido. Cuanto mayor es la propia resistencia, mayor
será la presión del síntoma.
A continuación, desglosamos la
escalada en siete etapas. Con esta división no pretendemos fijar un sistema
absoluto y rígido sino exponer sinópticamente la idea de la escalada:
1. Presión psíquica
(pensamientos, deseos, fantasías);
2. Trastornos funcionales;
3. Trastornos físicos agudos
(inflamaciones, heridas, pequeños
accidentes);
4. Afecciones crónicas;
5. Procesos incurables,
alteraciones orgánicas, cáncer;
6. Muerte (por enfermedad o
accidente);
7. Defectos o trastornos
congénitos (karma).
Pero no hay que pasar por alto
que la muerte siempre es una mensajera, dado que recuerda inequívocamente a los
humanos la simple verdad de que toda la existencia material tiene principio y
final y que, por lo tanto, es insensato aferrarse a ella. El mensaje de la
muerte siempre es el mismo: ¡Libérate! ¡Libérate de la ilusión del tiempo y libérate
de la ilusión del yo! La muerte es síntoma en tanto que expresión de la
polaridad y, como todo síntoma, se cura con la consecución de la unidad.
Los niños suelen tener un mejor
contacto con el inconsciente y, por lo tanto, poseen el valor de realizar
espontáneamente los impulsos, siempre que «las personas mayores que saben lo
que les conviene» se lo permitan. Con la edad suele aumentar la separación
respecto al inconsciente y también la petrificación en las propias normas y
mentiras, con lo cual aumenta también la vulnerabilidad a los síntomas de
enfermedad.
Regla: Cuando una observación es
acertada, duele.
RESUMEN DE LA TEORÍA
1. La conciencia humana es polar.
Esto, por un lado, nos da discernimiento y, por otro, nos hace incompletos e
imperfectos.
2. El ser humano está enfermo. La
enfermedad es expresión de su imperfección y, en la polaridad, es inevitable.
3. La enfermedad del ser humano
se manifiesta por síntomas. Los síntomas son partes de la sombra de la
conciencia que se precipitan en la materia.
4. El ser humano es un
microcosmos que lleva latentes en su conciencia todos los principios del
macrocosmos. Dado que el hombre, a causa de su facultad de decisión, sólo se
identifica con la mitad de principios, la otra mitad pasa a la sombra y se sustrae
a la conciencia del hombre.
5. Un principio no vivido
conscientemente se procura su justificación de existencia y de vida a través
del síntoma corporal. En el síntoma el ser humano tiene que vivir y realizar
aquello que en realidad no quería vivir. Así pues, los síntomas compensan todas
las unilateralidades.
6. ¡El síntoma hace sincero al
ser humano!
7. En el síntoma el ser humano
tiene aquello que le falta en la conciencia.
8. La curación sólo es posible
cuando el ser humano asume la parte de la sombra que el síntoma encierra.
Cuando el ser humano ha encontrado lo que le faltaba, huelgan los síntomas.
9. La curación apunta a la
consecución de la plenitud y la unidad. El hombre está curado cuando encuentra
su verdadero ser y se unifica con todo lo que es.
10.La enfermedad obliga al ser
humano a no abandonar el camino de la unidad, por ello LA ENFERMEDAD ES EL
CAMINO DE LA PERFECCIÓN.
Constantemente, tenemos que
decidirnos (en alemán, ent-scheiden, expresión que originariamente significa
«desenvainar»), renunciar a una posibilidad, para realizar la otra. Por lo
tanto, siempre nos falta algo, siempre estamos incompletos. Dichoso el que
pueda sentir y reconocer esta constante tensión, esta conflictividad, ya que la
mayoría se inclinan a creer que, si un conflicto no se ve, no existe. Es la
ingenuidad que hace pensar al niño que puede hacerse invisible sólo con cerrar
los ojos. Pero a los conflictos les es indiferente ser percibidos o no: ellos
están ahí. Pero cuando el individuo no está dispuesto a tomar consciencia de
sus conflictos, asumirlos y buscar solución, ellos pasan al plano físico y se
manifiestan como una inflamación. Toda infección es un conflicto materializado.
El enfrentamiento soslayado en la mente (con todos sus dolores y peligros) se
plantea en el cuerpo en forma de inflamación.
Toda decisión libera. El conflicto
crónico consume energía constantemente, provocando en el plano psíquico la
consabida abulia, pasividad o resignación. Ahora bien, cuando nos decantamos
por uno de los polos del conflicto, inmediatamente percibimos la energía
liberada por nuestra elección. Como el cuerpo sale de cada infección
fortalecido, así también la mente sale de cada conflicto más despejada, ya que
al afrontar el problema ha aprendido algo, al enfrentarse con los polos
opuestos uno tras otro, ha ampliado fronteras y se ha hecho más consciente. De
cada conflicto extraemos información (toma de conciencia) que, análogamente a
la inmunidad específica, permite al individuo que en adelante pueda tratar el
problema sin peligro.
Como, después de una infección,
el cuerpo queda fortalecido, así también el ser humano sale más maduro de cada
conflicto. Porque sólo los desafíos le hacen más fuerte y capaz. Todas las
grandes culturas nacieron de grandes retos, y el propio Darwin atribuyó la
evolución de las especies a la facultad de dominar las condiciones del entorno.
Si el hombre no se abre al
conflicto, si rehuye todo aquello que pueda cuestionar su mundo artificialmente
sano, entonces el conflicto aflora en el cuerpo y debe ser experimentado en el
plano somático como una inflamación.
El cuerpo, como superficie de
proyección, puede representar un excelente auxiliar para un mejor
discernimiento, pero las soluciones sólo puede darlas el conocimiento. Por lo
tanto, cada proceso patológico corporal representa únicamente el desarrollo
simbólico de un problema cuya experiencia enriquecerá la conciencia. Ésta es
también la razón por la que cada enfermedad supone una fase de maduración.
En caso de enfermedad infecciosa,
conviene hacerse las siguientes
preguntas:
1. ¿Qué conflicto hay en mi vida,
que yo no veo?
2. ¿Qué conflicto rehuyo?
3. ¿Qué conflicto me niego a
reconocer?
Para hallar el tema del
conflicto, debe estudiarse atentamente el simbolismo del órgano o parte del
cuerpo afectada.
La mayoría de los alergenos
sugieren vitalidad: sexualidad, amor, fertilidad, agresividad, suciedad: en
todos estos campos la vida se muestra en su forma más activa. Pero precisamente
esta vitalidad que exige una expresión infunde miedo en el alérgico. Y es que
su actitud es contraria a la vida. Su ideal es una vida estéril, sin gérmenes,
exenta de sensualidad y agresiones: estado que apenas merece el nombre de
«vida».
ALERGIA = AGRESIVIDAD HECHA
MATERIA
El alérgico debe hacerse las
siguientes preguntas:
1. ¿Por qué no asumo mi
agresividad con la conciencia en vez de obligarla a realizar un trabajo
corporal?
2. ¿Qué aspectos de la vida me
infunden tanto miedo que trato de evitarlos por todos los medios?
3. ¿A qué tema apuntan mis
alergenos? Sexualidad, instinto, agresividad, procreación, suciedad, en el
sentido del lado oscuro de la vida.
4. ¿En qué medida me sirvo de mi
alergia para manipular mi entorno?
5. ¿Qué hay de mi capacidad de
amar, de mi receptividad?
La vida sólo se experimenta abriéndose
a ella y dejándose inundar por ella. La respiración es el cordón umbilical por
el que esta vida viene a nosotros. La respiración hace que nos mantengamos en
esta unión.
El aire que respiramos nos une a
unos con otros, nos guste o no. La respiración tiene algo que ver con
«contacto» y «relajación».
RESPIRACIÓN = ASIMILACIÓN DE LA VIDA
En las enfermedades
respiratorias, procede hacerse las siguientes
preguntas:
1. ¿Qué me impide respirar?
2. ¿Qué es lo que no quiero
admitir?
3. ¿Qué es lo que no quiero
expulsar?
4. ¿Con qué no quiero entrar en
contacto?
5. ¿Tengo miedo de dar un paso en
una nueva libertad?
El asmático no ha aprendido a
articular debidamente su agresividad en la fase verbal, pero no puede dar
salida a su agresividad con gritos o juramentos y se le queda dentro, en los
pulmones. Y estas manifestaciones agresivas regresan al plano corporal y salen
a la luz del día en forma de tos y expectoración.
La medicina naturista, muy
acertadamente, ve en el resfriado un saludable proceso de limpieza por medio
del cual se eliminan toxinas del cuerpo; en el plano psíquico, las toxinas
representan problemas que también se resuelven y eliminan. Cuerpo y alma salen
de la crisis fortalecidos, para esperar la próxima vez que estemos hasta las
narices.
La digestión también tiene una
similitud con las funciones cerebrales, ya que el cerebro (es decir, la mente)
procesa y digiere los elementos inmateriales de este mundo (porque no sólo de
pan vive el hombre). Por medio de la digestión, procesamos elementos materiales
de este mundo. La digestión abarca, pues:
1. Captación del mundo exterior
en forma de elementos materiales.
2. Diferenciación entre lo
asimilable y lo no asimilable.
3. Asimilación de las sustancias
asimilables.
4. Expulsión de lo no digerible.
En todas las culturas socialmente
desarrolladas de nuestra época, la agresividad se ha convertido en un grave
problema. Se exige al ciudadano «adaptación social», lo que en realidad quiere
decir: «represión de la agresividad». Esta agresividad reprimida de nuestro
conciudadano, tan pacífico y socialmente adaptado, vuelve a salir a la luz del
día en forma de «enfermedades» y, a la postre, afecta tanto a la comunidad
social en esta forma pervertida como en su forma original.
Hay personas que hacen rechinar
los dientes mientras duermen, algunas con tanta fuerza que hay que ponerles un
aparato en la boca para que no se los desgasten de tanto rechinar. El
simbolismo está claro. El rechinar de dientes es sinónimo reconocido de
agresividad impotente. El que durante el día no puede ceder al deseo de morder,
tiene que rechinar los dientes por la noche hasta desgastarlos y dejarlos
romos...
Las encías son la base de los
dientes, su lecho. Las encías representan también la base de la vitalidad y
agresividad, confianza y seguridad en sí mismo. La persona que carece de esta
confianza y seguridad nunca conseguirá afrontar sus problemas de forma activa y
vital, nunca tendrá valor para cascar las nueces duras ni militar activamente.
La confianza es lo que proporciona el necesario soporte a esta facultad, del
mismo modo que la encía soporta los dientes. Pero las encías sensibles que
sangran con facilidad no sirven para ello. La sangre es símbolo de vida, y la
encía sangrante nos indica cómo, a la menor contrariedad, se le va la vida a la
confianza y a la seguridad en sí mismo.
El alcohólico sustituye la comida
por la bebida (beber mucho provoca pérdida del apetito), sustituye el trago
duro y sólido por el suave y líquido, el trago de la botella.
TRASTORNOS ESTOMACALES Y DIGESTIVOS
Las personas aquejadas de
trastornos estomacales y digestivos deben
hacerse las preguntas siguientes:
1. ¿Qué es lo que no puedo o no
quiero tragar?
2. ¿Me consumo interiormente?
3. ¿Cómo llevo mis sentimientos?
4. ¿Qué me amarga?
5. ¿Cómo llevo mi agresividad?
6. ¿En qué medida huyo de los
conflictos?
7. ¿Hay en mí una añoranza
reprimida de un paraíso infantil sin conflictos en el que se me quería y mimaba
sin que yo tuviera que abrirme paso a mordiscos?
Los trastornos y afecciones del
hígado, por lo tanto, denotan problemas de valoración, es decir, señalan una
clasificación errónea de lo que es beneficioso y lo que es perjudicial
(¿alimento o veneno?). Es decir, mientras la valoración de lo que es tolerable
y cuanto se puede procesar y digerir se efectúa correctamente, nunca se
producen excesos. Y son los excesos los que hacen enfermar al hígado: exceso de
grasas, exceso de comida, exceso de alcohol, exceso de drogas, etc. Un hígado
enfermo indica que el individuo ingiere con exceso algo que supera su capacidad
de proceso, denota inmoderación, exageradas ansias de expansión e ideales
demasiado ambiciosos.
Hay que señalar que nosotros no
atribuimos una valoración negativa a palabras tales como agresividad: la
agresividad nos es tan necesaria como la bilis o los dientes.
Cuando una persona no ve claro,
la pregunta clave será: «¿Qué es lo que no quiere ver?» La respuesta siempre es
la misma: «A sí mismo». La magnitud de la resistencia a verse uno mismo tal
como es se manifiesta en el número de dioptrías de sus lentes. Los lentes son
una prótesis y, por lo tanto, un engaño. Con ellos se rectifica artificialmente
el destino y uno hace como si todo estuviera en orden.
La conjuntivitis, como todas las
inflamaciones, denota conflicto. Produce un dolor que sólo se calma cuando uno
cierra los ojos. Así cerramos los ojos ante un conflicto que no queremos afrontar.
Debemos dejarnos perturbar por la
perturbación en nuestra vida habitual, consentir que el impedimento nos impida
seguir viviendo como hasta ahora. Entonces la enfermedad es la vía que nos
conduce a la verdadera salud. Incluso la ceguera, por ejemplo, puede enseñarnos
a ver, darnos una visión superior.
La mayoría de las personas de
edad avanzada sufren una sordera más o menos acentuada. La dureza de oído, al
igual que la pérdida de visión, la rigidez y pesadez de los miembros, son los
síntomas somáticos de la edad, todos ellos expresión de la tendencia del ser
humano a hacerse más inflexible e intolerante con la edad. El anciano suele
perder la capacidad de adaptación y la flexibilidad y está menos dispuesto a
obedecer. Este esquema es típico de la vejez, pero, desde luego, no inevitable.
La vejez no hace sino poner de relieve los problemas no resueltos y hacernos
más sinceros, lo mismo que la enfermedad.
AFECCIONES DE LA VISTA
Quien tenga problemas visuales lo
primero que debería hacer es prescindir durante un día de las gafas (o lentes
de contacto) y asumir la situación conscientemente. A continuación, hacer por
escrito una descripción de la forma en que durante ese día vieron y
experimentaron el mundo, lo que pudieron hacer y lo que no, cómo se las
ingeniaron. Este informe debería darles material de reflexión y revelarles su
actitud hacia el mundo y hacia sí mismos. Pero ante todo debería uno
responderse las siguientes preguntas:
1. ¿Qué es lo que no quiero ver?
2. ¿Obstaculiza la subjetividad
el conocimiento de mi mismo?
3. ¿Evito reconocerme a mi mismo
en mis obras?
4. ¿ Utilizo la vista para
mejorar mi perspectiva?
5. ¿ Tengo miedo de ver las cosas
con nitidez?
6. ¿Puedo ver las cosas tal como
son?
7. ¿A qué aspecto de mi
personalidad cierro los ojos?
En el acto sexual, cuanto más
hace trabajar la cabeza un hombre, más fácil es que le falte potencia en el
bajo vientre, lo cual tiene consecuencias fatales.
La jaqueca es un orgasmo en la
cabeza. El proceso es idéntico, sólo que tiene lugar más arriba. Durante la
fase de excitación sexual, la sangre acude a la zona genital y, en el momento
culminante, la tensión cede y se produce la relajación; así discurre también la
jaqueca: la sangre acude a la cabeza, se produce una sensación de presión, la
tensión se agudiza hasta alcanzar su punto máximo y se produce la distensión
(dilatación de los vasos sanguíneos). Cualquier estimulo puede desencadenar la
jaqueca: luz, ruido, corriente de aire, el tiempo, la emoción, etc. Una
característica de la jaqueca es que el enfermo, después del acceso, experimenta
una transitoria sensación de bienestar. En el apogeo del ataque, el paciente
desea estar en una habitación a oscuras y en la cama, pero solo.
Por medio del acné uno se protege
a sí mismo, porque el acné obstaculiza toda relación e impide la sexualidad. Se
abre un círculo vicioso: la sexualidad no vivida se manifiesta en la piel como
acné: el acné impide el sexo. El reprimido deseo de inflamar al prójimo se
transforma en una inflamación de la piel. La estrecha relación existente entre
el sexo y el acné se demuestra claramente por el lugar de su aparición; la cara
y, en algunas chicas, el escote (a veces, también la espalda). Las otras partes
del cuerpo no son afectadas, ya que en ellas el acné no tendría ninguna finalidad.
La vergüenza por la propia sexualidad se transforma en vergüenza por los
granos.
En la erupción se muestra algo
que hasta ahora no estaba visible. Ello también indica por qué casi todas las
enfermedades de la infancia, como el sarampión, la escarlatina o la roséola, se
manifiestan a través de la piel. A cada enfermedad, algo nuevo brota en la vida
del niño, por lo que toda enfermedad infantil suele determinar un avance en el
desarrollo. Cuanto más violenta la erupción, más rápido es el proceso y el
desarrollo.
Lo que nosotros amamos o
aborrecemos en otra persona está siempre en nosotros mismos. Hablamos de amor
cuando el otro refleja una zona de la sombra que en nosotros asumiríamos de
buen grado, y hablamos de odio cuando alguien refleja una capa muy profunda de
nuestra sombra que no deseamos ver en nosotros. El sexo opuesto nos atrae
porque es lo que nos falta. A menudo nos da miedo porque nos es desconocido. El
encuentro con la pareja es el encuentro con el aspecto desconocido de nuestra
alma. Cuando tengamos claro este mecanismo de proyección en el otro de partes
de la sombra propia, veremos todos los problemas de la convivencia a una nueva
luz. Todas las dificultades que experimentamos con nuestra pareja son
dificultades que tenemos con nosotros mismos.
En una pareja sólo son fecundas
las divergencias, ya que, a través de ellas, afrontándose a la propia sombra
descubierta en el otro, puede uno encontrarse a sí mismo. Está claro que el
objetivo de esta tarea es encontrar la propia identidad total.
Como el riñón se encarga de
garantizar el equilibrio entre ácido y alcalino, así la sociedad, análogamente,
trata de que el individuo, mediante la unión con otra persona que vive la
sombra de uno, se perfeccione y se complete. Así la otra mitad (la «media naranja»)
con su manera de ser, compensa lo que a uno le falta.
La polaridad Sol y Luna, fuego y
agua, masculino y femenino, no lleva implícita valoración alguna. Toda
valoración sería absolutamente improcedente, ya que, por sí solo, cada polo
está incompleto: para estar entero necesita del otro polo. Ahora bien, esta
calidad de entero sólo se consigue cuando ambos polos representan plenamente su
peculiaridad específica.
La muerte sólo es una amenaza
para el ego, nunca para el ser humano en sí. El que se aferra al ego experimenta
la muerte como una lucha. El orgasmo también es una pequeña muerte, porque
exige desprenderse del Yo. Y es que el orgasmo es la unión del Yo y el Tú, lo
cual presupone la apertura de la frontera del Yo. Quien se aferra al Yo no experimenta
el orgasmo (lo mismo ocurre cuando se quiere conciliar el sueño). La afinidad
entre muerte, orgasmo y menstruación debería estar clara: es la capacidad de
entrega, el estar dispuesto a sacrificar una parte del ego.
Si queremos conocer la verdad, si
queremos conocernos a nosotros mismos, tenemos que prescindir de los valores
habituales. Porque son el peor enemigo de la sinceridad. Mientras uno esté
convencido de que para ser buena persona sólo tiene que mantener una actitud u
observar un comportamiento determinado, forzosamente reprimirá todos los
impulsos que no encajen con su esquema. Estos impulsos reprimidos son lo que,
en forma de síntomas corporales, equilibran la realidad.
Todos los estados de éxtasis o
delirio — tanto de índole sexual como religioso— desencadenan en las personas
fascinación y temor. El temor se acrecienta en la medida en que una persona
está acostumbrada a controlarse. El éxtasis es pérdida del control.
Mientras el Yo desea algo, es
imposible alcanzarlo. En última instancia, el deseo se traduce en todo lo
contrario: desear dormir produce insomnio, desear potencia hace impotente.
¡Mientras el Yo ansíe la iluminación no la conseguirá! El orgasmo es la
renuncia al Yo: sólo así se consigue la «unificación», porque, mientras exista
un Yo existirá también un «los otros» y viviremos en la dualidad. Si quieren
experimentar el orgasmo, tanto el hombre como la mujer tienen que relajarse,
dejar que las cosas sigan su curso.
El principio masculino es hacer,
crear y realizar. El hombre (Yang) es activo y, por lo tanto, agresivo. La
potencia sexual es expresión y símbolo de poder, la impotencia es debilidad.
Detrás de la impotencia está el temor a la propia masculinidad y a la propia
agresividad. Uno tiene miedo a tener que demostrar su hombría. La impotencia es
también expresión de temor a la feminidad en sí. Lo femenino se ve como una
amenaza que quiere engullirnos.
Al examinar los problemas
sexuales en general no hay que olvidar que en el alma del ser humano hay un
aspecto femenino y un aspecto masculino y que, en definitiva, cada cual, sea
hombre o mujer, tiene que desarrollar totalmente ambos aspectos. Pero este
difícil camino empieza por la total identificación con la propia sexualidad
corporal. Una vez asumido este polo, se podrá despertar e integrar
conscientemente la parte del alma correspondiente al otro polo, a través del
encuentro con el otro sexo.
El aumento de la presión
sanguínea es una reacción fisiológica justificada: el organismo suministra más
energía, a fin de que podamos acometer con vigor las tareas necesarias para
resolver conflictos inminentes.
También podría decirse que el ser
humano tiene dos centros, uno arriba y otro abajo: cabeza y corazón,
entendimiento y sentimiento. De una persona completa esperamos que disponga de
ambas funciones y que las tenga en armónico equilibrio. El individuo puramente
cerebral resulta incompleto y frío. El que sólo se rige por un sentimiento
resulta con frecuencia imprevisible y atolondrado. Sólo cuando ambas funciones
se complementan y enriquecen mutuamente, el individuo se nos aparece redondo.
El hipertenso es un individuo que
tiene agresividad, pero la reprime por medio del autodominio. Esta acumulación
de energía se descarga por el infarto de miocardio: le rompe el corazón. El
ataque al corazón es la suma de todos los ataques no lanzados. En el infarto,
el individuo comprueba la verdad de que la sobrevaloración de las fuerzas del
Yo y el dominio de la voluntad nos aísla de la corriente de la vida. ¡Sólo un
corazón duro puede quebrarse!
La postura exterior es reflejo de
la interior. Lo interno siempre se refleja en lo externo.
Detrás de las grandes hazañas,
siempre hay inseguridad y complejo de inferioridad. La persona que se ha
encontrado a sí misma no tiene que demostrar nada, sino que puede limitarse a
ser. Pero, detrás de todos los grandes (y pequeños) hechos y gestas de la
Historia, siempre hay personas que fueron impulsadas a la grandeza externa por
un sentimiento de inferioridad. Con sus actos, estas personas quieren demostrar
algo al mundo, aunque en realidad nadie les exige ni espere de ellas tal
demostración, excepto el propio sujeto.
Quien se esfuerza mucho debería
preguntarse lo antes posible por qué lo hace, a fin de que el desengaño no sea
muy grande. La persona que es sincera consigo misma, hallará siempre la misma
respuesta: para que me lo reconozcan, para que me quieran. Desde luego, el
deseo de amor es la única motivación del esfuerzo que se conoce, pero este
intento siempre fracasa, ya que éste no es el camino para alcanzar el objetivo.
Porque el amor es gratuito.
La hiperactividad y movilidad que
mostraban antes de la enfermedad se limitaban a lo corporal, ámbito en el que
trataban de compensar la verdadera inmovilidad de la mente. La misma palabra
rigidez sugiere la idea de rigor y hasta de muerte.
El dolor siempre es resultado de
un acto agresivo. Si yo descargo mi agresividad dando un puñetazo a otro, mi
víctima sentirá dolor. Pero si reprimo el impulso agresivo, éste se vuelve
contra mí y el dolor lo experimento yo (autoagresión). El que sufre dolores
debería preguntarse a quién estaban destinados en realidad.
Los padres no tienen la culpa de
los trastornos de los hijos, pero los trastornos de los hijos reflejan los
problemas de los padres.
A todos nos resulta
extraordinariamente desagradable asumir la plena responsabilidad de nuestra
existencia y de todo lo que nos ocurre. Constantemente buscamos la manera de
proyectar la culpa hacia el exterior. Y nos irrita que se nos desenmascaren
estas proyecciones.
Para pintar un cuadro necesitamos
un lienzo y colores; pero ellos no son la causa del cuadro sino únicamente los
medios materiales con ayuda de los cuales el pintor plasma su cuadro interior.
Sería una tontería refutar el mensaje del cuadro con el argumento de que el
color, el lienzo y los pinceles son sus causas verdaderas.
En realidad, no es posible trazar
una línea divisoria clara entre los síntomas somáticos y psíquicos. Todo
síntoma tiene un contenido psíquico y se manifiesta a través del cuerpo.
También la ansiedad y las depresiones utilizan el cuerpo para manifestarse.
Estas correlaciones somáticas, sin embargo, proporcionan también a la
psiquiatría académica la base para sus tratamientos farmacológicos.
Los síntomas pueden servirse, de
las más diversas formas de expresión, desde luego, pero todos necesitan del
cuerpo, a través del cual el factor psíquico se hace visible y experimentable.
De todos modos, el síntoma, ya sea pena o el dolor de una herida, se
experimenta en la mente.
Tenemos que librarnos de la idea
de que existe el comportamiento normal y el anormal. La normalidad es expresión
de una frecuencia estadística, por lo que no puede entenderse ni como concepto
clasificador ni como medida de valor. La normalidad, desde luego, hace
disminuir la ansiedad, pero es contraria a la individualización. La defensa de
una normalidad es una pesada hipoteca de la psiquiatría tradicional. Una
alucinación no es ni más real ni más irreal que cualquier otra percepción. Sólo
le falta ser reconocida por la colectividad. El «enfermo psíquico» funciona
según las mismas leyes psicológicas que todas las personas. El enfermo que se
siente perseguido o amenazado por asesinos proyecta su propia sombra agresiva
al entorno lo mismo que el ciudadano que reclama penas más severas para los
delincuentes o que tiene miedo de los terroristas. Toda proyección es ilusión,
por lo que huelga preguntar hasta dónde es normal una ilusión y a partir de
dónde es enfermiza.
El principio de represión de la
sombra provoca precisamente la violenta explosión de la sombra; tratar de
reprimirla aplaza el problema, pero no lo resuelve.
La depresión es —dejando aparte
el suicidio—la forma extrema de rehuir la responsabilidad. El depresivo no
actúa, sino que vegeta, más muerto que vivo. Pero a pesar de su negativa a
encarar activamente la vida, el depresivo, a través de la puerta trasera de los
sentimientos de culpabilidad, sigue teniendo que afrontar el tema de la
«responsabilidad». El miedo a asumir responsabilidad está en primer término en
todas las depresiones que se producen precisamente cuando el paciente tiene que
entrar en otra fase de la vida.
La vida activa trae consigo
culpabilidad y responsabilidad y esto es lo que uno quiere evitar. Asumir
responsabilidad significa también renunciar a la proyección y aceptar la propia
soledad.
El sueño nos exige entrega y
confianza, abandonarnos a lo desconocido. No se puede conciliar el sueño a la
fuerza, con un acto de voluntad. No hay como querer dormir a toda costa para no
poder pegar ojo. Nosotros no podemos sino crear las condiciones favorables,
pero a partir de ahí tenemos que aguardar con paciencia y confianza que el
sueño venga. Apenas nos está permitido observar el proceso: la observación nos
impediría dormir.
El que sufre de insomnio —mejor
dicho: de dificultad para conciliar el sueño— tiene dificultades y miedo de
soltar el control consciente y abandonarse a su inconsciente. El individuo
actual apenas hace una pausa entre el día y la noche, sino que lleva consigo a
la zona del sueño todos sus pensamientos y actividades. Prolongamos el día
durante la noche y pretendemos analizar el lado nocturno de nuestra alma con
los métodos de la conciencia diurna. Falta la pausa de la conmutación
consciente.
El insomne debe aprender ante
todo a terminar el día conscientemente para poder entregarse por completo a la
noche y a sus leyes. También debe aprender a preocuparse de las zonas de su
inconsciente, para averiguar de dónde procede la ansiedad. La mortalidad es un
tema importante para él. El insomne carece de confianza y de capacidad de
entrega. Él se considera «activo» y no puede abandonarse. Los temas son casi
idénticos a los que consideramos al tratar del orgasmo. El sueño y el orgasmo
son pequeñas muertes que las personas con un Yo muy desarrollado experimentan
como peligro. Por lo tanto, la conciliación con el lado nocturno de la vida es
un somnífero infalible.
El que se asusta de las pruebas y
peligros, de las penalidades y extravíos del camino, se queda en la adicción.
Proyecta su afán de búsqueda en algo que ya ha encontrado en el camino y ahí
termina la búsqueda. Asimila el sucedáneo a su objetivo y no se ve harto. Trata
de saciar el hambre con más y más del «mismo» sucedáneo y no advierte que
cuanto más come más hambre tiene. Se intoxica y no advierte que se ha
equivocado de objetivo y que debería seguir buscando. El miedo, la comodidad y
la ofuscación le aprisionan. Todo alto en el camino puede intoxicar. En todas
partes acechan las sirenas que tratan de retener al caminante y hacerlo
prisionero.
Cae en la adicción el que se
acobarda ante nuevas experiencias. El que considera su vida como un viaje y
siempre va de camino es un buscador, no un adicto. Para sentirse buscar hay que
reconocer la propia calidad de apátrida. El que cree en ataduras ya es adicto.
Todos tenemos nuestras adicciones, con las que nuestra alma se embriaga una y
otra vez. El problema no es lo que nos provoca la adicción sino nuestra pereza
para seguir buscando.
Vivir es aprender. Aprender es
asimilar principios que hasta el momento sentíamos ajenos al Yo. La constante
asimilación de lo nuevo ensancha el conocimiento. Se puede sustituir el
«alimento espiritual» por «alimento material», el cual sólo provoca el
«ensanchamiento del cuerpo». Si el hambre de vida no se sacia con experiencias,
pasa al cuerpo y se manifiesta como hambre de comida. Y es un hambre que no
puede saciarse, ya que el vacío interior no puede llenarse con comida.
El alcohol produce una especie de
caricatura de humanidad al destruir las barreras y las inhibiciones, borra las
diferencias sociales y provoca una rápida camaradería, a la que, desde luego,
falta profundidad y solidez. El alcohol es la tentativa de apaciguar el deseo
de búsqueda de un mundo sano, feliz y hermanado. Todo lo que se oponga al ideal
hay que ahogarlo en vino.
La búsqueda del éxito es siempre
búsqueda de amor.
Cuanto más se adentra uno en el
camino de la verdadera búsqueda, menos necesita de las drogas, desde luego.
Todo lo que pueda conseguirse por medio de las drogas se consigue también sin
ellas, sólo que más despacio. ¡Y la prisa es mal compañero de viaje!
Todos argumentamos como la célula
cancerosa. Nuestro crecimiento es tan rápido que también nosotros tenemos
problemas de abastecimiento. Nuestros sistemas de comunicación se extienden por
todo el mundo, pero a veces falla la comunicación con nuestro vecino o con
nuestra pareja. El ser humano tiene tiempo libre, pero no sabe qué hacer con
él. Producimos alimentos y luego los destruimos, para manipular los precios.
Podemos dar la vuelta al mundo cómodamente, pero no nos conocemos a nosotros
mismos. La filosofía de nuestro tiempo no conoce otro objetivo que el
crecimiento y el progreso. El ser humano trabaja, experimenta, investiga, ¿para
qué? ¡Por el progreso! ¿Qué objetivo tiene el progreso? ¡Más progreso! La
Humanidad va en un viaje sin destino. Constantemente se fija cada vez nuevos
objetivos, para no desesperar. La ceguera del hombre de nuestro tiempo no tiene
nada que envidiar a la ceguera de la célula del cáncer. A fin de favorecer la
expansión económica, durante décadas el hombre utilizó el medio ambiente como
un suelo nutricio y hoy comprueba «consternado» que la muerte del huésped
significa también la muerte propia. Los seres humanos consideran todo el mundo
su suelo nutricio: plantas, animales, minerales. Todo está ahí únicamente para
que nosotros podamos extendernos sobre toda la Tierra.
Definimos el amor, entre otras
cosas, como capacidad de apertura, de «aceptar» al otro, de sacrificar la
frontera del Yo.
El amor, por el contrario,
significa el verdadero encuentro con otra persona; pero el encuentro «con el
otro» es siempre un proceso que genera ansiedad, porque exige que uno se
cuestione la propia manera de ser. El encuentro con otra persona es siempre
encuentro con la propia sombra. Por esto es tan difícil la convivencia. El amor
tiene más de trabajo que de placer. El amor pone en peligro la frontera del ego
y exige apertura. La sexualidad es un estupendo complemento del amor, para
abrir fronteras y experimentar la unión en lo corporal. Pero, si se excluye el
amor, la sexualidad por sí sola no puede cumplir esta función.
El encuentro psíquico (amor) se
considera peligroso y angustioso, ya que atenta contra las fronteras del Yo. El
énfasis en la sexualidad corporal hace que el amor pase a la sombra. En estos
casos, la sexualidad tiende a hacerse agresiva e hiriente (en lugar de atacar
la frontera psíquica del Yo se atacan las fronteras corporales y corre la
sangre).
Lo único que perdura más allá de
la tumba es la conciencia y es lo que menos preocupa. Tomar conciencia es el
objetivo de nuestra existencia y sólo a este objetivo sirve todo el universo.
La psicoterapia es algo más que
técnica aplicada; por ello la psicoterapia casi no puede enseñarse. Lo esencial
de una psicoterapia se sustrae a la explicación teórica. Es un gran error creer
que basta imitar con exactitud un proceso externo para conseguir los mismos
resultados. Las formas son el vehículo del contenido, pero también hay formas
vacías. La psicoterapia —como cualquier técnica esotérica— se convierte en farsa
cuando las formas carecen de contenido.
La medicina académica hace todo
lo contrario: se alía con el paciente en contra del síntoma. Nosotros nos
situamos siempre en el lado de la sombra y la ayudamos a salir a la luz.
Nosotros no peleamos contra la enfermedad y sus síntomas, sino que tratamos de
utilizarlos como eje de la curación.
El hombre tiene que descender a
la polaridad del mundo material, en materia, enfermedad, pecado y culpa, para
encontrar, en la noche más negra del alma y en la más profunda zozobra, la luz
del conocimiento que le permita ver su camino a través del sufrimiento y el
dolor como un acto significativo que le ayudará a encontrarse allá donde
siempre estuvo: en la unidad.
RELACIÓN ALFABÉTICA DE LOS
ÓRGANOS Y PARTES DEL CUERPO
CON SUS RESPECTIVOS ATRIBUTOS
PSÍQUICOS
Aparato genital Sexualidad
Boca Apertura
Cabello Libertad, poder
Corazón Capacidad afectiva,
emotividad
Dientes Agresividad, vitalidad
Encías Confianza
Espalda Rectitud
Estómago Sensibilidad, aceptación
Extremidades Agilidad,
flexibilidad, actividad
Garganta Angustia
Hígado Valores morales,
ideología, vinculación
Huesos Firmeza, disciplina
Intestino delgado Reflexión,
análisis
Intestino grueso Inconsciente,
avaricia
Manos Aprehensión, capacidad de
manejo
Matriz Entrega
Músculos Movilidad, flexibilidad,
actividad
Nariz Energía, orgullo,
sexualidad
Oídos Obediencia
Ojos Entendimiento
Pene Energía
Piel Aislamiento, normas,
contacto,
delicadeza
Pies Comprensión, firmeza,
arraigo, modestia
Pulmones Contacto, comunicación,
libertad
Riñones Compañerismo
Rodilla Modestia
Sangre Vitalidad
Uñas Agresividad
Vejiga Distensión
Vesícula Agresividad
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