Cuentos del Cáucaso- Konstantin Lordkipanidze, Archil Sulakauri, Grant Matevosián, Maxud Ibraguimbekov, Musá Magomedov, Gazim-beg Bagandov.
El juez severo e implacable- el día de mañana- decidirá quién debe estar en aquella orilla y quién en esta. Pero mientras tanto tú debes seguir trabajando en este margen del gran e infinito río que se llama Tiempo.
Quizá por haber visto a la suicida en un medio tan habitual y nada importante, al lado de los ajos y las mazorcas de maíz, no solo no me asusté, sino que ni siquiera di crédito a que estuviera muerta de verdad. Esta muerte no llegó hasta mi comprensión por tener un aspecto muy sencillo y doméstico.
Parecía enloquecido, su rostro hermoso y delgado parecía el morro de un animal peligroso de la especie de los felinos, y Zhalil experimentó el terror ancestral que seguramente puede sentir un hombre indefenso que inesperadamente se topa, cara a cara, con un animal salvaje.
Besó varias veces sus labios blandos y sumisos y tampoco experimentó nada que ni de lejos se pareciera a la pasión amorosa de un recién casado. Notó al contacto con la fresca almohada cómo le ardían las mejillas, tenía vergüenza ante su impotencia, y pensó que su mujer nunca lo respetaría, y esto era sencillamente terrible, porque siempre es muy desagradable cuando alguien no te respeta. Bueno, y en el caso de la mujer, que es una sola, y que no te respete- por otra parte, con toda razón-,porque no puedes cumplir con tu deber de hombre, entonces, solo hay una salida: o pegarte un tiro, o colgarte.
Solo la tumba puede enderezar a un jorobado. ¿Te creesque la cárcel arreglaría algo? Estoy seguro que a esta gente ya no hay manera de corregirla. Si un hombre no tiene conciencia, no hay nada ni nadie en la vida que pueda ayudarlo.
A Zhalil- muallim se le consideraba en la calle una persona muy erudita, aunque de todos los libros que constituyen el mayúsculo edificio llamado literatura mundial, cuyo pisos y habitaciones no ha logrado recorrer en toda su vida persona alguna de las que ha pasado por este mundo, él solo haya tenido acceso a una parte muy modesta. Había leído un libro y lo había hecho con placer: la colección de cuentos azerbaidzhanos.
Después se habituaron una a la otra, se quisieron sinceramente, lo cual es muy poco frecuente entre una suegra y su nuera. Se alegraban de corazón cuando se veían por la mañana, además vivían en la misma casa, no tenían tiempo de añorarse porque desde que la nuera se instaló en la casa ya no se separaron más, ni un solo día.
A Zhalil- muallim le pesaba mucho no conocer a los profesores que sin titubear siquiera habían puesto a Simurg una nota baja. Porque si no, les hubiera preguntado quién les había dado derecho a jugar con tanta ligereza con el destino de un hombre. Porque se ve en seguida que Simurg es un chico inteligente, que sabía; y si a la primera no te has dado cuenta de quién tienes delante, pregúntale otra vez. ¡¿Qué importancia tiene un billete, pensaba con amargura Zhalil-muallim, un papel con tres preguntas?! ¡No le podrían preguntar quién es, en qué familia se ha educado, si le fue fácil llegar a ser lo que es sin un padre, preguntarle todo, todo, y ya después de esto decidcir qué nota ponerle? Y si el profesor está de mal humor y no tiene ganas de hablar, pues que no vaya al examen, que se pasee un poco por la calle, que tome el aire, porque de él dependen uno hombres y no animales.
Los quería, claro y sufría si la chica o el pequeño enfermeban, pero este amor en absoluto podía compararse con el que sentía hacia Simurg. Ni la madre, ni la esposa lo tomaban a mal, ya que sabían que Zhalil, cuando incluso él echaba en falta a su padre, había criado y se preocupó de Simurg, por eso fue para él comoel hijo primogénito, el hijo más querido para todo padre.
El viaje, además de satisfacer un deseo ya muy viejo y permitir que su mujer e hijos vieran algo de mundo, también proporcionaba a Zhalil- muallim, hijo devoto y delicado, la posibilida de darle una sorpresa agradable a su madre, que ya había entrado en ese período triste de la vida en que esta puede truncarse a cada minuto y en el que tan importante es no llegar tarde a poner en práctica las buenas intenciones.
Zhalil- muallim sonrió con desprecio, pensó en la tontería de esta gente que gastaba su tiempo y su dinero, hacía las maletas y viajaba en tren o en avión, para llegar aquí, sentarse apretujada en un banco y ponerse a darse besos, cuando lo mismo podía hacer en su ciudad si es que le venía en gana.
Recordó a su marido difunto con el que había compartido una vida breve pero feliz, a su desgraciado hijo Tair muerto tan tem´rano en aquella maldita guerra. Encargaba a Zhalil-muallim que continuara tratando a su único hermano Simurg con el mismo amor y desvelo, que lo ayudara en todo y que siempre vivieran juntos, sin separarse nunca, en una sola familia, ya que no en vano se ha dicho en palabras sabias y proféticas que morirá la casa en cuyo seno reine la división.
Zhalil- muallim había descubierto en los trabajos y preocupaciones de esos días la profunda sabiduría de la innumerable lista de sus antepasados que crearon y conservaron una tradiciones que solo podía considerar innecesarias o insensatas un hombre de muy poco alcance, pues únicamente el cumplimiento escrupuloso de tales costumbres permite al hombre-sumido en ocupaciones y deberes y rodeado de otros seres queridos- olvidar de vez en cuando la irreparable pérdida de una persona de su propia sangre, un dolor tan terrible y cruel como no ha conocido el género humano en sus largos siglos de existencia.
De sus auntos personales, Simurg dijo más o menos lo mismo que en lo relativo a los estudios. Dijo que, de momento, mientras no ganara lo suficiente como oara mantener sin estrecheces a su mujer y sus hijos, no quería ni siquiera pensar en la posibilidad de una boda.
Una tarde Simurg llegó contento a casa y dijo que por fin había encontrado el trabajo que más le convenía, además allí nadie le había dicho ni palabra de guantes ni corbata.- ¿También te vendrán a buscar un coche por la mañana?- preguntó Leila- janum que, como todas las mujeres, daba mucha importancia a los signos externos del éxito y acomodo de un hombre.
A menudo llegaban sus risas hasta la galería; a Zhalil-muallim le asombraba su facilidad en reírse por cualquier cosa que, a su parecer, no tenía nada de gracioso. A veces intentaba explicarse el hecho por la juventud de los chicos. pero al recordar que él a la edad de Simurg y sus amigos no se comportaba de manera tan frívola, sino que era una joven serio y contenido, llegaba a la conclusión inevitable de que en la educación de aquellos muchachos había algunos huecos que desgraciadamente ya no se pod+ian llenar.
Sin darse cuenta de ello, empezó Zhalil-muallim a convertirse en una persona taciturna y huraña. Pero esto ocurría de manera imperceptible, aproximadamente del mismo modo como también, con el tiempo, de manera invisible para uno mismo y para los demás el rostro de un hombre se va cubriendo de arrugas, desaparece el brillo de los ojos, y en la barba, fruto de una malvada alquimia, aparecen hilillos plateados que ya no cambian de color hasta la misma muerte.
Los labios de Zhalil-muallim temblaron casi imperceptiblemente una cuantas veces. Se encontraba asombrosamente tranquilo y muy bien así, acostado y rodeado de todos sus seres queridos. Y continuó hablando. Decía que le apenaba mucho que por unas tonterías hubieran estado tanto tiempo sin verse, pero que, de todos modos, eso se podía arreglar, lo único importante es que todos estuvieran bien y se quisieran los unos a los otros, tal como debe ser entre los de la misma familia. Lleno de asombro preguntaba a Simurg: ¿en nombre de qué habían estado tanto tiempo martirizándose tan despiadadamente? Sentía una inusitada claridad en su cabeza y todas sus sensaciones se hallaban extraordinariamente aguzadas, pero no oyó lo que le contestó su hermano, porque todos los sonidos se hundían bajo la cada vez más intenso sonar de las calderas.
Duzabdiján era un sabio, aunque nunca escribiera trabajos científicos. Fue poeta aunque nunca compuso versos. Y fue político aunque nunca ocupó ningún puesto.
En algunos aspectos, los ancianos montañeses solían ser más listos que el propio Alá.
En las montañas no hay costumbre de ensalzarse a sí mismo.
- Oh, Alá.. ¿Por qué me castigas así?..- gimió desesperado el viejo desde el umbral, en pos del muchacho-. ¿Por qué de padres como yo nacen hijos tan miserables?
Cuánta gente encontré en la vida- añadió ya serio Duzabdiján- que cuando eran niños caminaban sobre sus propios pies y cuando crecieron, no sé por qué, les gustó cabalgar sobre espaldas ajenas.
En primer lugar, no podía porque mi padre me enseñaba constantemente a no armar gresca, no enfadar a los viejos, no discutir con ellos y ser siempre paciente (aunque notuvieran razón). "No hay que enfadarse, hay que convencer" -decía mi padre- y, en segundo lugar----Reconozco sinceramente que a mí tampoco me gustó mucho la acción de mi padre.
El que tiene mucho miedo de morir es que tiene miedo de vivir.
Pues bien- dijo mi padre- puedo hacerte recordar ciento veinte casos más. Y eso, siendo persona cortés. Si viene a verme el propio Ezrael sabe perfectamente que no soy amigo suyo. No hará más que beber un poco de vodka y marcharse- Hijo mío- me llamó Dizabdiján-. saca del vasar algunos entremeses y vodka. El huésped Zhapar, después de beber en silencio una copa de vodka, se puso en pie y se encaminó a la puerta - ¿ves?- dijo mi padre- Me parece que era el mismo Ezrael. ¿A ti qué te parece, hijo mío?
"El hombre honrado no debe callar ante la verdad. Es sabido que hasata a los que no dijeron en toda su vida más que verdades no se les cortó dos veces la cabeza y tres veces las manos".
"Lo más afilado y más romo, lo más dulce y amargo es la palabra. ¿No llama, acaso, la palabra al festejeo y al combate?..."
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