El hombre con su mundo destrozado- Alexander Luria
Dos ideas cruzan una y otra vez
por mi cabeza: me digo constantemente que mi vida ha terminado, que no sirvo de
nada a nadie, y que seguiré así hasta morir, cosa que sin duda no tardará mucho
en ocurrir. Por otro lado, algo me insiste en que debo vivir, que el tiempo
puede curarlo todo que quizá lo único que necesito es la medicina adecuada y
tiempo suficiente para recuperarme.
El cerebro parece ser uniforme y monótono,
pero es el producto más elevado de la evolución. Recibe, elabora y conserva
información, organiza programas de conducta y regula su ejecución.
Una lesión de los sectores
anteriores del cerebro hace que la persona carezca de posibilidades de evaluar
sus deficiencias y corregirlas. Ni siquiera le es posible concebir qué hará en
el instante siguiente, y mucho menos en la hora o el día próximos. Por lo
tanto, aunque su pasado permanece intacto, ha quedado despojado de
posibilidades de un futuro, y pierde precisamente lo que hace que una persona
sea un ser humano.
¡Cuán terrible es no poder leer!
Solo con la lectura aprende una persona, y entiende cosas, empieza a tener
algunas ideas acerca del mundo en que vive y de cosas de las que antes no tuvo
conciencia. Aprender a leer significa poseer algún poder mágico, y de repente
yo lo había perdido. Me sentí desdichado, enormemente abrumado.
Pero se negó a seguir incapacitado.
Sencillamente tendría que comenzar por el principio y aprender a leer. Le
pareció extraño tener que estudiar para volver a leer, pero eso fue lo que
hizo.
Inició esta historia antes que
terminara la guerra, y continuó trabajando en ella durante veinticinco años.
Resultaría difícil decir si algún otro hombre ha pasado alguna vez años de tan
atormentadora labor para reunir un documento de tres mil páginas que no podía
leer. ¿Por qué lo hizo? ¿Qué sentido tenía eso? ¿Por qué escribió? El mismo se
hizo esta pregunta muchas veces. ¿Por qué molestarse con ese trabajo difícil,
extenuante? ¿Era necesario? A la larga decidió que lo era, pues no estaba
capacitado para ninguna otra cosa. (No podía ayudar en la casa, se perdía
cuando salía a caminar, y a menudo no entendía lo que leía o escuchaba por la
radio). Todas esas cosas estaban fuera de su alcance. Y, sin embargo, podía
tratar de reunir poco a poco los trozos y fragmentos de su pasado, compararlos
y ordenarlos en episodios, crear una visión coherente de lo que eran su
experiencia y deseos. Eso aún era posible. Por lo tanto, escribir su diario, la
historia de su vida, le daba alguna razón para vivir. Era esencial, en el
sentido de que constituía su único vínculo con la vida, su única esperanzade
recuperarse y convertirse en el hombre que había sido. Quizá, si ser útil, hacer
algo de su vida. Revivir su pasado era, pues, una manera de tratar de
asegurarse un futuro. Por ello emprendió esa agotadora labor, dedicó horas,
días, años, a la búsqueda de recuerdos perdidos.
He trabajado durante años en esta
narración de mi enfermedad. Escribir sobre ella y estudiarla es mi manera de
pensar, de mantenerme ocupado, de trabajar en algo. Me tranquiliza, de modo que
sigo haciéndolo. Al hacerlo una y otra vez (no sé cuántas veces he reescrito
esto a lo largo de los años), mejora mi capacidad para hablar. En realizad
ahora hablo mejor, y puedo recordar palabras que mi herida en la cabeza había
dispersado en fragmentos. Al educarme a mí mismo (mediante el pensamiento y la
escritura), he llegado a un punto en que puedo entablar una conversación…por lo
menos acerca de asuntos sencillos y cotidianos.
No recuerdo absolutamente nada de
todo lo que estudié y aprendí. ¡Ha desaparecido todo! Cuando estoy solo, es
como si me hubiesen puesto un candado en la memoria, pero cuando la gente me
habla o escucho una conversación, el candado parece abrirse un poco. El
escucharlos estimula un tanto mis pensamientos.
Lo que se aprende en la escuela y
en el campo especializado encaja en un marco total de ideas, en el cuerpo
íntegro del conocimiento que representa la educación. No es posible “recordar”
simplemente la matemática, lo mismo que no es posible “recordar” El Capital de
Marx. Aprender y entender significa absorber ideas que la memoria conserva en
forma sucinta, como una especie de resumen o compendio. Más adelante se puede
revivir este conocimiento y ampliarlo. Por supuesto que es posible olvidar por
un tiempo algunos principios de matemática o de la herencia, pero esta información
“olvidada” vuelve con rapidez cuando uno refresca los recuerdos. Los conocimientos
no se acumulan en la memoria como las mercancías en un depósito o los libros en
una biblioteca, sino que se conservan por medio de un sistema abreviado de codificación
que crea un marco de ideas. Por consiguiente, todo lo que la memoria ha retenido
en esta forma concisa puede ser revivido y desarrollado.
Algunas funciones cerebrales permanecieron
intactas en tanto que otras quedaron destruidas por completo. Por lo tanto,
aunque le era imposible entender el sentido de una conversación sencilla, o de
muchas construcciones gramaticales, nos dejó una descripción sorprendentemente
exacta de su vida. Necesitaba un esfuerzo sobrehumano para escribir una página
de su diario, y, sin embargo, escribió millares. A pesar de su incapacidad para
hacer frente a problemas elementales, pudo presentar un vívido relato de su
pasado. Más aún, todavía poseía una poderosa imaginación, una notable capacidad
para la fantasía y la empatía.
Su vívida imaginación no ha sido perjudicada por su lesión. (Algunos neurólogos creen que esta facultad es controlada por el hemisferio derecho del cerebro). Le proporcionó cierto alivio momentáneo, frente al esfuerzo de luchar contra un mundo que se había vuelto tan incomprensible.
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