El arte de la estratagema- Giorgio Nardone
El arte de Metis era una forma de
conocimiento operativo que carecía de todo prejuicio fideísta o ideológico: una
sabiduría práctica, síntesis de brillantez creativa y habilidad material. No es
casual que los dos personajes que mejor representan esta tradición sea Ulises y
Alejandro Magno, ambos caudillos heroicos y a la vez investigadores y
estudiosos. El primero se pierde precisamente a causa de su sed de saber; se
cuenta que Ulises nunca regresó a su casa tras haber cruzado las Columnas de
Hércules, empujado por sus ansias de conocimiento. O sea, tras haber
sobrepasado los límites del tranquilizador mas Mediterráneo para conocer el océano
ilimitado.
No es casual que el término “herejía”,
con el que las religiones monoteístas y los poderes inspirados por ellas estigmatizaban
y condenaban a quienes no respetaban la “verdad absoluta”, signifique etimológicamente
“posibilidad de elección”. El héroe sabio de la tradición griega es herético
por excelencia, indómito, se encuentra ávido de conocimientos y es capaz de
actos extraordinarios. Su genialidad a la hora de hallar vías de salida incluso
en las situaciones más complejas reside precisamente en la habilidad para pensar
y actuar más allá de lo normal.
La imagen del sabio chino está
muy alejada de la del héroe griego: el chino permanece oculto detrás de la
exhibición, sus estrategias son siempre veladas, como “los movimientos del
dragón que se confunden con las nubes”.
Aplicar esta estratagema a uno
mismo es un ejercicio funambulesco, porque no es posible distraerse
voluntariamente. Al contrario, cuanto más intento no pensar en una cosa más
pienso en ella: pensar en no pensar es pensar. Sin embargo, utilizando una
variante más tortuosa, puedo aplicarme a hacer una serie de cosas que me
distraerán y harán que ocurra lo que voluntariamente no logro realizar. Por
ejemplo, si un fumador se impone reducir voluntariamente el número de
cigarrillos, casi siempre fracasa estrepitosamente. En cambio, si intenta
averiguar cuáles son los cigarrillos que fuma con verdadero placer a lo largo
del día y se impone disfrutar plenamente de ellos renunciando a los otros que
no son tan placenteros, conseguirá sin gran esfuerzo reducir el consumo a 5-6
cigarrillos al día. Dirigir la atención a la búsqueda del placer más que a la
renuncia permite autoengañarse, logrando lo que hubiera sido imposible mediante
un esfuerzo de voluntad.
El arte no consiste nunca en
reproducir, sino siempre en interpretar.
En efecto, si el adversario
espera tácticas engañosas, hay que atacar directamente de la manera más simple.
En este caso la estratagema es la ausencia de estratagemas.
Así como el exceso de información
anula el conocimiento, también el exceso de elaboración complica los problemas,
en vez de resolverlos. Concentrarse en procedimientos complicados incapacita
para realizar acciones rápidas, simples y directas, y para defenderse de
maniobras similares por parte del adversario. Es prerrogativa del Maestro
hallar la solución más sencilla, porque será la más rápida y la menos costosa. Solo
en el caso de que lo sencillo no funcione se pasa a lo complejo, aunque
teniendo siempre presente que el adversario podría a su vez sorprendernos con
algo simple y directo.
El error que cometen con más
frecuencia los seres humanos, y la raíz además de muchos problemas, es
infravalorar o, por el contrario, sobrevalorar a los interlocutores y a sí
mismos.
La aplicación a la comunicación
interpersonal tal vez más elegante está representada por la técnica de la “confusión”,
que consiste en confundir al interlocutor con una complicada serie de
afirmaciones retorcidas y carentes de sentido, para luego de golpe declarar
directamente aquellos de lo que queremos convencerle. El interlocutor se aferrará
a esta última afirmación como un náufrago al salvavidas.
Pensemos en un muelle: cuando se
tira de él se provoca la reacción contraria, esto es, la tendencia contraerse
rápidamente. Por otra parte, el principio físico de “acción y reacción”, que no
fue descubierto y utilizado por la ciencia hasta el siglo pasado, ha sido desde
siempre la expresión natural de la estratagema “Si quieres enderezar algo, primero
aprende a retorcerlo aún más”.
Cuando se quiere demostrar una
cosa general, hay que dar la regla particular de un caso; pero si se quiere
demostrar un caso particular, habrá que empezar por la regla general.
Comportarse “como si” una cosa
fuese verdadera, aunque no esté demostrado que lo sea, hace que al cabo de poco
tiempo la consideremos como tal.
La ansiedad por lograr el control
conduce al bloqueo total: el contendiente, en su esfuerzo por oponerse a la
profecía de que es objeto, acaba cumpliéndola.
EL AGUA ES LA ANALOGÍA NATURAL
DEL CAMBIO COMO CAPACIDAD DE ADAPTARSE ESTRATÉGICAMENTE A LAS DISTINTAS
CIRCUNSTANCIAS.
En el campo de la persuasión “cambiar
constantemente siendo los mismos” está representado por la refinada capacidad
de sintonizar con las exigencias de nuestro interlocutor a fin de hacer que se
sienta cómodo y totalmente comprendido, para guiarlo luego, mediante artificios
retóricos complementarios a su estilo lingüístico y relacional, a cambiar su
punto de vista sin ninguna resistencia.
Del mismo modo que las cosas que
se endurecen se tornan frágiles y corren el riesgo de romperse, también nuestra
personalidad, si se endurece, se torna frágil, víctima de su propia rigidez.
El truco en este caso es la ausencia de truco. Paradójicamente, la estratagema corresponde a la verdad, en el sentido de que no hay engaño. Ser lo que se aparenta. Si a la percepción externa de mis virtudes no corresponde mi capacidad real, antes o después esta máscara engañosa caerá y mostrará las miserias. De modo que no se trata de construirse una imagen para venderla a los otros y a uno mismo, sino de construir a través del conocimiento y el ejercicio las habilidades que fascinan a los demás. “Sé lo que pareces”. Al final volvemos al principio: “El secreto es que ni hay secretos”.
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