Teoría de la moral- A.F. Shiskhin
El amor a la naturaleza desprovisto de contenido social y humano es también indiferente en el aspecto moral.
La burguesía para mantener la
explotación, para enriquecerse, para consolidar su poder político se ve
obligada a mentir constantemente.
Epicuro exigía la elección racional
de los placeres de acuerdo con la naturaleza del hombre, es decir, la satisfacción
de los deseos naturales y necesarios y el refrenamiento de los deseos absurdos
y antinaturales.
El conocimiento de la naturaleza,
dice Spinoza, ofrece al espíritu el reposo perfecto, es el origen de la
felicidad y la dicha supremas, enseña a aceptar con calma las vicisitudes de la
suerte, a vivir de acuerdo con lo que dicta la razón.
El hombre es libre cuando conoce
la necesidad de la naturaleza y domina sus pasiones. El hombre no es libre
cuando sus actos y su conducta vienen determinados por las pasiones.
Si el interés bien entendido es
el principio de toda moral, lo que importa es que el interés privado del hombre
coincida con el interés humano… si el hombre es formado por las circunstancias,
será necesario formar las circunstancias humanamente.
Hablar de las obligaciones hacia
sí mismo significa tener en cuenta las obligaciones respecto a los demás. Pero para
que las personas aprendan a tener conciencia de sus obligaciones es necesaria
una estructuración social en la que el hombre pueda satisfacer su interés
personal sin infringir los intereses de los demás.
El principio del egoísmo racional
implicaba la subordinación consciente de los intereses personales a la causa de
la libertad y la felicidad del pueblo.
En la historia del pensamiento ético-filosófico
fue precisamente el materialismo el instrumento de las fuerzas sociales más
avanzadas en la lucha por la implantación de una sana moral humana.
Las teorías y las ideas alcanzan
una fuerza especialmente poderosa cuando prenden en las masas, se convierten en
su estandarte, en su arma para la lucha práctica por la renovación de la sociedad,
ya que las masas de trabajadores son las verdaderas creadoras de la historia.
El enfoque histórico concreto de
los fenómenos, es decir, la comprensión de sus nexos, de sus contradicciones
internas, de la lucha de lo nuevo contra lo viejo, de los que se desarrolla
contra lo que se extingue; la confrontación constante de las tesis teóricas con
la vida, con la práctica; la realización consecuente del principio de partido: tales
son las exigencias metodológicas que se han de cumplir.
En el hombre, todo lo humano se
ha desarrollado sobre la base de la transformación de su naturaleza “animal”
bajo la influencia de las relaciones sociales.
Solo la subsiguiente
descomposición de la comunidad primitiva desligó al hombre de la tribu y creó
las premisas para el desarrollo de la personalidad humana.
El desarrollo de la personalidad,
el progreso de su autoconciencia iba acompañados de la aparición de unas taras
desconocidas en la sociedad primitiva: la baja codicia, el robo egoísta de la
propiedad común, la perfidia, la traición.
La defensa de la patria era
monopolio de la clase dominante… los extranjeros, proletarios, artesanos,
mercaderes, siervos y esclavos estaban exentos del servicio militar y no tenían
derecho a llevar armas y ni siquiera a tener valor, lo que era privilegio de la
clase de los patricios.
Para la nobleza rusa, servían de
modelo a copiar los modelos de los cortesanos franceses los que más
concienzudamente habían elaborado las normas de las apariencias externas, del buen
tono, de la moda y del honor aristocrático. No en balde en los discursos de las
personalidades más radicales de la revolución burguesa de Francia se pedía
sustituir el honor por la honradez; las apariencias, por los deberes; la
tiranía de la moda, por el poder de la razón; el buen tono, por las buenas
personas, etc.
Una exigencia general de la moral
dominante de la sociedad feudal era el principio de la lealtad personal, que
venía a ser como un complemento de la coerción extraeconómica. En la sociedad feudal,
el hombre no podía ser independiente. Siempre era vasallo de alguien. Si no
admitía serlo, era considerado como un vagabundo, al que solo se podía
despreciar.
El rasgo moral común a todas las
rebeliones del Medievo de matiz religioso era, según hacía notar Engels, el
ascetismo, característico también de los estadios iniciales del movimiento
proletario. Pero este ascetismo tenía un significado completamente distinto al
que predicaba la iglesia dominante y la llamada Reforma. “Esta ascética
severidad en las costumbres, esta exigencia de que se renunciase a todos los
placeres y alegrías de la vida, significa, por una parte, el enfrentar a las
clases dominantes el principio de la igualdad espartana y, por otra, es un peldaño
necesario de transición, sin el que la capa inferior de la sociedad nunca puede
ponerse en movimiento. A fin de desarrollar su energía revolucionaria, a fin de
llegar a tener conciencia de su situación hostil respecto a todos los demás
elementos sociales, a fin de unirse como clase, la capa inferior ha de comenzar
por renunciar a todo lo que todavía puede reconciliarla con el régimen social
existente. Este ascetismo plebeyo y proletario tanto por su forma furiosamente fanática
como por su contenido se diferencia del ascetismo burgués, en el aspecto en que
lo propugnaba la moral luterana burguesa y los puritanos ingleses…todo el
secreto del cual consistía en el espíritu de ahorro burgués.
Todo lo que el proletario está en
condiciones de realizar por sí mismo para mejorar su posición es solamente una
gota de agua en el torrente de casualidades de que depende y que en modo alguno
domina.
En los convenios entre el capital
y el trabajo no interviene el “corazón”. El corazón del capitalista solo late
aceleradamente cuando suben o bajan las acciones en la bolsa.
La burguesía no deja subsistir
otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel pago al contado…Ha
hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio.
Es la época en que aun aquello
que hasta entonces se transmitía, pero nunca se cambiaba; se regalaba, pero
nunca se vendía; se conseguía, pero nunca se compraba: la virtud, el amor, las
convicciones, el conocimiento, la conciencia, etc; en que todo, por último, se
convirtió en objeto de comercio. Es la época de la corrupción general, de la
venalidad universal.
El crimen organizado es la forma extrema
de la encarnación de la filosofía individualista y de la indiferencia hacia el
bien social, de la deificación de la ganancia como motor infalible de la
actividad humana.
Existen personas que, conscientemente,
adoptan las posiciones de la clase obrera en su lucha por el comunismo. Pero detrás
de las desviaciones individuales hay que ver lo que es típico. Es indudable que
siempre ha habido y habrá excepciones individuales en los tipos de los grupos y
de las clases, pero los tipos sociales se mantienen.
A diferencia del desenfreno
feudal, en el despilfarro burgués se halla siempre presente “la más sucia
avaricia y el cálculo más escrupuloso”.
La hipocresía de los preceptos
morales acerca de la laboriosidad y la honradez resulta tanto más evidente cuanto
más salta a la vista, junto al llamativo lujo de existencia de los millonarios,
su total ociosidad; cuanto más se desenmascaran las sucias especulaciones y
fraudes de las corporaciones, que excluyen cualquier noción de honradez y transforman
todos los conceptos de la moral, legislados por la misma burguesía, en su
contrario.
La clase dominante siempre
defiende el punto de vista de que debe existir una moral doble: una para la defensa
de los intereses generales de la clase dominante y para engañar a las masas, y
otra para el comportamiento práctico de los miembros de la clase dominante.
Al incorporarse a la huelga, el
obrero marcha audazmente al encuentro de la miseria, las privaciones y las
persecuciones. “Las personas que sufren todas estas calamidades para acabar con
la resistencia de un solo burgués, sabrán romper también la fuerza de toda la
burguesía”.
En sus labios, la hermandad
humana no es una frase, sino una verdad, y en sus caras, que el trabajo ha
hecho rudas, resplandece la nobleza humana.
Ello significa que el progreso
social no era un proceso suave, puramente evolutivo; incluía períodos de
estancamiento social, así como saltos, cambios revolucionarios que resolvían
las contradicciones acumuladas y sacaban a la sociedad del estado de
paralización y decadencia.
Durante la época del imperio de
la propiedad privada, “cada progreso es al mismo tiempo un regreso relativo, y
el bienestar y el desarrollo de unos verifícanse a expensas del dolor y la
represión de otros”.
Y si, a pesar de todo, en el
transcurso de la sociedad de clases se produce el progreso moral y, en general,
social, este progreso tiene lugar únicamente porque en la sociedad había fuerzas
para luchar contra la explotación y la opresión, para luchar por la renovación
de la sociedad, por la creación de condiciones humanas de existencia y de
desenvolvimiento del hombre. Las clases oprimidas, las masas populares que se
lanzaban a esta lucha, eran las principales portadoras de este progreso.
Los períodos de decadencia del
régimen social basado en el antagonismo clasista iban acompañados de la relajación
moral.
El contenido clasista y el
universak de la moral por vez primera podían coincidir y coincidieron en su
fundamento únicamente en la clase que destruye todas las formas de explotación.
Ello significa que la lucha de la clase obrera tiene un sentido universal;
busca la felicidad no solo para sí, sino para todos los trabajadores, para
todos los oprimidos.
Todas las conquistas positivas
del pensamiento humano, logradas en las condiciones propias de una época histórica
dada no se destruyen en las épocas históricas siguientes, sino que se someten a
una reelaboración crítica, se desarrollan y complementan.
La libertad no consiste en una
soñada independencia respecto de las leyes naturales, sino en el reconocimiento
de esas leyes y en la posibilidad, así dada, de hacerlas obrar según un plan
para determinados fines.
El comunismo, como superación
positiva de la propiedad privada, como autoenajenación humana y, por tanto,
como real apropiación de la esencia humana por y para el hombre; por tanto,
como el retorno total, consciente y logrado dentro de toda la riqueza del desarrollo
anterior del hombre para sí como un hombre social, es decir, humano. Este comunismo
es, como naturalismo acabado=humanismo y, como humanismo acabado=naturalismo;
es la verdadera solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza y del
hombre contra el hombre, la verdadera solución de la pugna entre la existencia
y la esencia, entre la objetivación y la afirmación de sí mismo, entre la
libertad y la necesidad, entre el individuo y la especie.
Por eso decimos: para nosotros,
la moral considerada al margen de la sociedad humana no existe; es un engaño. Para
nosotros, la moral está subordinada a los intereses de la lucha de clase del
proletariado.
La vieja sociedad se basaba en el
siguiente principio: o saqueas a tu prójimo, o te saquea él; o trabajas para
otro, u otro trabaja para ti; o eres esclavista, o tú mismo serás esclavo. Es natural
que los hombres educados en semejante sociedad asimilen, por así decirlo, con
la leche materna, la psicología, la costumbre, la idea de que no hay más que
amo o esclavo, o pequeño propietario, pequeño empleado, pequeño funcionario,
intelectual; en una palabra, hombres que se ocupan únicamente de tener lo suyo
sin importarles en absoluto los demás.
No solamente debéis asimilar
estos conocimientos, sino someterlos a vuestra crítica con el fin de no
amontonar en vuestro cerebro un fárrago inútil, sino de enriquecerle con el
conocimiento de todos los hechos, sin los cuales no es posible ser hombre culto
en la época en que vivimos.
La historia de un individuo no
puede en modo alguno desligarse de la historia de los individuos precedentes y
simultáneos, sino que, por el contrario, se halla determinada por esta.
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