Walden tres- Rubén Ardila.

¿Te he dicho alguna vez que has debido ser sociólogo y no psicólogo experimental? En todo caso a ti te interesan los problemas sociales, aunque seas un hombre callado, introvertido que da apariencia de indiferencia… por dentro ardes cuando ves que suceden ciertas cosas…

Para mí Harvard fue amable, y no demasiado difícil. Seguro. Lo difícil es entrar. Después la bola rueda, tomas exámenes, escribes lo que los profesores quieren que escribas, mientes, te contradices, haces un par de investigaciones, de esas que no contribuyen en nada al avance de la ciencia pero que son metodológicamente perfectas, con resultados significativos al nivel del uno por ciento, y un buen día recibes tu grado de Master y años después, casi sin darte cuenta, tu doctorado. Ph.D. en Psicología, ¡por todos los santos, suena realmente great!

Mis contactos con el pasado se iban perdiendo y yo me estaba volviendo tan mediocre como mis compañeros de universidad, para los cuales lo único importante era el salario y evitar los problemas estudiantiles.

Yo estaba muy solo. Era extraño. No mantenía contactos con mi anciano padre ni con mis compañeros de Harvard. Viajaba muy poco y creía que mi vida transcurría vacía y sin sentido. En parte era culpa de mi timidez, de mi introversión y de mi incapacidad para hacer nuevos amigos.

El hombre hablaba con fuerza y convicción, con una energía que me atraía. Realmente yo nunca he sido un hombre de mucha fuerza y no había sido capaz de convencer a nadie de nada. Por eso la gente fuerte me fascina y extraña.

En fin, Dios no me dio dotes de orador y por lo tanto quise decir mucho y no dije nada. La gente afirma que le encanta la forma como yo guardo silencio y escucho. Esto no es una cualidad sino un defecto, y me duele mucho, no digo nada porque no soy capaz de decir nada. Pero a veces la gente considera que los defectos son cualidades y las cualidades defectos.

Si quieren hijos, los podrán adoptar. Vamos a organizar muy bien el sistema de adopción, dado que todo niño necesita un hogar, y unos padres pueden cuidar un hijo ajeno con el mismo cariño que un hijo propio. Claro está, que antes de darles en niño se le someterá al entrenamiento adecuado. Todos tenemos que aprender a ser padres y madres, esto es algo que no se sabe simplemente porque sí, por obra de Dios...

Cuando era estudiante graduado en Harvard había aprendido que publicar era tremendamente importante, pero nunca me había decidido a escribir un libro, y como mis artículos científicos no siempre les agradaban a los editores de las revistas de la APA, pues mi labor de publicación había sido muy pobre.

La meta era un hombre o mujer adulto y maduro, psicológicamente, que obrara con el refuerzo único de su propia satisfacción y de la seguridad de estar actuando de acuerdo con las metas de la nueva sociedad.

Yo no le quise discutir que los historiadores de hoy prefieren decir que el “zeitgeist” o espíritu de los tiempos es la causa de los cambios sociales, y no los grandes hombres; que los descubrimientos son inevitables y lo mismo las invenciones. El papel de los hombres y mujeres a nivel individual como artífices de la historia es en apariencia, menor de lo que piensan los profanos en la materia.

Las personas trabajaban para dar sentido a su vida, para ocupar su tiempo, para satisfacer necesidades de independencia, de estatus y de logro; trabajan porque se sienten bien con sus compañeros de trabajo. Trabajan para estar activas, para ser bien aceptadas por su comunidad, trabajan por muchas razones.

La Comisión no estuvo de acuerdo, y cada elemento de información tenía que ser evaluado antes de permitir que se difundiera. Esto me pareció peligroso, pero al fin de cuentas más peligrosa era la “mala información”, según los expertos en comunicaciones. Yo pensé siempre que cuanta más información hubiera, mejor.

Era una educación para la vida, para que el individuo se auto-educara. Enfatizaba factores intelectuales pero también afectivos, de desarrollo personal. El niño debía aprender a desarrollar sus emociones y a expresarlas adaptativamente, tanto el amor como el odio, tanto la rabia como el miedo. Las emociones negativas tenían que expresarse por canales constructivos, en lugar de ignorarlas y “reprimirlas”.

Esa nueva educación no era libresca y teórica. Era una educación de las potencialidades cognoscitivas y al mismo tiempo de las emociones, de los músculos, de las habilidades sociales. Se aprendía a amar y a aceptar el amor. A ser positivo en la forma de relacionarse con otros seres humanos. A aceptar a la gente y a ser aceptado por ella.

Los expertos en educación insistían en que realmente nadie era capaz de enseñar nada a otra persona, y que uno mismo debía aprender solo; la meta de la educación era la autoeducación.

La realidad de envejecer y de morirnos sólo la conocemos los seres humanos. El ser humano es el único animal que sabe que tiene que morir, se hizo notar antes. Todas las filosofías y todas las religiones consideran que la vejez y la muerte son parte de la realidad existencial del hombre, pero se las mira con angustia e inseguridad. No queremos pensar en que todos vamos a envejecer y a morir. No queremos pensar ahora en que esto nos toque algún día a nosotros.

Sí, eso es. La gente de hoy no quiere preocuparse por nada, piensa que no hay nada por lo cual valga la pena perder el sueño, nada que lo lleve a uno a angustiarse y a desesperarse. No hemos encontrado el equivalente moral de la guerra. Nuestros muchachos son uno mediocres, buscan sólo la satisfacción de las necesidades inmediatas, sí, ya lo creo, vamos hacia una edad media, de estabilidad y mediocridad, en la cual nadie va a progresar ni a angustiarse.

Un comportamiento no existe en el vacío, tiene detrás suyo una historia previa, y actúa sobre el ambiente, produce unas consecuencias que influyen en que cambie la probabilidad de su repetición.

La gente que tiene más relevancia para la vida de uno es aquella más parecida a uno, o sea en este caso los niños para los otros niños.

La gente necesita trascender sus propios límites, darle un sentido a su existencia. Escapar de la muerte.

Las especies y las instituciones cambian para adaptarse al medio y evitar extinguirse. Es la ley de la vida, la supervivencia del más apto. ¿Del más apto para qué? ¡Del más apto para sobrevivir!

Adiós a las supersticiones, a la ignorancia. Pero no al sentido psicológico de la religión, a la unión con los otros seres humanos a la necesidad de darle un significado al universo.

Siendo el ser humano parte de la naturaleza, su comportamiento está sujeto a leyes, esto es claro y obvio. Hay leyes físicas, biológicas, psicológicas y sociales. El hombre no es libre de tener un dolor de estómago o de no tenerlo. No es libre de salir volando por la ventana. No es libre para querer crecer y alcanzar 5 metros de altura. Pensar esto es ser un esquizofrénico.

Fue Engels quien afirmó que “la libertad no reside en independizarnos de las leyes naturales, sino en conocerlas y hacerlas actuar de un modo planificado para fines determinados”. Insistió en que esto se aplicaba tanto a las leyes de la naturaleza exterior como a las del hombre, “dos clases de leyes que podremos separar a lo sumo en la idea pero no en la realidad”.

Porque así me he sentido desde pequeño. Porque me consideré extranjero en mi patria, extranjero en Harvard y extranjero en este país. Porque tenía una enorme sed de pertenecer, de echar raíces, de no sentirme perdido por la vida, como si hubiera venido de otro planeta.

Como Don Quijote, que salió a recorrer su camino en medio de las protestas y las quejas de la gente a su alrededor, que representaban la cordura y el sentido común, así nosotros nos habíamos lanzado a la tarea de hacer un mundo mejor a nuestra manera. Tal vez habíamos estado un poco locos, como Don Quijote. De todos modos si hubiera que hacerlo de nuevo hoy, lo volvería a hacer. Y exactamente en la misma forma como lo hice antes.

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