Demian- Hermann Hesse
El supuesto crimen del niño lo ubica, según sus criterios de moralidad, en el mundo oscuro de los malos, fuera del inmaculado y cálido hogar. Asimismo, al percatarse que su padre no percibe algún indicador de su angustia emocional, sino que se fija en sus insignificantes botas sucias, surge en su interior el primer resquebrajamiento de la divinidad del padre. Se produce el primer golpe a los pilares sobre los que había descansado su niñez y que todo hombre tiene que destruir para poder ser él mismo. “Estos acontecimientos, que nadie ve, forman la línea interior y esencial de nuestro destino. El desgarrón cicatriza y se olvida, pero en el interior del ser continúa existiendo y sangrando”.
Muchos viven tal morir y renacer,
que es nuestro destino, sólo en ese momento de su vida en que el mundo infantil
se resquebraja y se derrumba lentamente, cuando todo lo que amamos nos abandona
y, de pronto, sentimos la soledad y la frialdad mortal del universo que nos
rodea. Muchos se estrellan para siempre en este escollo y permanecen toda su
vida apegados dolorosamente a un pasado irrecuperable, al sueño del paraíso
perdido, que es el peor y más nefasto de todos los sueños.
La contemplación del fuego me
había reconfortado; había consolidado y ratificado inclinaciones que siempre
había sentido, pero que nunca había cultivado. Poco a poco fui viendo claro, al
menos parcialmente; ya desde niño me había gustado contemplar las formas
extrañas de la naturaleza, no observándolas simplemente sino entregándome a su
propia magia, a su profundo y barroco lenguaje. La contemplación del fuego me
había reconfortado; había consolidado y ratificado inclinaciones que siempre
había sentido, pero que nunca había cultivado. Poco a poco fui viendo claro, al
menos parcialmente; ya desde niño me había gustado contemplar las formas
extrañas de la naturaleza, no observándolas simplemente sino entregándome a su
propia magia, a su profundo y barroco lenguaje. Las raíces largas y fosilizadas
de los árboles, las vetas coloreadas de la piedra, las manchas de aceite
flotando sobre el agua, las grietas en el cristal: todas estas cosas habían
ejercido antaño una gran fascinación sobre mí, sobre todo el agua y el fuego,
el humo, las nubes, el polvo y, especialmente, las manchas de colores que veía
girar al cerrar los ojos.
Entre las pocas experiencias que
he realizado en el camino hacia mi verdadera meta vital se cuenta la
contemplación de esas imágenes. La entrega a las formas irracionales, barrocas
y extravagantes de la naturaleza produce en nosotros un sentimiento de
concordancia entre nuestro interior y la voluntad que las ha producido.
Acostumbramos a trazar límites
demasiado estrechos a nuestra personalidad. Consideramos que solamente
pertenece a nuestra persona lo que reconocemos como individual y diferenciador.
Pero cada uno de nosotros está constituido por la totalidad del mundo; y así
como llevamos en nuestro cuerpo la trayectoria de la evolución hasta el pez y
aún más allá, así llevamos en el alma todo lo que desde un principio ha vivido
en las almas humanas.
Hay una gran diferencia entre
llevar el mundo en sí mismo y saberlo. Un loco puede tener ideas que recuerden
a Platón, y un pequeño y devoto colegial del Instituto de Herrnhut puede
recrear las profundas conexiones mitológicas que aparecen en los gnósticos o en
Zoroastro. ¡Pero él no lo sabe! Mientras no lo sepa es como un árbol o una
piedra; en el mejor de los casos, como un animal. En el momento en que tenga la
primera chispa de conciencia, se convertirá en un hombre. ¿No irá usted a creer
que todos esos bípedos que andan por la calle son hombres sólo porque anden
derechos y lleven a sus crías nueve meses dentro de sí? Muchos de ellos son
peces u ovejas, gusanos o ángeles; otros son hormigas, y otros abejas. En cada
uno existen las posibilidades de ser hombre; pero sólo cuando las vislumbra,
cuando aprende a hacerlas conscientes, por lo menos en parte, estas
posibilidades le pertenecen.
El impulso que le hace a usted
volar es nuestro patrimonio humano, que todos poseemos. Es el sentimiento de unión
con las raíces de toda fuerza. Pero pronto nos asalta el miedo. ¡Es tan
peligroso! Por eso la mayoría renuncia gustosamente a volar y prefiere caminar
de la mano de los preceptos legales o por la acera. Usted no. Usted sigue
volando, como debe ser. Y entonces descubre lo maravilloso; descubre que
lentamente se hace dueño de la situación, que a la gran fuerza general que le
arrastra corresponde una pequeña fuerza propia, un órgano, un timón. ¡Esto es
estupendo! Sin él, uno se perdería sin voluntad por los aires, como hacen por
ejemplo los locos. Los locos tienen unas intuiciones más profundas que la gente
de la acera, pero no tienen la clave ni el timón y se despeñan en el abismo.
Cuando me comparaba con los
demás, me sentía unas veces orgulloso y satisfecho de mí mismo pero otras
deprimido y humillado. Unas veces me consideraba un genio, otras un loco. No
conseguía compartir las alegrías y la vida de mis compañeros, y me hacía
reproches y cábalas como si estuviera irremediablemente separado de ellos y se
me negara la vida. Pistorius, que era un extravagante declarado, me enseñó a
tener valor y respeto de mí mismo.
La mayoría de los seres humanos
vive tan irrealmente; porque cree que las imágenes exteriores son la realidad y
no permiten a su propio mundo interior manifestarse. Se puede ser muy feliz
así, desde luego. Pero cuando se conoce lo otro, ya no se puede elegir el
camino de la mayoría. Sinclair, el camino de la mayoría es fácil, el nuestro
difícil. Caminemos.
Y de pronto comprendí que lo que
Pistorius había sido para mí no podía serlo para él mismo, y que tampoco podía
darse a sí mismo lo que él me había dado. Me había enseñado un camino que le
sobrepasaba y dejaba atrás, también a él, al guía. ¡Dios sabe cómo surgen
semejantes palabras!
No existía ningún deber, ninguno,
para un hombre consciente, excepto el de buscarse a sí mismo, afirmarse en su
interior, tantear un camino hacia adelante sin preocuparse de la meta a que
pudiera conducir.
Lo que importaba era encontrar su
propio destino, no un destino cualquiera, y vivirlo por completo. Todo lo demás
eran medianías, un intento de evasión, de buscar refugio en el ideal de la
masa; era amoldarse; era miedo ante la propia individualidad. La nueva imagen
surgió terrible y sagrada ante mis ojos, presentida múltiples veces, quizá
pronunciada ya otras tantas, pero nunca vivida hasta ahora. Yo era un proyecto
de la naturaleza, un proyecto hacia lo desconocido, quizás hacia lo nuevo,
quizás hacia la nada; y mi misión, mi única misión, era dejar realizarse este
proyecto que brotaba de las profundidades, sentir en mí su voluntad e
identificarme con él por completo.
Sobre mi mesa tenía unos tomos de
Nietzsche. Con él vivía, sintiendo la soledad de su alma, presintiendo el
destino que le empujaba inexorablemente; sufría con él y era feliz de que
hubiera existido un hombre que había seguido tan consecuentemente su camino.
Las gentes que no siguen a la
manada son muy pocas en todas partes.
Por primera vez en mi vida el
mundo exterior coincidía perfectamente con mi mundo interior. Cuando esto
sucede es fiesta para el alma y merece la pena vivir. Ninguna casa, ningún
escaparate, ningún rostro en la calle me molestaba; todo era como tenía que
ser, pero sin el aspecto vacío de lo cotidiano y acostumbrado: era naturaleza expectante,
preparada respetuosamente a recibir al destino.
Me había acostumbrado a vivir
replegado en mí mismo y me había hecho a la idea de que había perdido el
sentido por lo que pasaba fuera, de que la pérdida de los colores luminosos
estaba inevitablemente unida a la pérdida de la infancia y que había que pagar
la libertad y madurez del alma con la renuncia a ese suave resplandor.
Cuando usted era un niño,
Sinclair, vino mi hijo un día del colegio y me dijo: hay un chico que lleva el
estigma sobre la frente. Tiene que ser mi amigo. Era usted.
Sinclair tiene ahora que superar
lo más difícil. Está intentando refugiarse en la masa; hasta se ha convertido
en cliente asiduo de las tabernas. Pero no lo conseguirá. Su estigma está
escondido pero arde en secreto.
No vivíamos en absoluto cerrados
al mundo; a menudo vivíamos en nuestros pensamientos y conversaciones en medio
de él, sólo que en otro campo: no estábamos separados de la mayoría por
barreras, sino por una manera diferente de ver las cosas. Nuestra labor era
formar una isla dentro del mundo, quizá dar ejemplo, en todo caso vivir la
anunciación de otra posibilidad de vida. Yo, solitario tanto tiempo, conocí la
comunión que es posible entre seres que han conocido la completa soledad. Nunca
más me sentí atraído a los banquetes de los dichosos, ni a las fiestas de los
alegres; nunca más tuve envidia o nostalgia de la amistad de los demás.
Nosotros, los marcados,
parecíamos con razón extraños, incluso locos y peligrosos. Habíamos despertado,
o estábamos despertando, y nuestro empeño estaba dirigido a una mayor
conciencia; mientras que el empeño y la búsqueda de los demás iba a subordinar,
cada vez con más fuerza, sus opiniones, ideales y deberes, su vida y su
felicidad, a los del rebaño.
Para ellos la humanidad —a la que
querían con la misma fuerza que nosotros— era algo acabado que había que
conservar y proteger. Para nosotros, en cambio, la humanidad era un futuro
lejano hacia el que todos nos movíamos, cuya imagen nadie conocía, cuyas leyes no
estaban escritas en ninguna parte.
Además de Frau Eva, Max y yo,
pertenecían a nuestro círculo, más o menos íntimamente, otros que también
buscaban. Algunos iban por caminos determinados y tenían metas especiales.
Entre ellos había astrólogos y cabalistas, también un discípulo de Tolstoi, y
toda clase de seres sensibles, tímidos y vulnerables, adeptos a nuevas sectas,
practicantes de ejercicios indios y vegetarianos. Con ellos no teníamos
espiritualmente nada en común, excepto el respeto que cada uno tributaba al
sueño vital de su semejante.
Cada confesión, cada doctrina
salvadora, nos parecía de antemano muerta y sin sentido. Sólo concebíamos como
deber y destino el que cada cual llegara a ser él mismo, que viviera entregado
tan por completo a la fuerza de la naturaleza en él activa que el destino
incierto le encontrara preparado para todo, trajera lo que trajera.
Los pocos que estaremos
preparados seremos nosotros. Por eso estamos marcados, como estaba marcado
Caín, para despertar miedo y odio y sacar a la humanidad de su idílica
estrechez hacia lejanías de peligro. Todos los hombres que han influido en el
curso de la humanidad fueron, sin excepción, capaces y eficaces porque estaban
dispuestos a aceptar el destino…Si Bismarck hubiera comprendido a los socialdemócratas
y se hubiera amoldado a ellos, hubiese sido un hombre sabio, pero no un hombre
del destino.
El amor no debe pedir —dijo—, ni
tampoco exigir. Ha de tener la fuerza de encontrar en sí mismo la certeza. En
ese momento ya no se siente atraído, sino que atrae él mismo. Sinclair: su amor
se siente atraído por mí. El día que me atraiga a sí, acudiré. No quiero hacer
regalos. Quiero ser ganada.
El mundo quiere renovarse. Huele
a muerte. No hay nada nuevo sin la muerte. Es más terrible de lo que yo había
pensado.
No me estaba concedido vivir en
la abundancia y el placer; mi destino, era la pena y la inquietud. Sabía que un
día despertaría de aquellos hermosos sueños de amor y volvería a estar solo, completamente
solo en el mundo frío de los demás, donde me esperaba la soledad y la lucha, y
no la paz y la concordia.
Lo nuevo empieza, y lo nuevo será
terrible para los que están apegados a lo viejo.
¡Frau Eva me había oído! ¡La
había alcanzado con mis pensamientos en medio del corazón!
Los sentimientos primitivos,
hasta los más salvajes, no estaban dirigidos al enemigo; su acción sangrienta
era sólo reflejo del interior, del alma dividida, que necesitaba desfogarse,
matar, aniquilar y morir para poder nacer. Un pájaro gigantesco luchaba por
salir del cascarón; el cascarón era el mundo y el mundo tenía que caer hecho pedazos.
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