La voluntad encarcelada- José Luis Rénique

 

El punto de partida era la mente, la conciencia, la forja de un tipo de convicción capaz de llevar a la práctica los lineamientos políticos.

Interesante cita de Luis E. Valcárcel:

Desde el siglo XVI, el Perú había vivido «fuera de sí», consumiendo los «frutos podridos» de una civilización decadente. A su debido tiempo llegarían las «huestes tamerlánicas» encargadas de practicar «la necesaria evulsión». Ni los despreciables mestizos, ni Lima con sus «chinerías» y sus «zamberías», nada en la «femenina» costa podría detener el gallardo resurgimiento de la «masculina» sierra. Si la «generación del novecientos» había delineado el paradigma de una nación mestiza, para la «generación del centenario» la nación surgiría de una inevitable polarización: de los Andes «irradiará otra vez la cultura»; la sierra, a fin de cuentas, «es la nacionalidad».

De retorno de Europa -imbuido del espíritu de «crisis de Occidente» y de «resurgimiento de los pueblos orientales»-, José Carlos Mariátegui percibió en esa prédica indófila el material espiritual y cultural que permitiría al socialismo entroncar con la demanda indígena.

Para la tradición radical, los años veinte son un período crucial: la bisagra entre el literato y el militante, entre el «gonzalespradismo» y el marxismo, entre el cenáculo y el partido.

Otra cita interesante:

“Al maoísmo intelectualizado asimilado en el mayo francés se oponía diametralmente aquel de raíz estalinista aprendido en la China de la Revolución Cultural. Lynch, asimismo, se refería a este como un «maoísmo provinciano» marcado por actitudes «anti-modemas» y proclividades radicales y autoritarias que revelaban su origen social terrateniente”.

Y más:

“Unos formaban guerreros, los otros, promotores del desarrollo. Unos llegaban al campo afiliados a diversas ONG o a parroquias progresistas, los otros como parte de un partido en trance de convertirse en «maquinaria de guerra». La voluntad de incendiar la pradera versus la cruzada por la justicia. SL se había quedado con el fuego de la tradición radical”.

Los individuos, en suma. Capaces de convertirse en el «centro polar» de la tempestad que la «guerra popular» habría de desatar, cuya adscripción a una ideología científica daba a su lucha local una dimensión universal.

Interesante relato:

Uno de aquellos relatos habla de «un grupo de compañeros» que marcharon al valle de Condebamba en 1983. Se supo que «empezaron a echar raíces y a sembrar en buena tierra las fértiles semillas entregadas por el maestro». Unos meses después se sabe que «entregaron sus vidas por su pueblo». Sus cuerpos no pudieron ser encontrados. ¿Será posible encontrar el rastro de los perdidos? Se sabe que han dejado una señal: una cinta roja amarrada a un árbol en una bifurcación de caminos donde los andantes suelen perder el rumbo. Un nuevo grupo de compañeros emprende su búsqueda. Una vez allí, en efecto, encuentran la pista sin dificultad. «Juan» quiere llevarse la cinta roja como recuerdo de los caídos. «Ricardo» lo impide. Sirvió -dice- «para guiar antes a los compañeros, hoy nos sirve a nosotros, servirá para los que vengan: la cinta roja nos recuerda que nunca el trabajo anterior y el esfuerzo se pierden, que las semillas que aquellos compañeros sembraron y que fueron regadas con su sangre han fructificado grandemente; dejad pues que siga ahí «guiando en las nuevas circunstancias a aquellos que en el futuro rematarán la epopeya hoy inconclusa».

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