Túpac Amaru- Boleslao Lewin

 La vida íntima de los indios escapaba al control del conquistador, pese a todo el esfuerzo por españolizarlos. Esta situación se expresaba en los caciques, quienes, a pesar de su posición privilegiada tanto en el aspecto social como educativo, contribuyeron a que surgiera en su seno una fuerte corriente anticolonial. Precisamente Túpac Amaru fue su representante más destacado.

En cuanto a la situación de los mestizos, como grupo social, expresaban actitudes oportunistas ante la casta gobernante, por el temor de verse disminuidos a la condición de vida de los indios.

Por otra parte, en lo relativo a la espiritualidad de los habitantes de las colonias, la identificación con lo autóctono era considerado, primero, como oposición al régimen imperante y, luego, como infidencia. Este fenómeno comenzará a adquirir características diferentes en el siglo XVIII, cuando bajo el influjo de factores internos (criollos) y externos (las ideas igualitarias) comienza a surgir una conciencia nacional en la casta india. Pero, como en ella todo lo que acontece es encauzado por los caciques, también esto lo será.

José Gabriel Túpac Amaru fue hijo de Miguel Condorcanqui y de Rosa Noguera. Quedó huérfano de madre y padre a muy tierna edad, circunstancia que, conforme a algunos psicólogos, predispone a actitudes rebeldes, si bien éstas quedan como frustración cuando no arraigan en individuos excepcionales que persiguen un ideal concordante con anhelos multitudinarios. Asimismo, la cultura general de Túpac Amaru, reconocida por todos, no procedía de las aulas del colegio jesuítico donde fue internado; pero sí su formación religiosa. Porque dígase lo que se diga, no hubo en Túpac Amaru deseo de reivindicar valores confesionales autóctonos. Todo lo contrario, él siguió fiel a los principios del catolicismo con una firmeza que nada pudo doblegar, ni siquiera la beligerante adhesión de la clerecía al partido realista, obligando a sus subordinados a hacer lo mismo.

Las causas de la decisión de sublevarse, por parte de José Gabriel Túpac Amaru, se deben tanto al contexto en el que vivía como a motivos personales. Él se formó en un ambiente con predominancia de nostalgia por el antiguo esplendor incaico, el rechazo al dominio colonial hispano, la presencia de ideas igualitarias de la época y el ejemplo de las colonias americanas que lograron su independencia. Así también, Túpac Amaru tenía una personalidad caracterizada por una gran sensibilidad y no menor odio a las injusticias –tal vez influía en esto su temprana orfandad– y por un alto –acaso exagerado– sentido de su importancia como descendiente de los incas. Otra característica de su conducta, vinculada con la típica pasividad indígena y la falta de conocimientos imprescindibles para un jefe de ejércitos, se evidenció en su decisión de no tomar el Cuzco, en aquel momento prácticamente desguarnecido, luego de su victoria militar en Sangarará.

En otro orden de ideas y para profundizar el análisis, parto de lo planteado en la siguiente cita:

“El problema se plantea hoy y fue acuciosamente considerado en la época por dos razones: primero, por lo insólito del hecho, puesto que después de la ineficaz resistencia a la Conquista los indios parecían estar completamente abatidos y, salvo ocasionales e inconexos estallidos de cólera, no manifestaban oposición a la autoridad colonial; segundo, porque a quienes conocen a los indios –tales que viven en su propio medio– no les resulta fácil concebir cómo esos seres apocados fueron capaces de luchar fieramente, durante tiempo prolongado, en un territorio muy extenso. Y es realmente notable el caso de que en todo el continente americano, en el transcurso de tres centurias, lo hicieron una sola vez bajo el mando de Túpac Amaru”.

Según ya he indicado, Túpac Amaru fue lo que se puede llamar un hombre instruido, pero no un intelectual. Y aun de haberlo sido, no hubiera podido –debido a sus múltiples ocupaciones como jefe rebelde– redactar los numerosos y, a veces, muy extensos escritos que llevan su nombre. Es seguro que haya aprobado o "fijado los puntos" de los más importantes documentos, pero la redacción definitiva y su fundamentación jurídico–teológica es de otra persona.

Se sabe que entre las personas a él estrechamente vinculadas hubo lectores entusiastas de los Comentarios Reales, que de ellos sacaban conclusiones peligrosísimas para la estabilidad del régimen español en América.

Otro aspecto curioso, es que, al producirse los sucesos insurreccionales, Túpac Amaru decía obrar autorizado por una cédula de Carlos III; sus edictos, cuando los dirigía a los indios, comenzaban infaliblemente con la frase de "Tengo órdenes reales". Hacía esto porque el cándido sentir popular veía en las testas coronadas símbolos de la justicia humana. Tan grande fue la fe en los jefes superiores, invisibles e inalcanzables, que cuando no se comprendía de dónde emanaban las órdenes injustas se las atribuía a los ejecutores con quienes se estaba en contacto directo. Por ejemplo, en América circulaban siempre leyendas fantásticas entre los indios y los esclavos sobre supuestas cédulas favorables para ellos, que los malvados funcionarios coloniales mantenían ocultas.

Sin embargo, el lenguaje de Túpac Amaru se adecuaba a las circunstancias concretas. En enunciaciones públicas dirigidas a los criollos de Arequipa evidenció el propósito de romper lazos con España, debido a que en la ciudad mistiana los habitantes durante los alborotos criollos de enero de 1780 mostraron notable madurez política.

Por otro lado, algunos criollos, como en el caso de los de Oruro, dieron pasos en el sentido de la realización del programa tupacamarista. Empero, la masa de los españoles americanos no se plegó al movimiento dirigido por el último inca. De igual modo, al principio de la rebelión, la plebe criolla (mestiza) sintió simpatía por Túpac Amaru, pero después, como sus congéneres de estratos superiores y de cutis blanco, prefirió no tomar partido por ningún bando.

En cuanto a la propaganda, Túpac Amaru tuvo más éxito que los españoles, pero rara vez estaba en condiciones de transformar el éxito propagandístico en hechos reales. Además, tuvo confianza en el poder persuasivo de sus argumentos, o creía que proviniendo de él tenían valor especial. En cambio, los realistas, gracias a su buena organización, sabían aprovechar bien la menor brecha abierta en las filas indígenas.

Una expresión de lo señalado se aprecia en el ejército destinado para terminar con la rebelión a sangre y fuego. Se componía de 17.116 hombres, divididos en cinco columnas, bajo el mando supremo del mariscal de campo José del Valle, compuesto en  su aplastante mayoría de indios "fieles".

Cabe resaltar que la mayoría de los caudillos indígenas presos, entre ellos Julián Apasa, no demostraron la fortaleza de espíritu de José Gabriel Túpac Amaru, no asumían la defensa de sus actos ni de los postulados de la rebelión. Por el contrario, pretendieron ganarse la buena voluntad de sus inexorables enemigos atribuyendo todas las culpas a los "incas", es decir, a la familia de Túpac Amaru.

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