Manifiesto contra el trabajo- Robert Kurz

 Ideas importantes:

  •  Solo se reconoce como ser humano a quien pertenece a la hermandad de los sardónicos vencedores de la globalización. Todos los recursos del planeta se usurpan, con toda naturalidad, en nombre de la autofinalista máquina capitalista. Aquellos que ya no puedan emplearse de manera rentable para ese fin serán dejados en barbecho, aunque eso suponga hambre para poblaciones enteras.
  • A la policía, las sectas salvadoras, la mafia y las cocinas populares les tocará encargarse de la molesta «basura humana». No es ya la maldición del Antiguo Testamento —«comerás el fruto del sudor de tu frente»— la que pesa sobre los excluidos, sino una nueva perdición, esta sí inexorable: «No comerás, porque tu sudor no es necesario y es invendible». ¿Y se supone que esto es una ley natural? No es más que un principio social irracional, que se presenta como imperativo natural porque, durante siglos, ha destruido o ha sometido a todas las demás formas de relación social, poniéndose a sí mismo como absoluto.
  • El ideal del futuro es el individuo como administrador de su propia mano de obra y de su previsión existencial. Las personas no se relacionan como seres sociales conscientes en el eterno comprar y vender, sino que ejecutan como autómatas sociales el fin absoluto que les ha venido impuesto.
  • Cuanto menos sentido tiene la obligación de trabajar, tanto más brutalmente se machaca a la gente con que tiene que ganarse el pan con el sudor de su frente.
  • Fue el sistema productor de mercancías, en su finalidad absoluta de la transformación incesante de energía humana en dinero, el que hizo surgir, por primera vez, una esfera «separada» del resto de relaciones, que hacía abstracción de cualquier contenido: el llamado trabajo, una esfera de la actividad no dependiente y ajena al resto del contexto social, incondicional, sin relación con nada, robotizada y obediente —más allá de las necesidades— a una racionalidad «empresarial» abstracta. En esa esfera separada de la vida, el tiempo deja de ser tiempo vivo y vivido. Se convierte en una mera materia prima que debe aprovecharse óptimamente: «El tiempo es dinero».
  • Immanuel Kant conjeturaba con agudeza que los papiones podrían hablar si se lo propusieran, pero que no lo hacían porque tenían miedo de que entonces se les mandase a trabajar.
  • Un resurgimiento de la crítica radical al capitalismo presupone la ruptura categorial con el trabajo. Hasta que no se establezca una meta nueva de emancipación social más allá del trabajo y de las categorías fetiche que se derivan del mismo (valor, mercancía, dinero, Estado, forma jurídica, nación, democracia, etc.), no será posible un proceso de resolidaridad de grado elevado y a escala del conjunto de la sociedad.
  • El «trabajo» es, por su esencia, una actividad no libre, inhumana e insocial, condicionada por la propiedad privada y creadora de propiedad privada. La abolición de la propiedad privada no se hará realidad hasta que no sea concebida como abolición del «trabajo» (Marx, 1845).
  • En el capitalismo hay una gran cantidad de malestar presente, pero este se ve relegado a la clandestinidad sociopsíquica. No se acaba con él. Por eso le hace falta un nuevo espacio mental libre, para hacer pensable lo impensable. Hay que romper el monopolio de interpretación del mundo que tiene el campo del trabajo.
  • El dominio del trabajo divide al individuo humano. Separa al sujeto económico del ciudadano, al animal de trabajo de la persona en su tiempo libre, aquello abstractamente público de lo abstractamente privado, la masculinidad producida de la feminidad producida; y enfrenta al uno individualizado con su propio contexto social, como un poder ajeno que lo domina. Los enemigos del trabajo persiguen la abolición de esta esquizofrenia mediante la apropiación concreta del contexto social por personas que actúan de manera consciente y autorreflexiva.
  • Para que la humanidad estuviese en condiciones de interiorizar el dominio del trabajo y del interés propio tuvieron que ser exterminadas todas las instituciones de la autoorganización y de la cooperación autodeterminada de las antiguas sociedades agrarias. Quizá sea cierto que se hizo un trabajo redondo. No somos unos optimistas exagerados. No podemos saber si lograremos la liberación de esta existencia condicionada. Queda abierto si el ocaso del trabajo traerá consigo la superación de la locura del trabajo o el final de la civilización.
  • Calculad, con tranquilidad, cuánto tiempo de vida se roba diariamente la humanidad a sí misma solo para acumular «trabajo muerto», administrar a la gente y mantener engrasado el sistema dominante. Cuánto tiempo podríamos pasar tomando el sol en vez de desollarnos por cosas sobre cuyo carácter grotesco, represivo y destructor ya se han escrito bibliotecas enteras.
  • No tengáis miedo. De ninguna manera cesará toda actividad cuando desaparezcan las imposiciones del trabajo. Lo que sí es cierto es que toda actividad cambia su carácter, cuando ya no se ve encasillada en la esfera sin sentido y autofinalista de tiempos en cadena abstractos, sino que puede seguir su propia medida de tiempo individualmente variable y está integrada en contextos de vida personales; cuando son las propias personas las que determinan el transcurso también respecto a las grandes formas organizativas de producción, en vez de verse determinadas por el dictado de la explotación de la economía de empresa. ¿Por qué dejarse acosar por las exigencias insolentes de una competencia impuesta? Lo que hay que hacer es redescubrir la lentitud.
  • Muchas actividades perderán su carácter represivo en cuanto que no supondrán la subordinación de unas personas a otras y serán realizadas, según las circunstancias y las necesidades, por igual tanto por hombres como por mujeres.
  • Tiene que conseguirse que ocio, tareas necesarias y actividades elegidas libremente guarden una proporción razonable entre sí, que se rija por las necesidades y las circunstancias vitales. Una vez sustraídas a las imposiciones objetivas capitalistas del trabajo, las modernas fuerzas de producción podrán incrementar enormemente el tiempo libre disponible para toda la gente. ¿Para qué pasar tanto tiempo en fábricas y oficinas, cuando autómatas de todas clases pueden hacer buena parte de esas actividades por nosotros?
  • En todo caso, para estos fines solo podrá aprovecharse una parte mínima de la técnica en su forma capitalista. A la mayor parte de los agregados técnicos se les tendrá que dar una forma completamente nueva, puesto que fueron construidos según los criterios obtusos de la rentabilidad abstracta. Por otro lado, por esta misma razón, no se han llegado a desarrollar muchas posibilidades técnicas. Aunque la energía solar puede obtenerse en cualquier rincón, la sociedad del trabajo trae al mundo centrales eléctricas centralizadas y peligrosas. Y, aunque se conocen desde hace mucho tiempo métodos inocuos para la producción agraria, el cálculo pecuniario vierte miles de venenos en el agua, destruye los suelos y contamina el aire. Por razones puramente económicas, dan tres vueltas al globo materiales de construcción y alimentos, aunque la mayoría de las cosas podrían producirse fácilmente a escala local sin grandes rutas de transporte. Una parte considerable de la técnica capitalista es tan absurda e innecesaria como el gasto de energía humana que conlleva.
  • Cuanto más agitadamente soltáis vuestra letanía de la libertad democrática, con tanta más obstinación rechazáis la libertad de decisión social más elemental, porque queréis seguir sirviendo al cadáver dominante del trabajo y a sus pseudo-«leyes naturales».
  • Que los adversarios del trabajo tengan que enfrentarse a un ídolo trabajo ya clínicamente muerto no hace necesariamente su tarea más fácil. La crítica del trabajo solo tiene una oportunidad si se enfrenta a la corriente desocializante, en vez de dejarse arrastrar por ella. Pero los estándares civilizatorios ya no pueden defenderse con la política democrática, sino solo contra ella.
  • Por mucho que los poderes dominantes nos tachen de locos, porque nos arriesgamos a romper con su sistema irracional de imposiciones, nosotros no tenemos nada más que perder que la perspectiva de la catástrofe hacia la que nos conducen. ¡Tenemos un mundo más allá del trabajo que ganar!
  • Está creciendo un sector difuso entre el trabajo regular y el paro, sector que es un viejo conocido en los países del Tercer Mundo y que vegeta por debajo de la sociedad oficial —de minorías y de apartheid social, que participa en el mercado mundial— como «economía secundaria» de los excluidos y desarraigados.
  • En el mercado libre, la preparación profesional envejece cada vez más deprisa y, tras una breve «combustión continua», pierde su valor. El ciclo acelerado de las coyunturas, las innovaciones, los productos y las modas no abarca solo a los sectores técnicos, sino también a la cultura, las ciencias sociales y el sector servicios de alto standing
  • Mucha gente con formación intelectual sigue moviéndose, pasados los treinta o cuarenta años, en condiciones de vida casi estudiantiles.
  • Ya en 1985, dos autores jóvenes, Georg Heinzen y Uwe Koch, publicaron en Alemania De la inutilidad de convertirse en adulto. Su héroe refleja ese nuevo sentimiento vital de precariedad: «No soy padre, ni marido, ni miembro de un club automovilístico. No tengo cargos directivos ni autoridad, no dispongo de crédito en el banco. Me he formado en aquellos asuntos intelectuales que cada vez tienen menos aplicación. He sido excluido del ciclo de las ofertas...
  • Todos hacen algo diferente a lo que en su día aprendieron o estudiaron. Calificaciones, profesiones, carreras, trayectorias vitales y estatus sociales delimitados y claros son parte del pasado. El subempleo es más que el mero paso constante de un trabajo asalariado al paro, situación normal entretanto para millones de personas en el mundo occidental.
  • «La división del trabajo nos da el ejemplo de que, mientras exista la separación entre el interés particular y el general, la propia actividad del hombre se convierte para él en un poder extraño y enfrentado que lo subyuga. Una vez que se empieza a distribuir el trabajo, cada uno tiene un círculo determinado exclusivo de actividad, del que no puede salir; mientras que en el comunismo la sociedad regula la producción general y me posibilita hacer una cosa un día y otra el siguiente, cazar por las mañanas, pescar por la tarde, ordeñar el ganado por la noche, ponerme a criticar después de comer, sin convertirme nunca en cazador, pescador, pastor o crítico...
  • El capitalismo neoliberal desenfrenado ha impuesto la flexibilización de forma dictatorial y ha hecho valer exclusivamente su filosofía económica de una bajada de costes a cualquier precio.

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