Estructura e ideología en Todas las Sangres- Miguel Gutiérrez
El uso arguediano de la primera persona, como alter ego del autor, implicaba un compromiso íntimo, visceral, con la historia que contaba, con lo cual se intensifica la dimensión emotiva del discurso.
Cuántas historias de mi infancia
me hizo recordar este pasaje, como la de aquel anciano que se amarraba un trapo
rojo en la cabeza y que flagelaba a la madre, los hijos y los animales del
corral si osaban romper el silencio que él imponía en los días que lo poseía el
rencor y la furia.
“El kutu en un extremo y yo en
otro. Él quizá habrá olvidado: está en su elemento; en un pueblecito tranquilo,
aunque maula, será el mejor novillero, el mejor amansador de potrancas, y le
respetarán los comuneros. Mientras yo, aquí, vivo amargado y pálido, como un
animal de los llanos fríos, llevado a la orilla del mar, sobre arenales
candentes y extraños”.
Definía su rostro no su frente
amplia e inteligente ni su bigote característico, sino la luminosidad que
irradiaban sus ojos, abiertos como si quisieran devorar la belleza del mundo y
celebrar la vida. Y esto, en principio, me desconcertó, pues los desgarramientos
que trasuntaban sus historias te lo hacía imaginar como un hombre melancólico y
quizá algo sombrío. En cambio, según los pocos amigos que yo tenía por entonces
(y que cada mañana corroboraba mi propio espejo), mi rostro era apretado,
hermético, no demasiado amigable y más bien algo altivo para ocultar mi
insuperable timidez. Por eso, entre los dos, me parecía que José María (que ya
debía haber cumplido los sesenta años) era el joven, el muchacho lleno de optimismo,
con muchas tareas por cumplir, y yo el hombre mayor, viejo y desesperanzado.
En otra oportunidad fui al domicilio
de José María en un estado depresivo lamentable. Como muchos jóvenes de mi
misma edad, tenía problemas internos no resueltos aún, había prácticamente abandonado
mis estudios, me aburría y humillaba dictar clases de redacción para señoritas
en una academia de secretariado bilingüe y las largas noches de bohemia
comenzaban a pesarme de manera atroz, y cada día era como vivir en un estado de
resaca perpetua.
Por todo lo que había leído de él,
yo tenía la certeza que por debajo o detrás de las irradiaciones de sus ojos,
de su risa y carcajadas, de sus alegrías y exultaciones, corrientes
subterráneas lo arrastraban hacia el hondón de sus traumas; sin embargo,
fingiendo ingenuidad le pregunté si de vez en cuando lo invadían los demonios
de la depresión, le pregunté si este estado de la conciencia lo ponía frente a
la vacuidad de todas las cosas y le revelaba el absoluto sin sentido de la
vida, y le seguí preguntando de estas y otras cositas por el estilo, de acuerdo
al rollo que se manejaba por esos años. Me acuerdo que Arguedas me respondió
sin pizca de ironía y vi que su mirada se tornaba algo sombría. Sí, me dijo, a
menudo tenía que luchar con esos sentimientos de angustia y desesperanza, pero
enseguida agregó que tenía en la música andina el antídoto milagroso para recuperar
el optimismo y el sentimiento de dicha por estar vivo.
El drama personal o social
dependerá del grado de conciencia que tengan sobre la naturaleza y carácter de
los acontecimientos. En esta dialéctica de necesidad y libertad los personajes,
descubriendo los límites de su individualidad, alcanzarán el máximo de
conciencia posible sobre el mundo que les ha tocado vivir.
Si el mundo de San Pedro de
Lahuaymarca está condenado a desaparecer, cada uno de los personajes
principales, de acuerdo a sus propias concepciones y a sus intereses de clase,
toma partido por un determinado tipo de organización social. En este sentido se
puede afirmar que Todas las sangres es el registro, el relato testimonial de un
gran debate en torno al destino histórico del pueblo peruano y en general sobre
el modelo ideal de sociedad que permita la plena realización de los hombres.
A partir de la descripción de
pequeñas unidades, que se fueron tornando cada vez más amplias y complejas, Arguedas
logró conformar una totalidad, un universo autónomo, un reflejo artístico,
homologo de una realidad concreta, que el propio autor vivió como una realidad
dramáticamente escindida -social, económica y culturalmente escindida- y
fundada en la bárbara opresión de una clase sobre otras.
En una singular dialéctica, el
siervo, a su vez, somete, avasalla a su señor, al convertirse en parte de su
conciencia, al “indianizar” a sus señores y penetrarlos con su propia visión del
mundo; es más: el indio no solo se ha convertido en la sombra de su amo, en su
alter ego, sino que transformará el mundo para redimir a su señor. La relación
amo-siervo, entonces, alcanza la dimensión de un verdadero tema en Todas las
sangres hasta convertirse en elemento fundamental de la estructura semántico-ideológica
de la novela.
Una estructura no es un modelo
puramente estético, formal, sino que encierra en sí misma una determinada concepción del mundo,
una ideología: la elección -racional o intuitiva- de una forma de armar, de
componer, de estructurar un relato implica una toma de posición frente a la
historia, la sociedad y las causas determinantes de la conducta de los hombres.
Don Andrés con su suicidio se
reivindica a sí mismo, retorna a su condición de caballero y desde su “humanidad”
recobrada lanza su maldición contra sus hijos y contra el mundo en crisis.
Una cosa es que lo que Rendón
Willka cree representar y otra, muy distinta, es lo que representa
objetivamente desde el punto de vista del problema real del campesinado
peruano. Finalmente, del mismo modo que no se puede aceptar como verdad absoluta
lo que le propio autor dice de su obra, tampoco se puede creer en las ilusiones
que sobre sí mismos se forjan los personajes de una ficción.
Recuerdo el imprevisto e
impresionante tipo de agitador que encontré hace cuatro años en el indio puneño
Ezequiel Urviola. Este encuentro fue la más fuerte sorpresa que me reservó el
Perú a mi regreso de Europa. Urviola representaba la primera chispa de un
incendio por venir. Era el indio revolucionario, el indio socialista.
Tuberculoso, jorobado, sucumbió al cabo de dos años de trabajo infatigable.
Lenin, en uno de sus trabajos
sobre Tolstoi sostiene que la desesperación es propia de las clases que van a
desaparecer. La desesperación, el sentimiento trágico sobre “la condición humana”
que se respira en Todas las sangres es la desesperación de la clase terrateniente
peruana. Naturalmente, este sentimiento, esta visión, se da a través de una
serie de mediaciones, de contradicciones, que, al ser vividas intensamente por
su autor, le permite mostrar la totalidad del Perú como una sociedad compleja,
trágicamente escindida por fuerzas históricas en pugna.
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