Los perros hambrientos- Ciro Alegría
“Dicen que de día, la coca acrecienta las fuerzas para el trabajo. De noche, le aumentaba las ganas de hablar. A otros, en cambio, los concentra y torna silenciosos (…) Él era capaz de hondos y meditativos silencios. Pero cuando de su pecho brotaba el habla, la voz le fluía con espontaneidad de agua, y cada palabra ocupaba el lugar adecuado y tenía el acento justo”.
“Una congoja lacerante le cruzó la vida y sintió deseos de articular su dolor en la nota larga y lúgubre de su aullido. Pero estaba rendido, muy rendido para poder siquiera quejarse. Y se abandonó al sueño, un intranquilo sueño de cautivo, lleno de dolores y desgracias”.
“Pero esa ráfaga de luces y sombras llamada tiempo trajo pronto otras penas mayores”.
“Don Fernán pertenecía a esa serie de engreídos e inútiles que, entre otras buenas y eficaces gentes, pare Lima por cientos, y que ella, la ciudad capital, la que gobierna, envía a las provincias para librarse de una inepcia que no se cansa de reclamar acomodo”.
“Pertenecía a esa clase de señores feudales que supervive en la sierra del Perú y tiene para sus siervos, según su pía expresión, “en una mano la miel y en otra la hiel”, es decir, la comida y el látigo”.
“La noches parecían interminables. Nunca fueron tan negras, nunca tan hondas. Mugía el viento esparciendo un olor a polvo, a disgregación, a cadáver. Si salía la luna, frente a la naturaleza muerta, ante los árboles mustios o deshojados, fingía presidir una reunión de espectros”.
“El hambre dolía en la barriga y hacía ver azul. Al principio producía una atroz angustia, una perenne inquietud agobiante. Pero después se hizo laxitud tan solo y aflojó los músculos. Había que estarse en la barbacoa, bebiendo de cuando en cuando el agua de la calabaza”.
“Y allá lejos, por los caminos y los campos, aullaban los perros transhumantes. El dolor de los proscritos era el suyo propio y, en cambio, nada lo ligaba ya al hombre. Y una noche en que le hirió más que nunca la profunda congoja de su pueblo, saltó la flebe pared del redil y mandó a reunírseles”.
“Calló el Simón Robles, y los peones sintieron que había hablado con la boca, el corazón y el vientre exhausto de todos. Miraban al hacendado esperando su respuesta, que creían favorable porque todo era claro como el día”.
“Hay un momento en que la vida entera ausculta y descubre en el viento, en el color de la nube, en el ojo del animal y del hombre, en la rama del árbol, en el vuelo del pájaro, el emocionante secreto de la lluvia. Hasta la roca estática parece adquirir un especial gesto, un matiz cómplice”.
“Escuálida, con el apelmazado pelambre chorreando agua, los ojos enrojecidos y acezante la boca abierta, era muy doloroso su aspecto, y el Simón sintió como propios los padecimientos de su propio animal abandonado”.
Comentarios
Publicar un comentario