"¿Dónde están las llaves? Neuropsicología de la vida cotidiana" - Saúl Martínez-Horta

 El ser humano es el producto de millones de años de evolución, lo que ha dejado una huella biológica en nuestros genes que condiciona aspectos fundamentales de nuestra existencia, como miedos, deseos y la imperiosa necesidad de vivir. Sin embargo, es difícil aceptar que todo lo que sentimos y hacemos en nuestra vida cotidiana es, en esencia, el resultado de la actividad cerebral. Nuestros procesos cerebrales, aunque invisibles, son la base de nuestra existencia.

Primera parte: Olvidos cotidianos

El cerebro, especializado en el reconocimiento facial, tiene la capacidad de ver rostros en objetos inanimados, lo que se conoce como pareidolias. Este órgano no procesa los eventos de manera uniforme, ya que hacerlo sería abrumador. En cambio, seleccionamos lo que merece una atención más profunda a través de un proceso cognitivo conocido: la atención. Para convertir la información externa en recuerdos, se requiere un proceso complejo que depende de diversos sistemas neuronales, donde la atención juega un papel crucial en la calidad de lo almacenado. Los recuerdos son dinámicos, no simples accesos a información, y nos permiten revivir experiencias pasadas e imaginar futuros.

El proceso de convertir habilidades en hábitos también es ventajoso, permitiéndonos ejecutar tareas con menos recursos cognitivos.

Segunda parte: Percepciones anormales

La percepción es un fenómeno que se realiza a través de nuestros sentidos. La habituación sensorial, que es la adaptación a estímulos irrelevantes, permite que nuestro sistema nervioso se enfoque en lo que realmente importa. En la ausencia de estímulos familiares, nuestro cerebro tiende a rellenar vacíos, lo que puede resultar en la percepción de sonidos de personas que ya no están.

Los fenómenos extraños que ocurren entre la vigilia y el sueño, como las alucinaciones hipnagógicas y hipnopómpicas, son ejemplos de cómo la mente puede crear experiencias internas ricas y complejas.

Tercera parte: La naturaleza del ser humano

La idea de que el ser humano es inherentemente bueno es una falacia. Aunque poseemos un sistema de control inhibitorio que nos permite regular nuestras inclinaciones primarias, enfrentamos dificultades para aplicar esta inhibición de manera constante. Además, nuestra tendencia a ayudar a quienes nos son cercanos es más fuerte que hacia desconocidos.

La metacognición, una habilidad única en los seres humanos, nos permite observar y ajustar nuestro comportamiento según las necesidades del entorno. A pesar de que muchas de nuestras acciones son automáticas, siempre existe la capacidad de reflexionar sobre ellas y decidir nuestro camino.

Cuarta parte: Intuición, clarividencia y experiencias extraordinarias

La ciencia se fundamenta en certezas, no en creencias. Por ello, el método científico, cuando se aplica adecuadamente, se caracteriza por su flexibilidad, y los científicos debemos mantener una mente abierta. Esta apertura es esencial para aceptar que experimentos destinados a validar una hipótesis pueden, en realidad, refutarla, permitiéndonos considerar ideas previamente desestimadas.

Al igual que existen ilusiones visuales, en psicología también se presentan ilusiones del pensamiento, conocidas como heurísticos o sesgos cognitivos. La hipótesis del marcador somático sugiere que en situaciones de ambigüedad o riesgo, nuestras decisiones se ven influenciadas por las emociones, que se manifiestan a través de sensaciones corporales (como la frecuencia cardiaca o la sudoración). Desde esta perspectiva, las intuiciones, ya sean buenas o malas, son el resultado de un proceso cognitivo inconsciente que evalúa señales fisiológicas vinculadas a emociones.

Es importante tener en cuenta que, aunque la estadística puede parecer caprichosa, la probabilidad de eventos altamente improbables siempre existe. Nuestros cerebros buscan patrones y causalidades, y tendemos a creer en aquello que se alinea con nuestras creencias y a recordar eventos esperados. Así, es posible que recordemos momentos en los que pensar en "A" coincidió con que "A" ocurrió; sin embargo, esto se debe a la forma en que construimos narrativas coherentes a partir de nuestras experiencias.

En cuanto a la muerte, esta no significa un cese inmediato de la actividad cerebral. Cuando el corazón deja de latir y el oxígeno deja de fluir al cerebro, la actividad neuronal disminuye gradualmente, lo que puede dar lugar a experiencias inusuales. Para que estas experiencias, como las cercanas a la muerte, se produzcan, es necesario que el cerebro esté relativamente intacto.

Quinta parte: Curiosidades, mitos y verdades

  • La actividad cerebral es continua y organizada, incluso en momentos de aparente inacción. Las capacidades cognitivas, como la eficiencia en resolver retos, no dependen de utilizar más o menos cerebro, ya que no existe un "sistema infrautilizado" que, una vez estimulado, nos otorgue superpoderes cognitivos.

  • Los niños y adolescentes muestran conductas asociadas a la hipofrontalidad, puesto que su lóbulo frontal no alcanza la madurez hasta la adultez. Esta inmadurez puede dar lugar a comportamientos arriesgados, facilitando el aprendizaje a través de la exploración. Sin esta impulsividad, nuestra evolución como especie podría haber sido muy diferente.

  • La dopamina es crucial para que una idea o estímulo promueva una conducta motivada, y el envejecimiento en sí no explica la pérdida significativa de memoria o el desarrollo de trastornos cognitivos como la demencia.

  • Las personas con TDAH enfrentan dificultades en la regulación de procesos que dependen de funciones frontales, lo que afecta su capacidad para aprender mediante refuerzos. Este trastorno es un compromiso en el desarrollo neuronal y no se trata simplemente de un retraso en el crecimiento.

  • El estado de ánimo depresivo no equivale a la depresión, ni la ansiedad a un trastorno de ansiedad. Todos experimentamos malestar psicológico en algún momento, pero las enfermedades psiquiátricas presentan síntomas en magnitud y severidad desproporcionados que afectan gravemente nuestra vida.

  • Un daño cerebral puede producir síntomas similares a los observados en trastornos psiquiátricos, lo que sugiere que procesos cerebrales compartidos podrían estar en juego en ambos casos.

  • Cualquier intento de explicar definitivamente un fenómeno basado en un solo neurotransmisor, hormona o sistema cerebral es simplista y refleja más intereses comerciales que científicos. Asimismo, negar el papel de los procesos cerebrales en nuestra identidad y experiencia es ignorar aspectos fundamentales de nuestra realidad.

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