EL FUTURO DE LAS PANDEMIAS- DANIEL ESPINOSA (HILDEBRANDT EN SUS TRECE N°587)
Un clavo más en el ataúd de las
soberanías nacionales y en esto que- mal que bien- llamamos democracia: la Organización
Mundial de la Salud (OMS) está redactando un tratado que, ante una futura
pandemia, le permitirá dirigir la respuesta sanitaria de 193 Estados miembros
de Naciones Unidas.
Dentro de un par de años, a lo
sumo, la globalizante OMS, dominada por el “filantrocapitalismo” al estilo Bill
Gates, pasará de sugerir o promover políticas sanitarias a dictarlas. Celebran Pfizer,
Moderna y otros flamantes productores de inoculaciones exprés. Para ellos – que
ahora sacan sus “vacunas” en seis meses-, el pánico masivo producido por los
medios de comunicación y las autoridades equivale a miles de millones de
dólares en publicidad gratuita.
El acuerdo de la OMS, que se irá
puliendo durante el año 2023, incluirá mecanismos para forzar a las naciones
cuyos gobiernos se muestren dubitativos o rebeldes, como sanciones económicas y
repudios internacionales. En los hechos, la reciente respuesta global al
COVID-19 vino diseñada y sugerida por la mencionada organización sanitaria,
pero este tratado oficializará su rol, haciendo sus medidas forzosas e
inescapables. No llegarán solas, sino que vendrán envueltas en su propia
tecnocracia.
Con ellas terminarán de
instalarse, que duda cabe, las tecnologías que los barones del filantrocapitalismo
anhelan: pasaportes biométricos, seguimiento del ciudadano a través de su
teléfono inteligente, más distanciamiento social y, por fin, un gran sistema de
identificación digital global y unificado. También llegarán las cámaras
térmicas y las que identifican rostros y hasta gestos faciales. La distopia que
pronosticamos por precaución también prevé drones de vigilancia circulando a
nuestro alrededor con normalidad, cuarentenas continuas y arbitrarias, y la
virtual abolición de los derechos individuales en virtud de un “bien común” en
constante emergencia. En fin, tecnofascismo desatado.
La cosa terminaría de tomar forma
con la llegada de una banca totalmente digitalizada. Entonces, cualquier
desacato de una medida de emergencia o cualquier muestra de disidencia en redes
sociales podría traducirse automáticamente en limitaciones a la forma como
puede usar su dinero digital. De pronto, su capacidad para comprar en tal o
cual lugar, o adquirir pasajes de bus o avión de tal o cual proveedor, podría
verse limitada en base a su conducta social.
El tratado pandémico en ciernes
marca un avance de la globalización neoliberal y tiene a sus principales
promotores en lugares como la Fundación Gates y el Foro Económico Mundial de
Davos, cuya cabeza – Klaus Schwab- viene profetizando una “Cuarta Revolución
Industrial”. Sus miembros son dueños de muchas de las tecnologías mencionadas
en los párrafos anteriores. Pero ¿qué hay detrás de su filantropía ensombrecida
por conflictos de interés?; y el futuro que están produciendo ¿no se verá como
se ve hoy Shanghai?
LA MASCARILLA ERA PARA SIEMPRE
Los teóricos de la conspiración-
que tanto acertaron durante la pandemia- también advirtieron esto: las medidas
implementadas no serían temporales. La mascarilla, por ejemplo, quedó. En el Perú
ya no es obligatoria en las calles y lugares abiertos, pero una notoria mayoría
la sigue usando. Su carácter simbólico se impone sobre todo hecho práctico. Los
estudios sobre su supuesta eficacia siguen ausentes. Nunca existieron o son
notoriamente débiles. Los más convincentes son los que sostienen que la
mascarilla, sobre todo al aire libre, resulta superflua: un gesto
instrascendente.
Sabemos, además, que el uso generalizado
de mascarillas le allanó el camino a lo que ya es la “nueva normalidad” en
escuelas y centros educativos: niños y adolescentes – virtualmente fuera de
peligro cuando se trata de Covid-19- enmascarados en clase, todo el tiempo. Niños
y adolescentes sin rostros relacionándose con maestros y compañeros sin rostro,
preguntándose quiénes estarán vacunados. El otro señalizado como riesgo de
contagio y peligro latente.
El “pase Covid” tampoco se fue. La
gente se inoculó en masa, como se solicitó, superando las cifras de 70% de
participación que alguna vez se plantearon con sensatez, siguiendo el consenso
científico que había regido hasta 2020. Los no vacunados se enfermaron y
desarrollaron inmunidad natural. A pesar de que detener el contagio nunca
estuvo entre las “bondades” de las inyecciones de ARN-mensajero, la sociedad
fingió que el “pase Covid” tenía una utilidad práctica. Es decir, participamos
de buena gana en una puesta en escena en la que mostrar una identificación personal
equivalía a limitar los contagios, cuando sabíamos que solo era un mecanismo
(otro más) de presión económica y social.
Luego llegó la cepa ómicron y “vacunó”
al mundo. En noviembre de 2021, los científicos descubrieron esta nueva
variante en Sudáfrica y rápidamente entendieron sus características: se expandía
a gran velocidad, producía una enfermedad suave y confería una protección
sólida contra las otras variantes. Esta inmunidad natural ya ha comprobado ser
mejor que la producida por la inoculación de ARN, pero ese factor no ha entrado
en los cálculos de unas instituciones nacionales y supranacionales sujetas al
principio del lucro farmacéutico.
El universo neoliberal, entre dos
soluciones a los problemas sanitarios de la humanidad, los que sea que convenga
a Pfizer tiene preferencia. Se habló sin parar de solidaridad y colaboración,
pero no se logró poner en vereda a las grandes farmacéuticas para que, por
primera vez en la historia, la conveniencia privada no gobernara sobre todo los
demás. La victoria del egoísmo era por entero previsible: antes de llegar a
este nuevo estadio de la “gobernanza” internacional no democrática, las grandes
corporaciones ya habían logrado capturar a los gobiernos nacionales de las
potencias dominantes, las únicas que podrían haber puesto coto al lucro privado
en pandemia.
LO APRENDIDO
Si algo pudimos aprender de lo
que comenzó en marzo de 2020 y aún no terminan del todo, es que esto que entendemos
como “la ciencia” se subordina de manera natural al billete (como todo): los
científicos al servicio de la gran corporación representan las únicas voces
autorizadas; ellos firman los estudios oficiales, aparecen en los noticieros y
hablan a través de la radio, mientras la larga mano del establishment censura Youtube
y Twitter, silenciando cualquier voz disidente.
Como pudimos apreciar desde el inicio
de la pandemia de coronavirus, no importan la calidad, el profesionalismo o la
reputación de esos disidentes. El sistema de censura y embarre puede con cualquier
reputación, hasta la de un premio Nobel.
Si de algo podemos estar seguros
es de que las burocracias nacionales abrazarán una narrativa simplificada y
potente: la del miedo irracional- “el que se contagia, muere”- y la solución
única (un mismo remedio para todos, sin excepción, como ganado).
Una vez instalada esta forma de
encuadrar la emergencia, la ciencia, en constante renovación, empieza a
resultar molesta. Ya no les interesa saber nada más: ¿la miocarditis, entre
otros efectos secundarios producidos por inoculación, ocurre con más frecuencia
de los calculado? ¡Lástima! ¿La variante ómicron fue más eficiente “vacunando”
contra la Covid que las mismísimas inyecciones de ARN mensajero? ¡Tonterías!
¿El constante uso de “boosters” (refuerzos) podría agotar o degradar nuestros
sistemas inmunes? ¡Vacúnese y no jorobe!
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